🌼 XXV

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Esos últimos días, David decidió no seguir yendo a trabajar. Se quedaba en la estancia y se levantaba temprano para observar los quehaceres, visitar a cada uno de los animales y desayunar con sus empleados en la mesa de la cocina; que más que empleados, siempre consideró su pequeña familia.

Toda su vida fue difícil sentirse rechazado por sus hermanos mayores. Y aunque Esteban solía decir que era el único que siempre estaría para ayudar a David, el más joven presentía que incluso Esteban —en el fondo— tenía algún cargo de culpa por lo ocurrido con la herencia y por eso se obligaba a tolerarle. Sin embargo, después del descargo que le hizo en la carreta, casi no volvieron a cruzar palabras.

Al menos, David se sentía más libre sin tener detrás de él a Esteban comiéndole la oreja como antes.

Le apenaba encontrarse sin aliados en la línea de sangre, pero era lo mejor para los dos el poder distanciarse sin compromiso alguno que los ate y, así, ya no tener que aguantarse mutuamente.

Por otro lado, Rafael se resignaba cada día que empezaba y terminaba. 

Se preguntaba en su soledad por qué no estaba logrando sostener su felicidad, ¿acaso él no merecía ser feliz también? 

¿Por qué, toda vez que la tenía entre sus manos, la dicha tenía que ser tan fugaz?

Le era insólito. Desde que llegó, sentía que los momentos junto a David eran tan amenos como fugaces... Como si ellos fueran estrellas que se cruzaban y cumplían su brillante ciclo que aspiraba a ser infinito, pero se separaban apagándose tras un soplo de oscuridad otra vez.

No caía en el suceso.

Simplemente no podía aceptar que, en unos pocos soles, solo despertaría en las albas y ya no iluminarían a David junto a él.

Que su tonta astucia para ganarle a los cumpleaños ausentes realmente fue efectiva... Porque tampoco podría estar en el siguiente de David, ni él en el próximo de Rafael.

Definitivamente ya no tendría que pasar a ordenarle el cuarto, ni prepararle los documentos ni el baño, ni saludarlo calurosamente, ni inventar cualquier excusa para darle las buenas noches y así robarle un beso.

Creyó que la espera de Francia sería un infierno, pero al menos en su mente comprendía la esperanza del retorno. Por mucho que los árboles cambiaran de estación y se sintiera melancólico, era seguro que David regresaría con Cornelia. Así había sido.

No obstante, ahora solo tenía que aceptar, que durante un tiempo indeterminado, David desaparecería de la vida de todos para ocuparse de los pesados pendientes: sin un destino claro, sin una fecha estimada, sin saber si lo volvería a encontrar algún día una vez que se fueran a Montevideo y dejara a su ángel atrás, sin saber cómo cada uno seguiría su rumbo personal a partir del adiós.

Si alguna vez Rafael soñó con ser un señorón como David o Esteban, fue porque no comprendía el esfuerzo y la discordia que había detrás de esos trajes ajustados y elegantes.

¿Y qué iba a hacer David mientras tanto? ¿Iba a viajar mucho? ¿Tan complicado, agobiante y exclusivo era eso?

La llamada élite ganadera... era incomprensible en su totalidad para un exesclavo como él.

Al pararse a reflexionar en la entrada, Rafael pudo recordar el miedo en el semblante de David aquella primera noche de cuando volvió de Europa. Le había dicho que temía hacerlo peor...

David lo sabía desde el principio, que estaba cerca de perder todo. Y, aun así, los ánimos que le brindaban sus seres queridos alrededor eran los que le daban la fuerza de ir a trabajar de mañana en mañana...

Una de mil • [BL]Where stories live. Discover now