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Jimin era un cazador.

Cuando pequeño había tenido que soportar ver como su madre era asesinada a causa de una de esas criaturas.

Monstruos, les llamaba él.

Triplicaban el tamaño de un ser humano normal, grandes garras tenían por manos y su piel parecía estar cubierta de escamas, escamas oscuras. Sus dientes sobresalían de sus bocas, simplemente listos para arrancar carne fresca. No parecían ser alguna especie de criatura mitológica, no venían en algún libro de historia de la escuela. Habían aparecido de la nada, cuando el mundo comenzaba a sumergirse en las tinieblas.

Pocos sobrevivientes quedaron, la gran mayoría de ellos escondidos en el fondo de los túneles subterráneos. Aquel lugar donde las criaturas no alcanzaban a llegar, no cuando la luz del sol, poca, que apenas era notada por las grandes nubes grises que cubrían los cielos, parecía quemarles el cuerpo.

Esa fue la primera debilidad con la que Jimin empezó a atacarlos.

Quería venganza. Cada parte de su organismo añoraba encontrar a ese espécimen en específico que le había arrebatado a su todo, a su madre. Contaba los días, las horas, para poder encontrarlo.

No les temía, nada le detenía, estaba totalmente cegado por su furia y odio.

Cuando cumplió los veinte fue que empezó a cazar, planificó estrategias, los vigiló hasta la guarida donde como ratas se escondían.

Y un día, atacó.

Asesinó a tres.

Terminó cubierto con su espesa sangre, pero con la cabeza del más grande de ellos colgando de su mano derecha. Hizo que cualquier persona que todavía permanecía en aquellos vecindarios le respetara, se lo había ganado, y no por el valor de ser un héroe, sino por la venganza.

Desde entonces seguía cumpliendo su trabajo, eliminaba a la amenaza, vigilaba gran parte de los restos de los que alguna vez fue una gran e impotente ciudad. Nunca vio a alguien haciendo lo mismo que él, los hombres vivían en los subterráneos, incapaces de defenderse de sí mismos, pero Jimin lo hacía por ellos. No tenía nada que perder, no era esposo, no era novio, no era padre y no era... hijo.

Subió a su camioneta, dispuesto a vigilar el perímetro sur, donde los últimos días se había manifestado una actividad irregular. Posiblemente golemuns, nombre con el cual bautizó a las criaturas, buscando presas. Era algo que Jimin aborrecía, mataban personas, las tragaban y después de algunos días escupían los restos, lo poco que quedaba de ellos. Suspiró, el mundo estaba al borde de la extinción, los animales habían desaparecido, la vegetación era ya tóxica, y el oxígeno que le permitía respirar a la larga terminaba quitándole la vida. La luz del sol ya no existía, ni siquiera la de la luna, las nubes llenas de negrura era lo único que se observaba en los cielos. Jimin nunca vio una estrella, se las imaginaba con los relatos que alguna vez le contó su madre.

"-Son hermosas, cariño. Aparecen siempre de noche, cuando el sol se esconde y el cielo se vuelve oscuro, aparecen pequeños puntos en medio de todo ese azúl, pero cuando brillan, su luz te ilumina el camino. No pude apreciarlas como debería, pero la última vez que pude ver una fue en mi niñez, en mi décimo cumpleaños..."

Jimin suspiró, su vida con el pasar de los días se volvía un infierno. No recordaba la última vez que había reído o incluso hablado con otra persona, la vida era escasa, al igual que la loca esperanza de que pudiera vengar la memoria de su progenitora.

Lo único que lo mantenía vivo.

Regresó a su hogar, o lo que quedaba de ello. ¿Grandes casas? ¿grandes lujos? No existía rastro de eso ahora, la supervivencia se mantenía en el suelo, a metros bajo tierra. Y él no deseaba ser parte de ella.

EL PLANETA DE LAS TINIEBLAS 愛 KMWhere stories live. Discover now