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Agustín terminó de ordenar su nueva habitación, todo era justo como le gustaba, las paredes de un color rosa pastel, cuadros de flores, cortinas blancas y perfumadas, una cama con sus sábanas de tonos pasteles con puntos, sus peluches preferidos que aún usaba como almohadas y una televisión mediana. Había encendido las velas aromáticas, y olía agradable, todo era perfecto. Se sentía literalmente en casa, cómodo.

El lugar en sí era una maravilla, por las afueras de un color blanco, dos pisos con decoraciones plateadas por todos lados, una sala cómoda con sus muebles grises. En el jardín una gran estatua de un ángel y muchas flores que su mamá plantó al llegar ayer en la mañana. Todo era cálido y agradable, impecable.

Tomó una ducha y escogió una camisa normal sobre un suéter de lana violeta, unos jeans claros sin roturas y unas converse negras. Había adoptado ese estilo simple desde que estaba en primero de secundaria.

Bajó las escaleras con su bolso sobre su hombro y Mariel lo recibió dándole su desayuno, lo guardó en su mochila antes de abrazarla y despedirse.

Su papá lo llevaría a clase como acostumbraba desde siempre, así que subieron a su auto Porsche, y comenzó el trayecto siendo de acompañante una música suave, Agustín sonrió cerrando los ojos hasta que minutos después, habló.

—Espero que hoy sea un buen comienzo para ti— dijo su padre estacionando el auto a las afueras del nuevo instituto.

Agustín miro a sus alrededores, el instituto era enorme, o quizá era la costumbre de su vieja escuela. Este sin embargo era de tres pisos, color beige, casualmente no había casi nadie a las afueras.

—Papá, eso me has dicho desde que llegamos a la nueva casa— rodo los ojos y se quito los lentes guardándolos en su bolsillo.

—Sé cuanta ilusión te hace todo esto— dijo para abrazarlo de imprevisto, Agustín sonrió —Mañana me iré a trabajar al norte de la ciudad y no sé cuándo vuelva, por favor cuida de tu madre— se alejó —Prometo que llegaré a casa en unos días.

—Apuesto a que le dijiste a ella, que cuidara de mi— largo una carcajada.

—Cuídense mutuamente— acompañó su risa —Extrañaré estos días la comida de Mariel— bajó la mirada.

—Vamos, di que la extrañarás y ya...

—Si— soltó una risa —Lo haré, a vos también.

—Te amo papá— dijo sonriendo.

—Y yo a vos, hijo.

Lo miro por última vez y bajó del auto tomando con fuerza su bolso, se despidió con la mano y cruzó la calle tocando la cera del lugar, volteó y notó que él aún esperaba a que entrara, como siempre lo hizo desde que era un niño, le sonrió sintiendo un gran amor en su pecho, y finalmente Agustín entró al lugar.

Bajó el rostro al ver algunas miradas quemándolo, y se dirigió al horario buscando su grado, vio que le tocaba matemáticas, sonrió, era su materia favorita por excelencia.

—¡Hola!— exclamó una voz femenina haciendo que Agustín saltara del susto.

Volteó viendo a la causante, una chica rubia de ojos claros sonreía extensamente, tragó grueso asustado, él nunca hablaba con nadie.

—H-Hola...

—¿¡Cómo estás!?— preguntó en voz chillante. Animada.

—Eh... Y-Yo...

—¡No te pongas nervioso!— exclamó tendiéndole su mano, la cual estrechó rápidamente —¡Soy Constanza y soy la presidenta de la clase que buscas! Me dijeron que llegaría un alumno nuevo, ¿Vamos a clase?— preguntó sonriente, Agustín asintió caminando a su lado —¿Cómo te llamas?— Acomodó un poco sus rulos que estaban dispersos.

𝙼𝙰𝙻𝙳𝙸𝚃𝙾 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora