Capítulo 2

1K 112 19
                                    

CHANKIMHA

—Me dijeron que estabas en el equipo, pero no quise creerlo. Había llegado. El momento que había intentado evitar el último mes cayó sobre mí sin escapatoria posible, tal y como haría una brigada de la Guardia Civil para atrapar a un delincuente. Charlotte bajó la mirada, y en ese momento habría dado cualquier cosa, lo que fuera, por descubrir qué estaba pensando. Tenerla tan cerca me permitió fijarme en que estaba igual de guapa que siempre. Los mismos ojos brillantes, el mismo pelo recogido en una alta coleta que le daba ese aspecto de agresiva jugadora de fútbol. Pero yo sabía que no era así. Qué va. Charlotte Agustín tenía su lado salvaje, pero en el fondo era como un frágil diente de león a punto de ser arrastrado por el viento. Si cerraba los ojos todavía podía escuchar los llantos que le arrancaba cuando… Por Dios, no pienses en eso ahora, Freen.

—Te informaron bien —afirmó la delantera, rascándose la nariz y evitando el contacto directo con mis ojos—. Te he visto entrar antes, pero no estaba segura de que quisieras saludarme.

—Veo que Armstrong y tú han intimado. Pensaba que no se llevaban bien. Charlotte se limitó a desviar la mirada, como si no fuera su intención discutir estos asuntos personales conmigo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez, pero las heridas seguían abiertas, al menos las mías, y estaba casi segura de que para ella también era así. —¿Por qué aquí, Charlotte? —le pregunté—. ¿No podías haber elegido cualquier otro equipo? Había deseado hacerle esta pregunta desde que los reporteros del periódico local ilustraron aquella noticia con la fotografía de Charlotte posando el bolígrafo sobre su contrato. Charlotte Austin, el fichaje estrella del BGC Asian Scholars, rezaba el titular. La delantera más joven del país. Le habían ofrecido un contrato estratosférico para la liga femenina, que nadie en su sano juicio rechazaría y aunque sabía que este era el motivo, quería escucharlo de sus propios labios.

—Sabes tan bien como yo que no podía decir que no.

—Sí —respondí con tristeza—, lo vi en los periódicos. Pero tenía la esperanza de que al final no vinieras, la verdad. —

Lo siento —dijo. Entonces Charlotte me miró a los ojos y vi que se trataba de una disculpa sincera.

Era sorprendente lo poco que había cambiado la jugadora desde la última vez que nos habíamos visto. Al mirarla de nuevo pude reconocer en seguida a la niña pequeña, mi mejor amiga, mi confidente, con quien había crecido en uno de los barrios residenciales de la ciudad. Lo que más dolía de tenerla cerca era que me obligaba a recordar las tardes encerradas en su cuarto, con decenas de refrescos, palomitas y el proyector de cine de su padre. Nuestra favorita era El Gran Dictador, una película muda, en blanco y negro, en la que un hombre con un bigote muy pintoresco se pasaba toda la cinta haciendo payasadas. A mí me encantaba. Reíamos tan alto que Charlotte siempre acababa escupiendo su Coca-Cola por culpa del ataque de risa. ¿En qué momento dejamos de ser amigas?

—No lo sientes más que yo —repliqué—. Supongo que nos veremos por aquí.

Cuídate.

Salí del cuarto de baño cabizbaja y ahogándome en mi propio baño de recuerdos. Quería irme a casa, olvidarme de lo que había visto y de mi conversación con Charlotte. Sí, quería dormir para auto convencerme de que todo aquello no había sido más que un mal sueño. 

CHANKIMHA 

Nunca en mi vida he sentido el deseo de huir de mi trabajo. Me gusta lo que hago, adoro la profesión médica y sé que me entrego a ella como muy pocas personas lo hacen. Pero recuerdo que a la mañana siguiente de mi conversación con Charlotte me sentía cansada, asqueada por los derroteros que estaba tomando mi vida personal, y lo último que me apetecía era regresar a la enfermería, a otro día de fútbol. A otro día de jugadoras de fútbol. Cuando vi a Rebecca Armstrong entrando en la enfermería como lo haría un ladrón, sigilosa y de puntillas, preferí guardar silencio y hacerme la despistada. Se le notaba dolorida. Incluso desde donde yo estaba sentada, preparando un ungüento, podía ver que su tobillo estaba hinchado. Caminaba mal y sus ojos se entrecerraban con dolor con cada paso que daba. Y, sin embargo, su actitud era tan extraña que preferí mantenerme al margen y esperar.

"En fuera de juego" - Adaptación FreenBeckyWhere stories live. Discover now