Prólogo

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La fragancia del jazmín y la madera de sándalo flotaba entre los serbales. Sobre las ramas mojadas por el rocío, un cuervo solitario atravesó un banco de niebla y ganó altura para besar el amanecer. Divanes tapizados en intensos colores escarlata y limón adornaban el otero, esparcidos en una media luna alrededor del pabellón del castillo de aquel mágico reino de las hadas donde residía una comitiva de cortesanos cotilleando con su imponente soberana.

―Dicen que es todavía más hermoso que tú ―observó la reina sin apartar la mirada del hombre que permanecía indolentemente tendido a los pies de su estrado.

―Imposible. ―La carcajada burlona del hombre fue como un tintineo de campanillas de cristal tallado mecidas por un viento mágico.

―Dicen que es tal su virilidad que es tan roja como el corazón y tan ardiente y arrolladora como una espada conquistadora―dijo la reina, al tiempo que dirigía una rápida mirada de soslayo, con los ojos entornados, a sus extasiados cortesanos.

―Más probablemente una astilla ―se mofó el hombre tendido a sus pies. Sus elegantes dedos abarcaron un diminuto espacio de aire, y tenues risitas atravesaron la neblina.

―Dicen que a todo mástil, roba la mente del cuerpo a una mujer. Que se adueña de su alma.―La reina bajó sus largas pestañas para ocultar unos ojos súbitamente encendidos por el fuego iridiscente de la malicia. «¡Qué fácil es provocar a mis hombres!» Su mano derecha, el cual había llegado por el ventanal en su forma de cuervo y ahora se encontraba tendido a sus pies puso los ojos en blanco, y una mueca de desdén oscureció su arrogante perfil. Cruzó los tobillos y reposó la mirada en el frontera de su tierra a través del ventanal. Pero la reina no se dejó engañar. Aquel hombre era muy dado a vanagloriarse y resultaba mucho menos impenetrable a sus provocaciones de lo que fingía. 

―Deje de azuzarlo, reina mía―la reprendió Apple Poison, su creación en el reino humano de Apfel―. Ya sabes cómo se pone el bufón cuando alguien hiere su amor propio. ―Le acarició el brazo en un gesto tranquilizador-―. Ya te has divertido bastante con él. 

La reina entornó los ojos con expresión pensativa, y por un instante consideró dejar a un lado aquella súbita vena vengativa. Una mirada calculadora a sus hombres la disuadió de ello enseguida, pues se acordó de cómo tanto la lealtad tanto de uno como de otro estuvieron enclenques ante otra mujer; Blancanieves y Aurora respectivamente. Las cosas que habían hecho no tenían perdón. 

La reina no era una mujer a la que se pudiera comparar con otra para luego encontrarla inferior. Maléfica del reino de las hadas/Reina Malvada del reino de Apfel cerró una mano exquisitamente delicada y frunció el labio en una mueca casi imperceptible. Cuando volvió a hablar, eligió sus palabras con mucho cuidado. ―Pero he descubierto que él es todo cuanto dicen―susurró. En el silencio subsiguiente, la aseveración quedó suspendida en el aire sin ser reconocida por nadie, porque la herida infligida con ella era demasiado cruel para que fuese posible dignificarla. Apple Poison sentado junto a ella y Malfie tendido a sus pies se removieron incómodos. La reina ya empezaba a pensar que no había sabido expresarse con la suficiente claridad cuando, al unísono, ambos mordieron el anzuelo que ella les había lanzado. 

― ¿Quién es ese hombre?

 La reina disfrazó su sonrisa de satisfacción con un delicado bostezo, y bebió ávida mente los celos de sus secuaces. ―Lo llaman Jack Heart, venido de un tal País de las Maravillas.

Las Nieblas de WonderlandWhere stories live. Discover now