Mi hermanastra, Débora la monja III

21.3K 133 0
                                    

Iban dos veces que se me escapaba, la tenía tan cerca y siempre terminaba huyendo, pero juro que lo voy a lograr, me voy a comer ese coñito virginal, como que me llamo Regina Smith.
—Hermanita— saltó del susto, creo que la tengo traumada.
—¿Qué pasa Regina?—respondía huraña.
—Hoy debo ir al doc, para que revise mi pierna. ¿Puedes llevarme?
—Claro, deja me cambio y vamos—paso por mi lado, y olí su esencia, a vainilla, delicioso.
La vi bajar por las escaleras, ¿por qué debe de usar esa ropa tan ancha?
—¿La iglesia te obliga vestir así?- no pude dejar de preguntar.
Se inspeccionó y volvió a mirarme.
—No, es la forma que me gusta vestir. ¿Por qué?
—Te quedaría bien unos jeans ceñidos a ese culito hermoso, además, una blusa descotada.
—Ese no es mi estilo—rodé mis ojos. Falda a los tobillos y camisa. Es el anticristo de la moda prácticamente.
—Está bien, vamos.
Como Débora sabe conducir, fuimos en el carro de mi padre hasta el hospital.
—Hola Jack, dime que ya me vas a quitar esta putada—farfulle
—Regina, por Dios, respeta al doctor.
—No se preocupe, tenemos confianza con este diablito—reí por su comentario.
—Sí, hermanita, somos buenos amigos—nos miraba incrédula
—Bueno.
Comenzó a revisar mi pierna, llevaba dos meses con esa cosa infernal, ya debe ser hora que la retiren.
—Y, ¿seré libre?— Pregunté ansiosa.
—Sorprendentemente sí, ya es momento de retirarte el yeso, deja ir por los instrumentos necesarios—por fin.
—Escuchaste hermanita, hasta hoy tendré esta cosa.
—Me alegro, Regina.
—Volveré a las carreras—mierda, se me escapó de la emoción.
—Ni lo pienses. Eso casi te mata.
—Un error de cálculo, deberías verme, soy muy buena en las carreras.
—No y no. Mientras esté contigo no puedes hacerlo, debes cuidar tu vida—sonaba como mi padre.
Preferí callar, era imposible contradecir a una monja. Después de unos minutos regresó Jack; dolió un poco pero cuando cayó el último pedazo de yeso me sentí muy feliz. Adiós plasta de mierda.
—Por unos días tendrás que usar las muletas, para que no fuerces mucho la pierna.
—Entendido, Jack.
—Un gusto volver a verte, Regina.
—El gusto será no volver a este lugar—dije entre risas, no era agradable estar en un hospital.
—Mal educada—respondió Débora, no entiende lo que es sarcasmo. Monja debe de ser
Ya íbamos de regreso a casa, cuando tuve una gran idea.
—Vamos al centro comercial
—¿A qué?— preguntó, mi hermanita.
—Quiero comprar ropa, tiempos que no lo he hecho.
—Ok. Vamos
Estacionó, y subimos a un local donde siempre iba.
—Amore, tiempos que no te he visto. ¡Oh Dios mío! ¿pero qué te pasó?—preguntó, Clara, una de las empleadas, que además, fue mi amante.
—Un pequeño accidente, pero estoy mejor.
—No me contaste nada, pude haberte cuidado.
—No te preocupes, tuve muchas enfermeras—le guiñe un ojo, ella sabía a lo que me refería.
—No cambias. ¿Vienes por ropa nueva?
—Claro, ya es tiempo de oufits nuevos— miró a mi costado—Por cierto ella es Débora, mi hermanastra.
—Un gusto Débora, soy Clara— extendió su mano, Débora la estrecho, pero vi un sus ojos un atisbo de enojo.
—Igual—respondió secamente
Nos dirigimos donde estaban las prendas, para seleccionar lo que me probaría. Tome varias de ellas y las lleve al probador.
—Yo te ayudo amore—venía para a ayudarme, pero Débora se interpuso en su camino.
—No se preocupe, yo ayudo a mi hermanita.
Mierda, ¿esos serán celos? Clara me miró y yo, solo asentí. Se fue nada contenta.
—Débora, no te quedes ahí, dijiste que me ibas a ayudar—me miró y se dirigió hacia a mi.
—¿Qué necesitas—preguntó
—Sácame el pantalón—comenzó a desabotonarlo y bajar mi cremallera. Vaya, ya no se pone nerviosa. Se agachó mientras arrastraba mis pantalones fuera de mis piernas.
Vi como recorría con su mirada mis muslos.
—¿Te gusta lo que ves?—pregunté, sonriente.
—Bu-uen-no—me acerqué. Y le hable a su oído.
