Historia de una planta

17 2 0
                                    

Todos tenemos un lugar en el que "nos encontramos", un sitio puntual en que podemos expresar en plenitud nuestra esencia, lo que somos. Yo no encontraba el mío. Por más que intentaba crecer, el verde deslucido de mis hojas no expresaba mi verdadero potencial oculto. Tenía agua suficiente, ese no era el problema y me cuidaban con amorosa paciencia, casi como a una hija. Yo quería crecer, demostrar lo feliz y afortunada que era de hallarme en tan buenas manos. Pero no podía, todo intento era inútil.

Me estiré lo más que pude, a mi paso lento pero constante y siempre perseverante. Mi tallo se volvió delgado y endeble, pero siempre buscaba ir lo más alto que me fuera posible, queriendo alcanzar el techo blanco sobre mis hojas. Mis hojas, mis pobres hojas... tan pequeñas y temerosas de alejarse demasiado del tallo. Nunca llegué a tener más que unas cuantas, las suficientes como para alimentarme y seguir luchando por una existencia llena de frustración y desencanto.

Llegó un momento en que necesité ayuda para seguir sosteniéndome erguida. Fue entonces cuando me ataron a una varilla de madera que clavaron en la tierra de mi maceta, peligrosamente cerca de mis raíces. Creí que había llegado mi final, que agonizaba y aquello no era más que un desesperado intento de mis manos protectoras, por levantarme del pozo oscuro en que me encontraba.

Hasta que un día todo cambió. Desperté en otro lugar, muy distinto al anterior. Al pie de una ventana luminosa, algo en el aire se sentía diferente. Aquellas manos seguían cuidándome con todo el amor del mundo, seguían regándome religiosamente, pero algo sustancial había cambiado: la ventana resplandecía con una calidez que nunca antes había sentido. Y ese calor, abrasador, intenso, que a muchos podría haberles resultado agobiante, a mí me despertó. Mis células se activaron con renovada energía y mis esfuerzos por crecer comenzaron a dar su fruto. Mis hojas se multiplicaron y se agrandaron como por arte de magia. El Sol venía a salvarme la vida, estaba convencida de que ya nada podría lastimarme e impedir que creciera sana y fuerte.

Sin embargo, un nuevo tropiezo me hizo desfallecer. Mis nuevas hojas, mucho más frondosas que las anteriores, eran demasiado pesadas para mi tronco, que no había logrado crecer a la par. Por más que siguieran sujetándome al tutor de madera, más de una vez me incliné peligrosamente hacia el suelo, amenazando con partirme dolorosamente por la mitad. Finalmente aquello sucedió, pero de una manera que jamás había esperado: las mismas manos devotas que me cuidaban, que me regaban y me daban amor, me cercenaron por la mitad con un cuchillo.

Se imaginarán mi desconcierto y la profunda desazón que sentí, al ver que era mutilada por las manos que tanto me habían cuidado, por las que tanto me había esforzado por complacer, creciendo alta y hermosa, embelleciendo su hogar, que también creí mío. Todo el agradecimiento que experimenté cuando me movieron de sitio se tornó en una amargura igualmente grande, al saberme tan vilmente traicionada.

Esta vez sí, no había dudas de que iba a morir... o eso pensé. Para mi sorpresa, la tierra de mi maceta fue reemplazada por un jarrón de agua cristalina, tan buena para mí como el suelo. Me adapté con rapidez a las nuevas condiciones de mi existencia y, casi sin pensarlo, me encontré echando raíces nuevamente. Así, no sólo resultó que podía sobrevivir en el agua, sino que también podía seguir creciendo y desarrollándome como siempre. Seguía en mi lugar favorito de la casa, cerquita de la ventana, por lo que la luz solar me daba consuelo ante mi desgracia y me animaba para salir adelante.

Un buen día, las manos a las que había tildado de traidoras, me volvieron a poner en tierra firme, en una nueva maceta, mucho más espaciosa que la anterior, pero siempre en mi rincón preferido. ¡Y acompañada! Lo que había quedado de mi tallo en la antigua maceta estaba brotando, casi tan rápido como yo había echado raíces. Allí estaba, una nueva yo, una hija nacida de mi dolor y mi sufrimiento.

Al final lo entendí todo. Las manos que velaban por mí siempre habían sabido lo que yo necesitaba, lo que era mejor para mi existencia. Por eso me regaban con cuidado, por eso me habían atado a un tutor, por eso me habían cambiado de lugar, por eso me habían cortado en dos, para que pudiera seguir creciendo, cada vez más fuerte, cada vez más bella y orgullosa de demostrarles todo mi amor.

A veces necesitamos ayuda para encontrar nuestro lugar...


Historia de una plantaWhere stories live. Discover now