𝗖𝗮𝗽𝗶𝘁𝘂𝗹𝗼 𝗱𝗶𝗲𝗰𝗶𝗼𝗰𝗵𝗼 - 𝗫𝗩𝗜𝗜𝗜

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El sol brillaba con una fuerza deslumbrante en Lenora, California, pintando el cielo con un resplandor radiante. Los rayos solares se filtraban a través de las nubes dispersas, iluminando las calles y bañando el paisaje en una cálida luz dorada.

En definitiva aquel sitió era tan caluroso y cómodo como Max lo había descrito. Ir a la playa en familia los fines de semana se había convertido en algo habitual para la familia Byers, y Dahlia lo amaba. Desde el primer día que puso un pie en Lenora, se sintió cautivada por su encanto. Se había adaptado rápidamente al estilo de vida relajado de los californianos a pesar de ser muy diferente a como era en Hawkins.

Había aprendido a nadar, a hacer surf, a bucear... Pero patinar era por mucho su actividad favorita. Desde que se subió por primera vez a un par de patines, se sintió como si estuviera volando sobre el asfalto. La sensación de libertad y fluidez que experimentaba mientras se deslizaba elegantemente, con el viento acariciando su rostro, era incomparable. Los patines se habían convertido en una extensión natural de su ser.

Sin embargo, la joven Byers nunca llegó a conectar con la gente de California. Parecía que sus compañeros de clase la pasaban por alto, como si fuera invisible en medio de la multitud. En Hawkins, su ciudad natal, Dahlia había sido admirada y querida por sus habilidades, pero en Lenora, se sentía como una estudiante desconocida y aburrida.

El hecho de estar en una clase diferente a sus hermanos no ayudó en nada. Al ser un año mayor, la metieron en un curso más alto, pero apenas llevaba las asignaturas al día. Todo era muy difícil en el instituto de Lenora Hills.

La sensación de soledad y aislamiento se hacía presente en los pasillos del instituto. Observaba cómo los grupos de amigos reían y hablaban animadamente. Mientras tanto, ella se encontraba al margen de esos círculos sociales, sin encontrar un lugar donde encajar. Aunque siempre había sido una persona sociable y amigable, la barrera invisible que la separaba de sus compañeros parecía insuperable.

Cada día que pasaba extrañaba Hawkins aún más. Allí, tenía amigos que la apoyaban y la valoraban. Sentía que pertenecía a aquel lugar, donde sus talentos eran reconocidos y su presencia era significativa. La nostalgia de los recuerdos felices y los momentos compartidos con sus amigos en su antigua ciudad aumentaba con el pasar de los meses.

Esa soledad que Lia sentía era también compartida por sus hermanos. Once no tuvo la suficiente suerte como para solo ser ignorada, sino que también debía soportar los insultos y las burlas crueles por parte de sus compañeros de clase. 

La tristeza y la indignación inundaban el corazón de Dahlia al ver cómo su hermana sufría constantemente. La impotencia de no poder defenderla de las injusticias que enfrentaba diariamente generaba una rabia contenida dentro de ella. Si por ella fuera habría hecho volar a cada uno de esos abusones, pero en su nueva vida sus poderes debían permanecer ocultos.

Se preguntaba como estarían yendo las cosas en Hawkins. Lia trataba de hablar con su novia lo máximo que podía, pero el teléfono siempre estaba ocupado, ya fuera porque su madre estaba trabajando o porque Once no podía vivir un día sin hablar con Mike.

Realmente extrañaba a su novia. El verano del año pasado había sido el mejor de su vida, había compartido cientos de tardes con la pelirroja y nunca sintió ni una pizca de aburrimiento. Su corazón saltaba de su pecho cuando en alguna ocasión especial Mayfield le mandaba una carta con una foto suya. Guardaba aquellas fotos como si de un tesoro se tratase, y es que para ella eran lo más parecido a uno.

Jonathan también había cambiado mucho en esos meses. Había hecho un nuevo amigo, Argyle. Tenía el pelo muy largo, casi tanto que a la rubia le daba envidia. Ambos hombres fumaban una especie de hierbas apestosas. Sin embargo, Jonathan había hecho prometer a sus hermanos que mantendrían en secreto esa actividad para evitar preocupaciones innecesarias a Joyce.

Eso se complicó cuando Lia vio unos ricos caramelos escondidos en la habitación de su hermano mayor. Nunca pensó que serían caramelos mágicos, por llamarlos de alguna manera. Pero esa es anécdota para otro momento.

Esos últimos días había sido Argyle el que había estado llevando a los adolescentes a clase, porque el coche de Jonathan se había averiado. Pero ese día de clase no era un día cualquiera, era el último día antes de las vacaciones de primavera. Dahlia no se lo había dicho a Max, pero había reservado un vuelo directo a Hawkins solo para verla.

El día fue algo aburrido, la rubia no podía parar de mirar el reloj, esperando a que llegase la hora de irse a casa y preparar la maleta. Cuando la campana por fin sonó, recogió sus cosas y salió corriendo por la puerta, encontrándose con Will.

—Por fin se acaba esta tortura —bromeó metiendo sus manos en sus bolsillos—. Casi me muero cuando había visto que aún faltaba media hora de clase, no hay quien soporte a mi profesora de historia.

—Eso es porque no has visto a la nuestra... —murmuró el adolescente.

Ambos salieron de clase contentos, cuando se encontraron con la escena perfecta para hacer a Lia sacar humo por las orejas. Ce estaba de rodillas en el suelo mientras que algunos idiotas de su clase aplastaban su maqueta de apoyo visual. La rubia comenzó a caminar enfurecida hacia la muchedumbre.

—¡Angela! —gritó Once.

Se acercó a ella a grandes zancadas, y cuando estuvo lo suficientemente cerca levantó su mano derecha acompañada de un grito. Lia y Will sabían perfectamente que en otras circunstancias la abusona habría acabado en el suelo, pero esta vez solo había hecho quedar a la chica como una loca.

—Esta chalada —rió Angela, provocando las risas de todos los presentes.

—¿Cual es tu maldito problema? —gritó la rubia acercándose a la chica— ¿Te diviertes haciendo de chica mala?

—Ya llegó la hermanita protectora —vacilo uno de los amigos de Angela.

—La hermanita protectora está a punto de meter este puño entre tus dientes como no te disculpes ahora mismo —amenazó con seriedad, logrando asustarlo.

—¡Eh! —llamó la atención una profesora, justo a tiempo para evitar que Lia cumpliese con lo que había dicho— ¿Qué ha pasado?, Jane —se acercó a ella al verla llorando y con su proyecto hecho pedazos—. ¿Alguien te lo a roto?

—Me he tropezado —dijo mirando a la abusona—. Ha sido un accidente.

—A ver Angela, vámonos —demandó la profesora.

—¿Qué? ¿Por que? —preguntó cuando la agarró del brazo para llevársela— Yo no he hecho nada, díselo Jane, ¡Díselo!.

—¡Ce!, ¡Ce! —Will se agachó para recoger los pedazos de la maqueta— Joder, lo siento. No te preocupes. No es muy grave.

—Lo arreglaremos, ¿Vale? —apoyó la rubia.

Definitivamente Lenora estaba siendo un lugar complicado para los Byers.

𝘽𝙧𝙤𝙠𝙚𝙣 𝙃𝙚𝙖𝙧𝙩𝙨 [Max Mayfield]Where stories live. Discover now