"-If i ever were to lose you,
i'd surely lose myself."
No podía sentarme a ver como su mundo se derrumbaba. No podía girarme y caminar hacía otro lado cuando ya me había mostrado su infierno.
Quería ayudarlo.
Quería salvarlo de esta
pequeña cosa ll...
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La noche se me hizo larga al envolverme en el pensamiento y sensación de su caricia. Habré clavado mi mirada en el techo por más de una hora, envolviéndome en el silencio y soledad de la habitación que me recordaba lo que había hecho. Me estaba martirizando por una decisión que no había tomado. Y me sentía culpable por no haber frenado todo cuando tuve la oportunidad.
Pensé en escribirle. "Hey. Lo que hiciste... No estuvo bien ¿Sabes? Pero ¿Qué puedo hacer yo con eso? Sé que sabes que no fue correcto, y sé que sabes que yo sé que eso no te importa. No me molesta que no te importe. Me molesta que no me importe también. Te has llevado mi beso y mi chaqueta ¿Qué hago yo con eso?" Pero algo que siempre supe de mi mismo es que soy muy cobarde. Borré el mensaje y traté de dormir pero no podía hacerlo. Claro que no podía.
La angustia y la melancolía resonaban más que la dulzura de su beso y por más de que se me abatiera el pecho cada que lo recordaba poniéndose de puntas para besarme, recordaba el hecho de que tenía que ponerse de puntas para alcanzarme, porque era un niño, porque no se supone que un ni–
—Basta— Me golpeé la cabeza con la palma de la mano y gruñí. Me estaba cansando de mi propia cabeza y de mi propio ser.
Por dividirse en lo que quiere y en lo que esta bien.
Jamás me habían sudado tanto las manos. Pensaba en él y quería gritar. No sabía por qué, sólo sabía que la revolución de sentimientos que me había provocado un mísero beso era insoportable, incargable, demasiado para ignorar y yo era un inservible para ignorar las cosas.
Ahogue un gimoteó en la almohada. Intenté dormir aún sabiendo que no iba a lograrlo.
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En la mañana siguiente me presenté unos cuantos minutos tarde a la clase. Había llegado al horario de siempre, había tomado mi taza de café y seguido con mi rutina pero esa mañana había luchado más de lo normal para entrar a ese salón y dar clases. Al posar un pie dentro del aula, sentía que todos me observaban con asco. Mi mente reflejaba lo que yo sentía por mi en los demás. Sonreí como de costumbre y comencé la clase.
Una sola vez crucé mi mirada con él. Para nosotros fue una conversación hecha y derecha a pesar del silencio e indiferencia de sus demás compañeros. Todos observaban sus libros leyendo un... ¡Qué se yo, ya olvidé esa lección! pero sus ojos estaban en mi, me estaba mirando a mi pero no, escúchame, estaba mirando fijamente el centro de mi ser y yo jamás me había sentido más vulnerable y manejado como ese momento. Sus ojos viajaron atravesando todo lo que fuera parte de mi, sus ojos mantenían un tono que no encontraba normal en un joven despertando en la vida.