✿ Dio Brando

657 53 8
                                    


Lidiar con un Dio celoso no es una tarea fácil.

Ya habían pasado varios días desde que Dio desaparecía de repente. Simplemente se retiraba de la mansión Joestar y no regresaba hasta dentro de algunas horas. Jonathan se había dado cuenta de esto y le parecía sumamente sospechoso, pues Dio no salía mucho.

Durante una soleada mañana, Dio volvió a salir; Jonathan estaba dormido aún, así que no se percató.

Caminó hacia las afueras de la mansión hasta encontrarse con aquella señorita en el mismo punto de encuentro de todos los días, un gran árbol de hojas preciosas.

Dio había conocido a la joven desde aproximadamente un mes. Era nieta de un noble en Londres, por lo que quiso aprovecharse de su riqueza. Sin embargo, se sentía cómodo cuando hablaba con la joven y jamás aceptaría que estaba desarrollando sentimientos por ella.

Se acercó al árbol y la chica lo volteó a ver debido al sonido de sus pisadas.

— Hola.— Saludó el muchacho.

— Hola, buenos días, Dio.— Sonrió amablemente.

Ambos se recostaron sobre el pasto y hablaron sobre sus vidas, por supuesto que Dio omitía varias partes e inventaba otras. Era lo que hacían la mayoría del tiempo que pasaban juntos.

— ¿Y, por qué vienes por aquí?— Cuestionó serio. Parecía estar algo perdido en sus pensamientos. En realidad estaba aclarando sus sentimientos por la bella joven. Él estaba sentado, recargando su espalda en el tronco del árbol, mientras que ella seguía acostada observando el cielo azul que los cubría con bonitas nubes.

— La verdad me aburre mucho estar en mi casa. No tengo a nadie que quiera pasar tiempo conmigo. Muchas gracias por venir aquí todos los días y hacerme compañía.— Musitó con calma la joven.

— No tienes por qué agradecer.

— Eh, Dio...— El mencionado volteó de reojo.— Hoy mi familia tendrá un banquete a las ocho, y la verdad no quiero ir porque mi mam...— El joven la interrumpió.

— Sí puedo venir en la noche, no hay problema.

— Gracias... Pero, ¿Por qué tanta seriedad, Dio?— Soltó una ligera risa.

— No es nada.

— ¿Estás seguro?— Observó que el joven puso sus brazos tras su cabeza para recostarse y cerró sus ojos. — ¿Te vas a dormir?— No respondió. Estaba abrumado con todo lo que estaba sintiendo. Su ego estaba mezclándose con sus sentimientos románticos y era un total dolor de cabeza para él, además de que la dulce voz de la joven no le ayudaba a concentrarse.

La chica lo observó detenidamente. Verlo tan tranquilo le transmitía mucha paz, pero después de un rato comenzaba a aburrirse. Sonrió traviesa y le pareció una buena idea el acercarse al muchacho sin hacer ruido. Estando lo suficientemente cerca, comenzó a hacerle cosquillas.

Primero rieron, pero el rubio se quejó algunos segundos después.

— ¡Ya!— La chica seguía haciéndole cosquillas.— ¡Ya basta, maldita sea!— Exclamó con notable enojo. Dio hizo que ella quedara contra el suelo y aprisionó las muñecas de la joven con sus manos, viéndola de forma intimidante.

Ella no pensaba que reaccionaría de esa forma.

— ¡Lo siento, no lo volveré a hacer!— Tartamudeó. Estaba asustada, pues Dio daba bastante miedo cuando estaba enojado.

El chico suspiró un poco más calmado al cabo de un momento y la soltó con fuerza, pero no le hizo daño.

Vio que la joven estaba reteniendo sus ganas de soltar sus lágrimas, escuchar a la única persona que alegraba sus días gritando de esa manera la alteró demasiado. Él solo se levantó y dio media vuelta.

Se alejó algunos metros y escuchó a la chica llorar, no obstante, se dejó llevar por su orgullo y siguió caminando.

Cuando llegó a la mansión, pudo ver a Jonathan en el jardín, estaba leyendo un libro. Pasó frente a él, ignorando su presencia por completo.

