EL PAGANO

105 42 47
                                    


Como en todas las ocasiones este sacerdote escucha las confesiones de sus feligreses primero una, luego la otra y la otra, sus tardes y noches transcurren de esa manera; se persigna cada vez que escucha algo que para su entendimiento es atroz, pero extrañamienta parece no serlo para su corazón: simultáneamente abre los ojos de par en par en medio de la tenue oscuridad de la pequeña cabina del confesionario y sus labios dibujan la sonrisa incógnita de la Gioconda; ordena rezar los padres nuestros y ave marías usuales de su tarde-noche, repitiendo ese patrón todos los días.

Los lectores suelen no ser conscientes de que este inusual clérigo carga en su alma mortal con los relatos narrados que escucha diariamente en su confesionario de dos metros con setenta y cinco de altura, debido a que después de llevar a cabo sus confesiones habituales en su pequeña habitación se dedica a escribir en su diario todo aquello que ha escuchado durante sus largas sesiones. Al parecer, comprende que el secreto sacramental no abarca lo que se consigna por escrito, o quizás entiende que al escribirlo en un diario, este se convierte en un secreto.

Prosigue con su monólogo interno mientras escribe: "Llegó nuevamente a la hora usual y a la vez que él sabe que soy yo quien lo está asistiendo, yo sé que es él por su voz tan particular cuyas historias siento como un dulce llamándome desde la alacena, además, porque es el único que al arrodillarse pronuncia —Ave María purísima. Yo le respondo —Sin pecado concebida. Se santigua mientras dice —En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo—. Mientras yo termino con mi verso tradicional: —El Señor esté en tu corazón para que te puedas arrepentir y confesar humildemente tus pecados. —Pero parece que el Señor nunca está en su corazón, que el Señor no se encuentra ni remotamente escondido en ninguna arteria de esta persona, y si pasa por ella solo puede dejar saludos.

Hoy, como en la mayoría de sus tardes, comenzó contándome una de sus llamadas anécdotas: habla de la sangre de un perro en la calle y es incoherente al contar sobre estar mirando a la gente desde lo alto mientras susurra que no les tendrá piedad. Siguiendo con su supuesta confesión habla sobre un pobre hombre y no deja de comentarme sobre cómo estuvo varios días persiguiendo a ese joven, aprendiendo su rutina, como si de su deporte o afición favorita se tratara; habla con tanto entusiasmo que yo mismo sentí afinidad y llegué a hacerme la idea casi visual de aquel muchacho, pero mi contemplación se detuvo cuando narró que aquel joven lloraba mientras le hacía aquello que le hizo... con esos perros dóberman."

El sacerdote rompe su estado de concentración y escritura, mira largamente el techo de su habitación como si hubiese encontrado allí algo de su interés, y de pronto deja escapar un grito de esperanza que al final se tiñe de decepción 

— ¡Dios como puede! ¡En verdad trato! ¡En verdad lo he intentado siempre! Se cubre la cara con sus manos y luego de un minuto se agacha para seguir escribiendo:

"Ni escribirlo me es racionalmente cómodo, pero una oscura satisfacción debo encontrar en mi corazón al hacerlo porque no puedo resistirme a la tentación de escribirlo. En verdad creo que se quiere confesar y espero que esté buscando la ayuda de Dios, recuerdo que la primera vez que lo escuché vomité en mi sotana pero había adrenalina en mi sangre ¡No lo comprendo! Hoy como en las anteriores veces lo he alentado a abandonar el camino del mal, a que se arrepienta, pero parece que él solo juega con mis esperanzas hoy ya rotas; continuó viniendo y cómo me arrepiento de haber seguido atendiéndolo cuando ya terminaba mi turno, privilegio que siempre negué a los demás, y siempre contándome sus 'anécdotas' como si de medallas de honor se tratara, quisiera saber si aquello que lo impulsa a contármelo es aquello que busca su arrepentimiento, más aun, necesito saber si aquello que me impulsa a escucharlo es la intención de saberlo arrepentido,  o es una inconfesable satisfacción, confabulación de mi subconsciente oscuro con sus 'fábulas', porque siento como un dulzor tanto en su voz como en sus oscuras historias, que me cautivan a continuar escuchándolo, de verdad que cuando termina una historia me quedo allí en silencio esperando que continúe...

Mientras escribía lo he comprendido , no es solo su voz, hoy lo sé."

El sacerdote cierra su diario como todas las noches, dice su oración habitual como todas las noches... pero hoy lo ha hecho muy lenta y pensativamente... y luego más tarde, sin esperar la tercera campanada a cuyo compás habitualmente se persignada para orar... en vez de ello hoy el timbre fuerte de aquellas campanas enmudecieron los sonidos espasmódicos y las leves vibraciones que provocaban en la soga los saltos del cuerpo que pendía del techo de su habitación. Por última vez sus ojos se abrieron de par en par pero solo captaron la oscuridad de la noche. 

Latidos del corazónWhere stories live. Discover now