Prefacio ─────Election Night.

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Noche Electoral.


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La tenue luz amarilla iluminaba el escritorio de roble y Andrómeda Lindemann dormía sobre este, había pasado toda la tarde asegurándose de que todo el material de su tesis estuviese en orden. Las últimas semanas habían sido agotadoras, con la universidad, organizar su graduación y el resiente drama en lo que se suponía era su vida amorosa la tenían muerta.

Levantó su cabeza al escuchar su teléfono sonar sin poder abrir los ojos, de manera instantánea se arrepintió al sentir un fuerte dolor en su cuello, gimió llevándose la mano hasta la parte posterior de este, haciendo una leve presión y masajeando en círculos. Estiró su otro brazo tanteando sobre la madera para alcanzar su teléfono.

—¿Mhm? —dijo. Talló sus ojos para después poder abrirlos y acostumbrarse a la luz en la habitación.

—¿Qué tal, bonita? —respondió una voz masculina del otro lado de la línea.

—¿Quién es?

—Pues Liam, ¿quién más va a ser?

—Perdón, estaba dormida —dijo tratando de enderezarse. Dormir sentada en su escritorio había sido la peor decisión de esa semana.

—No importa —respondió el chico—, vamos el jueves a la playa.

La chica pensó en la propuesta por unos segundos antes de poder responder.

—No puedo, tengo clases.

—Saltarte un día escolar no te va a matar, Lindemann.

—Ya te dije que no me llames por mi apellido —le repitió—. Lo siento, no puedo.

Hubo un silencio incomodo en la llamada por varios segundos hasta que el castaño volvió a hablar.

—Está bien, nos vemos luego —dijo.

Liam cortó la llamada sin darle oportunidad a la chica de responder.

Su mente comenzó a darle vueltas al asunto, se cuestionaba si debía volver a llamarlo, dejar las cosas así, enviarle un texto diciéndole que sí ira, pero de verdad no podía ni quería faltar a clases. Podía contar con los dedos de su mano las clases que le quedaban, y no es que fuera una estudiante admirable, al contrario, había terminado la preparatoria con la asistencia mínima, y de milagro había sobrevivido a la universidad; quería disfrutar sus últimos días de escuela con sus compañeros, antes de tener que convertirse completamente en un adulto funcional.

Cuando su computadora portátil volvió a encenderse entro a internet para poder leer las noticias. Estaba harta de la política y las leyes, irónico si pensabas que estaba por graduarse de la carrera de derecho.

Le parecía irreal y estúpida la gente, como por un fanatismo se cegaban completamente, dejaban de ser humanos pensantes y llevaban todo al límite, agrediendo a quienes no comparten la misma ideología, llevando todo a consecuencias terribles.

Antes de poder leer el resultado final de las elecciones escuchó el grito de su madre desde la sala, eso le adelanto los resultados, Donald Trump era el nuevo presidente de los Estados Unidos.

Por un segundo todo le pareció una broma, busco en tres fuentes de internet diferentes, esperando que fuera todo un error. Era imposible que alguien con una mentalidad tan retrógrada fuera a liderar a un país. ¿Cómo alguien así podía tener tantos seguidores? ¿Cómo demonios un tipo así iba a ser presidente de toda una jodida nación?

Desde los comienzos de su vida Andrómeda había se había visto obligada a entender que la sociedad era penosa, pero aun había momentos que la hacían pensar que la sociedad estaba más jodida de lo que todos creían.

Bajó las escaleras a toda prisa, viendo al matrimonio de los Chang discutir, y a sus madres abrazadas. Camino hasta la cocina para encontrase con su pequeño hermano Oz.

—Vamos arriba, Oz. Podemos jugar un rato —dijo. Tratando de sacarlo del trágico ambiente que se había formado en la planta baja de su casa.

El niño tomo su mano y dieron unos cuantos pasos, pero este se detuvo frente a sofá en el que estaban sus madres.

—No quiero que ya no estén casadas —dijo él, con una notoria preocupación en su voz.

—Oh, cariño —dijo Ally—. Cariño, ven aquí. No tienes que preocuparte, eso no va a pasar nunca

—Oz, no tienes que preocuparte —aseguró Ivy—. Porque eso nunca nos va a suceder, ¿si?

Oz asintió para después abrazarlas a ambas.

—Además, si se separan vas a tener doble de todo —comentó Andrómeda quien había ido a la cocina por un bocadillo—. Doble mesada, doble regalo de cumpleaños —la chica detuvo su comentario al sentir el peso de la mirada de sus madres y sonrió nerviosa—. Pero como dijeron, eso no va a pasar, así que vas a tener que conformarte con una sola fiesta de cumpleaños, amiguito.

Revolvió el cabello del menor y le sonrió para volver a desaparecer por las escaleras, llenándose la boca con malvaviscos.

Mientras tanto, Kai Anderson saltaba de la emoción en su sótano, según él, al fin su país había sido liberado, y por primera vez en años las cosas iban a seguir el camino correcto. Por primera vez en un largo tiempo Kai estaba feliz, sentía que su corazón iba a estallar de la emoción.

—¡Toma esto mundo! —gritó. Se levantó del sofá para saltar— ¡Estados Unidos! ¡Estados Unidos!

Los gritos de Kai inundaban aquel sótano descuidado.

—¡Libertad! —gritó. Se arrodilló levantando los brazos mirando hacia arriba.

Era hora, después de haber esperado tanto al fin había llegado el momento.

La revolución al fin había iniciado.

Obsession. | Kai Anderson.Where stories live. Discover now