El Mar de Griselda

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Antes de terminar esta secuencia de historias para introducir al lector —si lo hay—, a mi querido reino de Gaia, tengo que hablar del mar de Griselda*, que baña las costas allá en el oeste.

Allí, la vida es un tanto diferente a las demás partes del reino, pues toda la zona occidental, desde el norte hasta el sur, está bañada por las aguas claras y limpias del mar. Las preciosas playas que se forman son un centro turístico para todos los habitantes de Gaia, que acuden en masa en las épocas más calurosas. Yo mismo he ido alguna que otra vez a los pueblos costeros y puedo asegurar que son un espectáculo natural increíble.

No obstante, muchos —entre los que me incluyo—, desconocen la inmensidad del mar de Griselda y creen que si navegas en línea recta en dirección oeste desde Tal por ejemplo, que es un pueblo costero bastante conocido, llegarás a una gran cascada que te llevará no solo a la muerte, sino a un lugar al que nadie querría llegar. Unos pocos, la mayoría investigadores de Gaia, dicen que hay tierra, que en cierto punto hallarás otro reino aún por descubrir, o que, si Gaia es tan grande como creemos, darás la vuelta y aparecerás por la zona este del reino, aunque este escribano, que viste y calza, no tiene ninguna certeza que en el este haya mar.

Nadie sabe a ciencia cierta que hay al otro lado del mar de Griselda, pero, aun así, hay locos que piensan que pueden ver el fin del mundo y volver para contarlo. Una de estas… llamémoslas expediciones, ocurrió a finales del año 1423, cuando las aguas están ciertamente tranquilas y no hay peligro de una tormenta sorpresiva. Fue en Abelleira, ¿o fue en Muros? No, no, estoy bastante seguro de que fue en Abelleira, uno de los pueblos más bonitos y tranquilos de la costa.

La expedición estuvo comandada por el capitán Sion, un hombre curioso y altamente temerario, acompañado por sus fieles y fieros marineros. Tras despedirse de sus familias con una pequeña fiesta a la que acudió todo el pueblo, los marineros abandonaron Abelleira una mañana de Otoño, fría y soleada, con los ánimos reforzados porque a pesar de que dejaban atrás su querido pueblo a saber por cuanto tiempo, se conducían a una aventura, a una aventura marina.

Además, el mar de Griselda está salpicado por numerosas y diminutas islas paradisíacas, muchas de ellas aún por descubrir, y también está repleto de una increíble fauna marina, como el clacton, que son unos seres diminutos que se mueven juntos cerca de la superficie y que emiten una luz débil que, durante la noche, cubre el mar como las estrellas en el cielo.

Pero, como iba diciendo, la expedición del capitán Sion no tenía como objetivo descubrir fauna interesante o hallar islas nuevas, sino que se disponía a averiguar que había al otro lado del mar de Griselda, lo que muchos creían era una misión suicida.

—¿Qué hora es? —preguntó Lemark, un marinero rudo y de fuertes brazos.

—Creo que son las diez —respondió Fernan, un hombre de aspecto duro aunque más enclenque que su compañero. Era de noche y las aguas estaban sumamente tranquilas. Los dos marineros descansaban en cubierta, apoyados en la barandilla de estribor.

—Parece que llevemos diez días en el mar y no diez horas —repuso Lemark. Suspiró y observó el clactón que vagaba a la deriva en las tranquilas aguas del mar—. Aún puedo ver la hermosa cara de mi querida Sonia, la recuerdo tan nítidamente como si la hubiese visto esta mañana.

—Porque la has visto esta mañana, cazurro —le contestó Fernan. Él, a diferencia de su compañero, alzó la cabeza y observó las verdaderas estrellas que poblaban el cielo despejado—. No llevamos ni un día en el mar y ya echas de menos tierra. Parece mentira que te llames marinero.

Lemark se ruborizó, recompuso su postura melancólica y desganada y miró a Fernan con enfado.

—Pues claro que soy un marinero —le dijo en voz alta—. Y mucho mejor que tú.

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