— ¡Dio!— Lo tomó del brazo.— ¿Dónde estabas? Papá estaba preocupado por ti.— Enseguida se libró del agarre de Jonathan con un movimiento brusco y volvió a ignorarlo.— ¡¿Dónde estabas?!

— ¿Te importa?— Cuestionó irritado.

— Le diré a papá que ya llegaste.— Corrió hasta la habitación de su padre, mientras que Dio siguió su camino con calma. Recibió un castigo por parte de Joestar, ya no podría salir sin su permiso. Dio actuó arrepentido, pero realmente no le importaba en lo más mínimo.

Fue a su habitación y se recostó en su cama. La había cagado por completo.

No, no fue así. ¿Cómo el gran Dio arruinaría una situación con una mujer? Ella debería estar a sus pies, ¿No? Después de todo él era tan inalcanzable. Su tarde corrió a una velocidad impresionante, pues no podía dejar de pensar en ella. Lo odiaba, de verdad odiaba sentirse así por una simple mujer, pero no podía evitarlo.

Poco antes de las ocho salió a escondidas de la mansión. Supuso que la joven no estaría ahí después de darse cuenta de que la hizo llorar, pero no le importaba, él la esperaría ahí hasta la madrugada.

Cuando finalmente llegó al punto, logró divisar a la chica, estaba hablando con otro muchacho. Ambos se veían alegres y ella tenía un ramo de rosas en una de sus manos. Al parecer ya estaban despidiéndose, así que Dio la esperó de pie, recargando su peso en el árbol. Trataba de controlar su enojo, pero la mirada asesina con la que observaba al joven, lo delataba.

Ella se acercó nerviosa, pues se dio cuenta de que Dio ya estaba ahí.

— Buenas noches.— Saludó sin mirarlo. Dio no respondió.— Disculpa lo de la mañana, no fue mi intención hacerte enojar.— Solo podía mirar el pasto, estaba demasiado nerviosa.

— ¿Quién era él?— Preguntó con frialdad.— ¿Él te dio esas rosas?— La muchacha se confundió un poco, ya que su acompañante no tocó el tema del que ella hablaba.

— Ah, es hijo de uno de los invitados del banquete. Nunca nos habíamos hablado, pero es muy amable. ¡Mira!— Extendió el ramo hacia Dio.— Hasta me regaló un ramo de rosas.

— Yo puedo darte uno mucho mejor, más grande, excéntrico y puedo darte muchas cosas más que un absurdo ramo de rosas.— Dijo con superioridad. La muchacha se ruborizó.

— Oh, vamos Dio. Tampoco seas así.— Rio avergonzada y nuevamente dirigió su mirada hacia el suelo.

— Si vuelve a poner un pie aquí, está muerto.— Acomodó su cabello y se paró frente a ella. Se sentía cada vez más nerviosa, quería decirle algo, pero las palabras no salían.

Dio tomó su mentón con sus dedos índice y pulgar y cortó la distancia entre sus rostros, lo suficiente para que sus narices se rozaran. Sin embargo, la joven seguía desviando la mirada, sentía que en cualquier momento se quedaría sin aliento.

— ¿Por qué no me miras?— Cuestionó con una sonrisa burlona, y sonrió aún más cuando sintió que la respiración de la chica comenzaba a alterarse.— Espero que te guste mi forma de pedir perdón porque no lo volveré a pedir mientras viva.

Sin esperar un segundo más, la besó con fiereza. Ella rápidamente sintió que recorría el interior de su boca sin una pizca de delicadeza. Antes de separarse, Dio mordió su labio inferior. En cuanto terminaron, la joven cubrió su rostro con ambas manos. Jamás en su vida había estado tan roja.

— ¡Dio, que beso más indecente!— Exclamó con pena mientras limpiaba el fino hilo de saliva que se encontraba en sus labios.

— ¿Me vas a negar que te gustó?— Volvió a sonreír de manera burlona. Ella solo siguió cubriendo su rostro, no dijo nada. Claro que le había gustado, pero Dio provocaba que ella no pudiera decir nada.— ¿Quieres otro?— Musitó coqueto.

Sin pensarlo mucho, la chica asintió de forma tímida. No sabía que terminaría llena de besos en esa noche.

.

.

.

.

.

Jojo's One Shots | ✿Donde viven las historias. Descúbrelo ahora