XXVII. Reencuentro con un Futurista.

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Ya llevaba media hora en el tráfico. Eso es algo que siempre le maravilló, para mal. ¿Cómo es posible que a las 5 de la mañana ya haya tráfico cargado en la ciudad? Sin embargo, últimamente le ha estado tratando de ver el lado bueno a las cosas malas. En este caso, nuestro elegante hombre piensa que quizá es mejor que haya tráfico, así puede tomarse un tiempo para relajarse antes de llegar al trabajo y no parar hasta unas 12 horas después. Además, así puede escuchar el Réquiem de Dvorak entero.

Mientras está parado en el tráfico, un auto empieza de atrás empieza a bocinar como loco, por lo que voltea a ver qué pasa. Como si fuera obra del destino, se topa con que en el asiento de atrás hay un mazo de mango largo. El mazo es bastante simple: mango de color beige con el acero pintado de color negro. No entendió qué hacía ese mazo ahí hasta que recordó las pruebas que hizo ayer en el laboratorio. Resulta que, aunque ya hayan pasado décadas, un biólogo del laboratorio consideró que aún se pueden encontrar registros de ADN en la herramienta. Tuvo razón, pero sacó muy poca información, por lo que quería hacer más pruebas, así que el hombre de un solo ojo no se preocupó por sacarlo de su auto.

Rápidamente, el hombre desvía su atención hacia la carretera, pero no deja de pensar la herramienta. Dicho mazo le trae muchísimos recuerdos. Recuerda la casa, pequeña como una choza; recuerda la familia que vivía allí, un niño amoroso con una familia desquiciada; recuerda la comida que se servía allí, tan macabra como necesaria para los residentes de la casa.

Recuerda la desaparición de su colega pianista; recuerda el terror de su compañera pelirroja, recuerda su propio terror; recuerda las lágrimas de su hermano y de su esposa; recuerda su airada discusión con el actual presidente de Estados Unidos; recuerda la sed, recuerda el hambre, recuerda la ira, la desesperación, la confusión. Recuerda la sangre con la que fue untada el mazo. Recuerda los chorros de sangre que caían de la cara de la pelirroja. Recuerda que el mazo se convirtió en un amigo. Recuerda el funeral. Por último, pero, sobre todo, Hadrian recuerda que todo ocurrió en un periodo de 33 horas.

Nunca olvidará la semana después que se reencontró con Norman.



—Veo que no has perdido tu sentido del humor... —Dice Norman, con un tono gracioso. —Y también veo que tampoco has perdido tu talento con la música.

No respondía. Mis manos cubrían mi rostro, que a la vez se ocultaba en mis piernas. Las lágrimas por fin salieron, y eso no me gusta. Me estoy volviendo muy llorón, a pesar de que más o menos había imaginado un escenario como este.

—Tú siempre has visto muchas cosas... demasiadas, diría yo. —Digo, sin levantar todavía la cabeza. Solo escucho la risa de Norman, y de algunos más en la sala.

—Hayato, lleva a todos a conocer el lugar. Yo me quedo con Emma, Ray y Hadrian.

—¡Sí señor!

Y así fue el comienzo del final.



—No tienen la menor idea de cuánto los he buscado. ¡En serio, estoy muy feliz de verlos por fin!

Después de que todos se fueran, el sentimentalismo de estos tres no había parado. Tampoco el mío, aunque mis lágrimas ya habían parado. Tenía muchísimas preguntas que hacerle a Norman, que no sé si aguante más tiempo de reencuentros y abrazos.

Me enteré de que Ray le dio una satisfactoria cachetada al mientras yo tocaba Wieniawski. Me enteré de que Emma abrazó a Norman durante unos 10 minutos. Me enteré de que todos abrazaron a Norman durante unos 10 minutos. No me extraña para nada. Siempre fue así. Norman era el más querido por todos; él era el modelo a seguir. Cuando él se fue, todos lloraron como si supieran que se iba a morir.

El Segundo Hijo de IsabellaWhere stories live. Discover now