—No extrañas mi olor, tus dedos dentro de mi coñito, tu lengua saboreándome mientras me corro en tu boca—ronronee
—No empieces, por favor.
—¿Por qué? te excita—volví a hablar.
Salió del probador, sin responder. Ya caerás hermanita.
Seguí probándome varias prendas. Hasta que seleccioné las que llevaría.
Cuando finalice, salí. La vi sentada y lleve lo que había escogido para que se pruebe.
—Toma—hablé, extendiendo el jean.
—¿Para qué me lo das?—preguntó
—Para que más, pruébatelo.
—No, ya dije que ese no es mi estilo.
—Solo quiero ver cómo te queda, no lo tienes que llevar.
Le hice pucherito, para convencerla.
—Bueno— se levantó, y entro al probador
Lentamente entre también y la vi de espaldas, que lindo culito tiene. Miro a un costado y me vio.
—Dios, Regina ¿qué haces aquí?
—Olvide de darte estas prendas para que te pruebes—estire mi mano, ofreciendo la ropa.
—Pero ¿qué es esto?—miraba con incredulidad lo que entregaba.
—Una braguita de encaje, y un brasier que hará ver tus pechos hermosos.
—No, no quiero
—Vamos hermanita, solo te los pones para ver cómo te quedarían, nada más—rogaba, no podía perder esta gran oportunidad.
Dudo un poco, pero al final termino accediendo.
—Debes salir para que pueda cambiarme—rodé mis ojos.
—Demonios, Débora, tenemos lo mismo, y no me salgas con pudor y todas esas estupideces. Que ya hemos roto esas barreras— suspiro, pero accedió.
No podía quitar mi mirada, cuando comenzó a quitarse su ropa interior de abuelita. Mire su pubis, vaya parecía una montaña.
—¿Nunca te has depilado?— pregunté, viendo persistentemente su vagina.
—Eeh, no. No hay necesidad
—Claro que lo hay, puedes contraer una infección—me miro con desconfianza.
—Lo digo en serio, cuando lleguemos a casa te ayudaré— asintió, me encanta su inocencia. Terminó de ponerse esa braguita que seleccione, le quedaba maravillosamente bien, pedí una vuelta, lo hizo y vi ese trasero redondeado que tenía. Mierda ya quiero meterme entre sus nalgas.
—Ahora el brasier. Sácate esa horrorosa blusa—reí por su cara de odio que me dio. Se la retiro, seguida de su sostén anticuado.
Se me resecó la garganta, ¡que tetas! Estaba segura que no me cabrían en la mano, se veían tan apetitosas, para prenderse y no soltarse jamás. Sus pezones un poco oscuros invitaban a chuparlos hasta ponerlos rojos, morderlos y hacerla gemir pidiendo más.
—Lindos pechos—insinúe. Se miró y vi que sonrió.
—Gracias.
—¿Puedo tocarlos?— que diga que sí.
Se sorprendió por mi pregunta, dudaba en su repuesta. Mierda soy capaz de arrodillarme y pedírselo.
Consintió y no pude evitar sonreír ladinamente. Me acerque sin dejar de verlos.
Puse mis manos al frente y rodé a cada teta con mi manos, como lo pensé, no cabían. Cerró sus ojos y me aventure a sentirlas. Las apretaba, tome su pezón y comencé a amasar, gimió por mi acto, Diablos quiero meterlos a mi boca, ¿pero si se asusta?
A la mierda, vivir o morir.
Me lleve uno a la boca, soltó un gran quejido, pero no se alejó de mí, buena señal. Comencé a chuparlo, mientras seguía masajeando al otro, tome su pezón entre mis dientes, lo mordí exquisitamente, poso sus manos en mi cabellera, signo de que le gustaba lo que le hacía, baje mi mano a su bosque, pase mi dedo por su hendidura, estaba húmeda, mierda se había excitado y yo estaba igual, rozaba de arriba hacia abajo, lo que la estremecía y volvía a gimotear.
Abrí sus pliegues, sin dejar de succionar sus tetas, el ambiente se volvió más caliente. Intente meter uno de mis dedos en su agujero, pero me lo impidió.
—No, por favor—lloriqueo
—Tranquila, que te va a gustar. Cuando los tenga a dentro de ti me vas a pedir que te dé sin piedad—ronronee.
De nuevo lo intentaría, pero una tercera voz interrumpió el momento.
—Amore ¿estás ahí?—Clara, hablaba desde fuera del probador.
Débora se alejó de mí y yo tuve que salir a distraer a la inoportuna.
La hija de puta había arruinado el momento.

Relatos EróticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora