Comienza la aventura

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© 2018 Pablo Alejandro Pedraza

Buenos Aires, Argentina

Todos los derechos reservados

Publicado en ELE

© 2021 Editorial Dunken


A mis Padres


Existen en nuestro planeta territorios olvidados por esa parte del mundo que consideramos civilizado. Regiones agrestes, estancadas en el tiempo, donde la vida parece no tener lugar. Sin embargo, en estos sitios también nacen historias, tan similares y diversas como otras. Historias que viajan en el polvoriento arrullo del viento y se fecundan, de pueblo en pueblo, con la polinización del boca a boca. Esta es solo una de esas historias:


CAPÍTULO 1


Ulises Grande, se recibió de médico dos veces: la primera, al graduarse en la facultad, y la segunda, después de conocer a Cándida y Ceferino.

En aquella época, el joven médico, vivía con sus padres. Era el hijo único de un matrimonio acaudalado; una pareja arruinada por la prepotencia y el cinismo a la que le costaba, cada día más, guardar las apariencias en público.

Unos años antes, cuando Ulises recién descubrió su vocación, creía que poder recibirse de médico era algo que nunca le sucedería, más aún, estaba seguro de que su padre no lo permitiría y que él no haría nada al respecto.

Esos dos acontecimientos se hicieron realidad: su padre se opuso y Ulises no hizo nada para impedirlo. De todos modos y contra todo pronóstico, aquello que él suponía que no sucedería, sí ocurrió. Y pasó a ser la primera decisión realmente propia que Ulises tomó en su vida. Las demás habían sido, por completo, directivas impartidas por su padre, Jorge Grande, un empresario reconocido y acostumbrado a que todo se hiciera a su entera satisfacción, sin negativas ni cuestionamientos.

Jorge ya tenía planeado el futuro de su hijo, sería abogado igual que él, trabajarían juntos y luego se haría cargo de los negocios familiares cuando el señor Grande ya no pudiese hacerlo.

Ulises, que era un joven tímido y afable, se transformaba en un ser dubitativo y temeroso cuando estaba junto a él. Y simplemente movía la cabeza en señal de aprobación ante cada nueva exigencia que Jorge le imponía. Evitaba a como diera lugar hablarle directamente, ya que su padre odiaba que empezara a tartamudear. Algo que le sobrevenía con mucha más frecuencia, ante su presencia o la de alguna mujer que él consideraba hermosa.

Ulises heredó las señas y rasgos de su madre, Elizabeth Mantella, una mujer de exquisita belleza, delgada y pequeña como una bailarina de ballet. En su juventud, Elizabeth, había sido modelo publicitaria y le auguraban una prometedora carrera, pero cuando comenzó a ganar notoriedad se cruzó con Jorge Grande. Un romance meteórico que pronto la llevó a casarse, y más pronto a dejar cualquier cuestión relacionada con su mediática profesión.

Con el paso de los años, Elizabeth, se convirtió en un trofeo decorativo que Jorge mostraba en su exclusivo círculo de amistades; y luego, poco a poco, en un fantasma dentro de esa enorme casa. Pasaba los días confinada en su dormitorio, acompañada por un batallón de frascos variopintos que contenían pastillas de múltiples colores y efectos.

El pedante y empalagoso doctor Mielles, amigo de la familia paterna y un sujeto que a Ulises le repugnaba, era quien le recetaba la mayoría de las píldoras que habían transformado a su madre en una persona dependiente. Cada mañana, al levantarse, Elizabeth ingería una pastilla roja y antes de comer una verde, y si se enteraba de que Jorge regresaba de algún viaje de negocios, se tomaba dos juntas de las blancas que eran las más fuertes.

LA ESTACIÓN DEL OLVIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora