🎭 Prefacio 🎭

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Chicago, Illinois

Marzo, 1999

La castaña no dejó de pensar que su error más grande en la vida siempre se encontraría frente a ella. Lo supo desde que la bebé nació. En especial en ese momento de reflexión, y verla dormir con tranquilidad en la cuna. Y era otra razón para no apartar la mirada. Amy había roto cada uno de sus planes y debido a eso no pudo demostrarles a sus familiares lo equivocados que estuvieron al decirle que nunca lograría lo que tanto anhelaba. Entonces, ¿por qué seguir a lado de aquello que detenía su felicidad?

Se convenció de que no la iba a abandonar. El padre la cuidaría muy bien y ella, tal vez, regresaría una vez que su sueño se hiciera realidad. Al menos eso le diría a Daniel para convencerlo, porque en realidad no planeaba volver.

No amaba a Amy, y tampoco a él. Pobre ingenuo. Si supiera porqué estaban juntos...

Dejó de observar a la pequeña criatura, esa que algún día esperó con ilusión, y se dispuso a guardar sus pertenencias en la maleta más grande que encontró en el armario. No existiría rastro de que ella alguna vez estuvo en esa casa. Los vestidos, perfumes, tacones, y el maquillaje serían nada en unos días. Pensaba enterrar su antigua vida.

Era lo quiso hacer cuando era una niña: desaparecer del país y que nadie lograra descubrir dónde se encontraba.

Una hora más tarde, estuvo tan cerca de lograr su cometido sin que su pareja se diera cuenta y sin dar explicaciones innecesarias. Pero olvidó que era sábado y que él saldría temprano del trabajo. Todo se complicó cuando, al asomarse por la ventana, lo vio bajarse de la bicicleta y notó que llevaba un gran ramo de rosas rojas. Maldijo en voz baja; era su aniversario.

Lo mejor hubiera sido hablarle sobre lo sucedido y entre ambos llegar a un acuerdo. Pero la castaña cerró la maleta sin importarle las pertenencias que faltaban, y la tomó del asa. Iba a terminar de una vez por todas con ese infierno.

Se encontró con Daniel McKay en las escaleras. Él la observó con una sonrisa y los ojos brillantes, esto cambió al ver a su pareja con maleta en mano. Frunció el ceño, no entendía qué pasaba. Aun así, Daniel sonrió con ternura e intentó tomar su mano.

—Feliz aniversario, amor.

Dicho esto, trató de darle un beso en los labios, sin embargo, ella lo apartó. Lo miró con asco, no pudo soportar el hecho de que trabajara en algo tan denigrante y quisiera tocarla como si nada.

—Sé que mi olor es terrible —mencionó con algo de decepción—. Sudé mucho, fue un día bastante ocupado.

El joven Daniel trabajaba en un taller mecánico que se encontraba a una hora de su hogar. Él sabía que era un empleo temporal para llevar comida a la mesa, pagar los gastos, y cualquier imprevisto con Amy. Eso sin contar que seguía con sus estudios en la universidad para que en algún futuro le pudiera dar una vida mejor a su hija.

Con eso, sin querer o pensarlo, Daniel le dio a su amada una razón más para irse.

—Sharon y Richard vendrán a cenar —continuó, tratando de deshacer aquel nudo que se había formado en su garganta—, traerán a Stella y al pequeño Jack. ¿No te molesta?

—Daniel —suspiró—, no es el mejor momento para invitar a tus amigos.

Él pensaba lo contrario. Le habían dado un ascenso en su trabajo y, gracias a ese aumento, por fin podría proponerle matrimonio al amor de su vida. Desde el nacimiento de Amy planeó esa cena y su amigo, Richard Cornwall, le ofreció su ayuda para que la propuesta saliera a la perfección.

—¿Por qué? —preguntó él.

—Me voy —soltó ella, sin que pudiera contenerlo por otro minuto—. No soporto la idea de seguir a tu lado un minuto más.

—Mi amor...

—No insistas, Daniel —mencionó con firmeza—. No quiero pasar otro día en este lugar. ¡Me enferma! Necesito ser libre. Hacer lo que siempre soñé sin tener que estar atada a ti y a ese engendro.

Él agachó la mirada, creyó que todo era perfecto. Atravesaron por muchos problemas para estar juntos: los dramas familiares, rumores de la universidad, el embarazo complicado, y el nacimiento de Amy.

Su corazón se estrujó más al notar que para su amada esa historia era el peor de los castigos.

—Te amo.

Su amor era la única carta que podía ofrecerle, pero eso no era suficiente. No para ella.

—Pero yo no —respondió la castaña—, y siendo honesta, espero no volver a verlos en mi vida.

Avanzó con paso firme al lado suyo. No quería perder su tiempo con él.

Para Daniel, desde ese momento ya nada importaba. Dejaría que se fuera y persiguiera esa felicidad que no podía tener a su lado. Aunque él terminara con el corazón hecho pedazos.

Maravillosa sonrisa (EDDE#1) (Nueva versión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora