Alex:

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Aurora gritaba indignada y fuera de sí, había trabado las puertas del comedor para que la servidumbre no interrumpiera. Sin embargo, parecía no darse cuenta de que hasta los vecinos podía oírla. Si no quería escándalo, no iba a tener suerte con su actitud.

—¡Cómo te atreves a acusarme de mentirosa!

—¿Pero de que hablas? Yo no he hecho tal cosa —repicó Ava, estupefacta. Nunca había visto perder los estribos así a su hermana. Por lo general era una mujer que sabía contener muy bien sus emociones.

—¿Crees que mentiría con un cosa así? ¿O crees que... "olvidaría" a una sobrina mía? —Se paseaba por el cuarto, sin mirarla, con los puños apretados y la mirada alterada.

—No, Aurora, créeme... Sé que todo no puede ser más que una cruel mentira. Yo sólo... ¡Me preció tan extraño!

—¡Sí! ¡Es una broma muy cruel y muy extraña! —replicó de inmediato, luego agregó—. ¿Quién demonios es ese chico?

—No lo sé con certeza, se hace llamar Alex...

—Alex cuánto.

—No lo sé... no recuerdo que me haya dicho su apellido. Tampoco recuerdo haberlo visto nunca en mi vida —dijo, desconcertada.

Su hermana detuvo su caminata por el comedor y se quedó pensativa. Ava volvió a hablar.

—Pero, Aurora, no lo comprendo. ¿Por qué alguien haría algo así de cruel? ¿Con qué intención?

—¡Pues es obvio! ¡Dinero! —gritó le dijo, agrandando los ojos oscuros.

En ese momento se escuchó un alboroto del otro lado del comedor. Varias voces murmurando y luego, una voz de hombre acompañó unos tres golpes en la puerta cerrada.

—¿Aurora? ¿Estás ahí? ¿Qué ocurre? —Era Enrique Roux.

Su esposa se sobresaltó y los colores abandonaron su rostro. Comenzó a arreglarse los mechones de cabello que le colgaban rebeldes. Sus manos temblaban más que nunca.

—Sí, cariño, ahora abro.

Casi corrió hacia la puerta. Su hermana tuvo una mala impresión. Parecía, ¿asustada? Poco después el hombre entró. Ava le hizo gestos desesperados para que no le dijera nada, sin embargo apenas pisó el comedor, Aurora empezó a hablar de todo lo que le había contado. Parecía que no era capaz de tener secretos con su esposo. Enrique la escuchó sorprendido y atento, luego se puso furioso.

—Pero si este asunto es muy obvio, ¡quiere sacarnos dinero! Seguramente se enteró que es nuestra pariente y quiere aprovecharse de eso. ¡Diez mil pesos! ¡Es un montón de dinero! —exclamó y se acercó a su cuñada, que pensaba que para él esa cantidad no representaba más que el cambio chico—. ¡Primero te sacará todo lo que tienes y después vendrá a sobornarnos a nosotros con historias inventadas!... ¿Has quedado en juntarte con él? ¿Dónde? ¿Cuándo?

—¡Oh! No iba a ir —titubeó Ava, que empezaba a ver el peso que representaba el dinero pedido.

Enrique no se dio por vencido, la presionó hasta que logró que dijera cada palabra de su conversación con el muchacho. Le interesaba mucho los detalles, demasiado.

—¡Yo me encargaré de esto! —dijo el hombre, furioso.

—No lo hagas, por favor... No tiene sentido, es un chico extraño. Podría pasarte algo —se opuso su mujer, alarmada.

—Puedo arreglármelas muy bien —replicó ofendido y con una expresión de desprecio en su rostro.

Ava decidió intervenir.

Ecos de la memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora