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Noah trabajó frustrado todo el día. 

Frustrado por no poder dejar de pensar en todo lo que había pasado con la señorita Cloe. 

El roce sus dedos, el tacto de su piel, la suavidad y pasión de sus labios. 

La necesitaba. 

Necesitaba más. 

Pero las inseguridades iban y venían en su cabeza. 

El comportamiento de ella esa mañana fue distante al principio, pero luego pareció ceder. 

Lo que ocurría era que Noah no quería que ella cediera. 

El capitán quería que ella le ansíe de la misma manera que lo hace él con ella. 

Que no pueda apenas aguantarse de volver a sus labios. 

Que no dude. 

Que esté segura.

La forma de besarle no le dejó duda alguna de que ella también lo deseaba. 

Pero entiende que la situación es de lo menos favorable. 

Para ambos. 

Pero a ella más. 

Suspiró irritado mientras hacía que escuchaba una reunión de combate. 

Se habló de varios franceses traidores a su país, como por ejemplo, los señores Saunt. 

Se habló de la, cada vez más próxima, partida de las tropas a otras zonas del país ocupado. 

Al traslado de altos cargos por necesidad de la guerra. 

Todo era estrés, caos y más guerra. 

Lo raro era que por primera vez a Noah no le parecía una prioridad. 

Tenía la mente en otras cosas. 

En una mujer en concreto. 



Noah se encargó de los entrenamientos de las tropas. 

El sol no ayudaba ya que pegaba fuerte haciendo que la temperatura sea algo infernal. 

Los soldados se refrescaban en la gran fuente de la plaza del pueblo. 

Noah se acercó a sus hombres, se mojó la cara y luego el cuello con cansancio.

Había entrenado él también para mantener la forma y por eso se había quitado la chaqueta quedando solo en una fina camiseta blanca sudada junto con sus pantalones militares y botas. 

Se mojó el pelo rubio de corte militar. 

Las gotas bajaban por su cuello dejando rastros por su tersa piel. 

Bebió agua y se mojó más la cara. 

El tiempo en esa zona era de verano seco. 

Pero de cierta manera, a él le gustaba. 

Le gustaba que brillase el sol e hiciera calor. 

Se giró mientras se acariciaba el cuello algo contraído del esfuerzo cuando se encontró con la figura de la señorita Cloe a pocos metros de él. 

Se quedó quieto, procesando. 

Parpadeó sin reaccionar. 

Era ella. 

Era Cloe. 

La mujer qué tanto deseaba. 

Cloe le miraba atónita de ver al fuerte hombre que el día anterior la devoraba entera refrescándose sin chaqueta en la fuente del pueblo. 

Un capitán alemán se enamora de un criada francesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora