Mi mundo.

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    La cara que puso Ezio fue todo un cuadro, se quedó con la boca abierta y miró a Connor con ganas de zarandearlo hasta que le dijera la verdad. A Connor le pareció que perdió la poca cordura que le quedaba. Sin decir nada, el italiano saltó a lomos del caballo que conducía y se alejó galopando a través de los árboles.
   
    —¡Ezio! ¡Ezio, regresa! —Connor también fue detrás de él, pero antes de hacerlo ató las riendas de los caballos “prestados” a la silla de su propio caballo con la intención de que el animal los guiara de vuelta a la hacienda. Hecho esto, se fue a perseguir a Ezio por sus propios medios. No le gustaba para nada ir detrás de alguien para resolver asuntos ajenos en los que no tenía injerencia, sin embargo con Ezio compartía la pérdida de la familia y sabía que ese era un fuego difícil de controlar, que si no se maneja debidamente puede llevar al hombre más honrado a cometer las peores tragedias.
   
    Rastrear huellas le era tan fácil desde que tenía la vista de águila, cuando niño aprendió a usarlo como un sentido más y creció con él, haciendo de su uso algo cotidiano como respirar. Siguió las huellas del caballo entre la hojarasca y las hierbas, siguió la presencia de Ezio. Lo encontró media hora después sentado en lo alto de una pendiente rocosa, su caballo estaba de pie como una estatua a las faldas de esa elevación. Con gran agilidad trepó usando las grietas entre las rocas hasta alcanzar la cima, donde Ezio miraba al horizonte, sumido en sus pensamientos.
   
    —No ha sido lo más inteligente —remarcó Connor, un tanto molesto y oteando a su alrededor —. Estamos cerca de la guarida de un puma.
   
    —Ah, ¿si? —susurró Ezio sin prestarle atención.
   
    —No imagino lo que es perderte en tiempo y lugar, aunque alcanzo a entender lo que estás sintiendo. Pero si puedo hacer algo...
   
    —Ya hiciste suficiente —dijo Ezio, aún mirando a lo lejos —. Escuchaste mi historia, me ofreciste de comer, me dejaste pasar la noche en tu hogar y vaya que fue la primera noche en semanas que duermo más de una hora. Tengo mis propios problemas, no quiero hacer que otro los cargue por mí ¿Quién dijiste que soy?
   
    —¿Un Asesino?
   
    —Entonces sabes sobre los Asesinos.
   
    —Creí que tú no sabías nada.
   
    —No es algo que vaya anunciando a cualquiera. Te dije que recuerdo mi vida, pero no cuándo la viví. De algún modo se que pasé por cosas terribles hasta acabar siendo un Asesino —dijo Ezio, insistiendo en evitarle la mirada y en cambio mirar sus botas —. Soy Ezio Auditore, hijo de Giovanni Auditore. El último hijo varón de una gran familia de banqueros y asesinos. Sí, es cierto que estuve presente cuando murieron mis hermanos y mi padre. Sí, la villa Auditore fue abandonada cuando mi madre y mi hermana huyeron de la ira del enemigo pero, ¡hombre, no hace siglos! Tengo una vida... Tenía una vida, y ahora parece que tengo la edad de un crío de diecisiete. Encontré algunas de mis armas en los viejos escondites en que mi amigo Leonardo y yo solíamos guardar cosas, al principio me dije que estaban muy descuidadas cuando ahora veo que en realidad están viejas. Esta es la clase de putadas que te hace el fruto del Edén cuando te toca cargar con él, pero no creo que sea una de esas. Es demasiado para esa esfera di merda.
   
    —Increíble que hayas tenido uno de esos en tu poder —añadió Connor. Ezio se encogió de hombros.
   
    —No es novedad para mí. La última vez que recuerdo haberlo tocado ocurrió una cosa extraña... Fue como una explosión de luz y luego una marea de imágenes que no logré comprender. Luego, todo volvió a la normalidad, o eso creo, no puedo precisar cuándo ocurrió, igual que el resto de mis memorias.
   
    —Te dije que estos son territorios de pumas, ¿no? —prosiguió el americano poniéndose rápidamente en pie. El brusco cambio de tema confundió al italiano.
   
    —¿Sí? Creo que no presté atención.
   
    —Bueno, no quiero alarmarte, pero si no sabes lidiar con ellos será mejor que nos vayamos ya.
   
