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Créditos@ dinozarr Nanami Kento ⋆ Fem reader
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El propio profesor te eligió entre otras diez personas, y tu expediente en particular llamó enormemente la atención de este hombre tan perspicaz. Destacó el hecho de que hablaras varios idiomas, que fueras el profesor con más años de experiencia entre los demás, que contaras con el reconocimiento de numerosos profesores respetados y, por supuesto, que te quedaras con la boca abierta.
La forma en que te desenvolvías le dijo todo lo que necesitaba saber. Tu postura era elegante, con la barbilla alta y tu delicado collar de medallones oculto tras los pliegues de tu traje de dos piezas a cuadros. todo tu atuendo era elegante y firme, sin una sola arruga a la vista. Eso le gustaba, la limpieza. Los dedos de tus pies apuntaban con cada paso elocuente que dabas poco a poco por el estrecho pasillo.
Desde el momento en que se atrevió a contemplar su existencia, ya sabía que había hecho la elección perfecta. La forma en que interactuaba con sus alumnos no se parecía a ninguna otra. Era como si hubiera sido creada para ayudar a sus alumnos. Al hombre le encantaba verle gastar bromas a los jóvenes adultos, más en sintonía con su tipo de humor que él, teniendo en cuenta que usted rondaba la veintena. Todo era perfecto.
Al igual que le encantaba observar tus habilidades en clase, también le encantaba verte exhibir tus habilidades en la cama con él mientras corregía los trabajos antes de que terminara el periodo de la unidad. La forma en que te sentabas debajo de su escritorio era demasiado alusiva. Entre sus piernas delicadamente abiertas con las tuyas extendidas a lo largo de tus caderas. Puede que le encantara cómo te maquillabas con prestigio, pero le encantaba aún más cuando se corría por tus mejillas hundidas.
La circunferencia de su gruesa erección te provocaba un terrible dolor en el bajo vientre. La sola idea de que te rellenara te hacía apretar los muslos con tanta fuerza que estabas convencida de que tu piel se fundiría por el calor de la fricción. Cada vez que su mano guiaba tu cabeza hacia arriba y hacia abajo por su base, notabas cómo los nudillos de tu mandíbula se cerraban con más fuerza. La punta de su polla perfectamente curvada golpeaba la parte posterior de tu garganta con cada empujón de cadera que Kento daba distraídamente.
Te volvía loca, tus gemidos quejumbrosos recorrían los costados de su erección y te hacían vibrar a lo largo de toda ella. Las venas que sobresalían de sus costados rozaban deliciosamente tus mejillas internas, la saliva cubría cada centímetro de ella y se entretejía con el precum que goteaba de la punta palpitante de kento. Era sucio, sucio, presumiblemente poco atractivo. Sin embargo, al verte en semejante posición, el hombre se volvió completamente loco, deseando nada más que abusar del poder que tenía sobre ti y encularte hasta que recordara su forma.
— No debes hacer tanto ruido, querida. Hmph... hay estudiantes que todavía asisten a clases nocturnas — Kento te hizo callar, una mano agarrando su cara inferior para detener los sutiles gemidos que estaba obligado a exhalar; la otra guiando tu cabeza más profundamente para tomar cada centímetro de él.
No pudiste evitar agarrarte desesperadamente a la tela de algodón de sus pantalones, con las uñas clavadas en el material con un deseo desesperado de arrancárselos del cuerpo. El brillo de cachorro que se arremolinó en tus iris agrandados hizo que el hombre cayera por la borda, echando la cabeza hacia atrás mientras apoyaba inconscientemente sus tediosas caderas en tu cara.
Gemidos ahogados y gritos arrastrados pidiendo clemencia salieron de tus labios hinchados, tus ojos lloraban más y más cuanto más se introducía en tu garganta. Era seguro decir que tu mente se había convertido en papilla, la mandíbula se desencajó y te permitió tomar todo de él. Tus ojos se habían caído con una expresión aturdida marcando tus rasgos.
— ¿Vas a tomarlo todo por mí, cariño? no podemos estar ensuciando el suelo que los pobres conserjes tienen que fregar — lo único que podías hacer era ahogar tus súplicas y gritos en su base, sus movimientos se volvían más descuidados cada milisegundo.
La sola idea de arruinar a una mujer pintorescamente perfecta que aparentemente no tenía defectos hizo que el hombre gruñera como un maníaco. Lo único que pudo hacer fue tirar del nudo de su corbata para liberarse del asfixiante agarre que tenía contra su cuello. En el momento en que liberó su carga en tu garganta, pudiste sentir cómo tus ojos se ponían tan en blanco que juraste que veías la luz al final.
Era espeso, viscoso, salado. Todo lo que habías oído decir a tus colegas sobre el sabor del semen de los hombres, pero te encontraste disfrutando en cierto modo de la dulce semilla de Kento. Sin duda fue un placer culpable chupársela mientras le veías retorcerse y retorcerse desde arriba debido a tus acciones.
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