    —Por qué lo... —Ezio se quedó con las palabras en el aire al oír un sonoro rugido a unos metros a su derecha, donde apareció un puma con las fauces abiertas y los ojos clavados en él —¡¿Qué hacem...?! ¡Connor! —exclamó al verlo saltar sin avisar. El nativo cayó de espaldas sobre un montón de hojas e invitó a Ezio a hacer lo mismo, quien poco dudó de hacerlo en cuanto tuvo al puma a escasos centímetros de él. Connor subió al caballo, Ezio montó detrás y se fueron presurosos por donde habían llegado.
   
    ...
   
    —¿Entonces tienes más edad de la que aparentas?
   
    Se fueron cabalgando juntos en el mismo caballo, los otros habían regresado tal como lo pensó Connor. De cualquier forma necesitaban ir a la ciudad: uno por provisiones y el otro para encontrar algo que hacer. Comenzaba a hacer calor, era cerca del medio día y el viento se negó a soplar, haciendo que el aire se volviera insoportablemente denso.
   
    —Sí. No. Tenía. ¡Ya no se! —contestó Ezio, enojado con su situación —. Soy joven de nuevo, no lo desaprovecharé y no me ocuparé en averiguar cómo pasó.
   
    —De acuerdo —cedió Connor sin indagar nuevamente en el asunto —. ¿Qué harás ahora?
   
    —Buscar a los asesinos que protegen estas tierras. Buscar respuestas, un sentido. Algo surgirá.
   
    —Puedo ayudarte con la primera parte de tu plan. Soy el mentor de la hermandad colonial.
   
    Ezio se asomó por encima de los hombros de Connor para verlo a los ojos.
   
    —¿En serio?! ¡Yo igual! Es decir, de la hermandad italiana —repuso el florentino —. Pero no te he visto contactar con nadie más, no estoy seguro de que tus discípulos se estén tomando en serio sus deberes.
   
    —Mis colegas van y vienen, no estamos atados a una guarida. Tengo una vida, ellos las suyas y todos felices y contentos. Últimamente no ha habido acción y... en cuanto a los hombres que tomaron el poder de las colonias, no han dado problemas que ameriten mi intervención. Los pocos casacas rojas que quedan no dan batalla, se irán de una vez por todas y dejarán de hostigarnos.
   
    —Pasé algunas noches en la ciudad —siguió Ezio, sujetando a Connor por la cintura para poder mantenerse sobre la silla cuando pasaron por terreno irregular —. Todo estaba de maravilla hasta que los idiotas de ayer me persiguieron por una tontería.
   
    —Algo habrás hecho.
   
    —Hmmm, quizá. Prefiero guardarme mis aventuras —resopló el italiano, haciendo reír brevemente a Connor.
   
    Desmontaron cerca de un río para descansar y que el caballo hiciera lo mismo. Bebieron agua, se quedaron sentados en silencio mirando la corriente y la hojas de los árboles caer en ella, remolcadas río abajo con rapidez. Ezio seguía teniendo ese aire estoico y enajenado que gritaba soledad, tristeza, pérdida. Una confusión amarga, un sinsentido, una historia que no tenía pies ni cabeza. Connor lo observó discretamente, comprendiendo la sensación de entumecimiento que debía estar sintiendo el italiano, el no saber qué sentir o qué pensar ante lo brusco del arrebato de todo lo que conocía. No fue hasta que Ezio se giró hacia él y le dedicó una mustia media sonrisa que espabiló, entonces se puso en pie y con una inclinación de la cabeza le instó a Ezio a volver a montar.
   
    —¿A dónde vamos exactamente? —quiso saber Ezio, con más curiosidad de la que aparentaba.
   
    —A Boston. Nos hospedaremos ahí y pasaremos la noche. Por la mañana saldremos a ocuparnos de un par de asuntos.
   
    —¿“Ocuparnos”? —inquirió de nuevo.
   
    —Esperaba que pudieras ayudarme, si no te molesta.
   
    —No, no, es perfecto. Estaré encantado de apoyar en lo que pueda. Es una buena oportunidad de conocer el sitio y de mantenerme en forma, hace mucho que no me involucro en trabajo de campo.
   
    —Bien. Será un honor trabajar contigo —añadió Connor, con gran sinceridad.

Como al paso del viento (Ezio x Connor)Where stories live. Discover now