La Flor de la Nación

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Lilyane Howell

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Lilyane Howell

Aun cuando estaba entre nobles y allegados a la familia real, sabía que el interior del palacio debía ser un caos. Los sirvientes debían estar afinando los últimos detalles para recibir a los enviados de Zahiria y ni hablar de la cocina; allí los gritos y las órdenes debían escucharse de punta a punta.

Yo formé parte de ese alboroto no muchos meses atrás, por eso me parecía tan familiar y lejano a su vez; casi una vida entera por todo lo que había pasado. Mis labios tiraron hacia arriba; todos esos momentos siempre serían parte de mí, de mis raíces, de la princesa que era en ese instante y los guardaba con cariño, especialmente uno.

Mis ojos buscaron su espalda sin remedio; el ajetreo de su llegada a mi vida fue similar y el protocolo también; sin embargo, nosotros ya no éramos los mismos. Bleddyn se transformó, se hizo más fuerte al descubrirse a sí mismo y yo estaba empezando a hacerlo también. Un camino difícil, lleno de obstáculos y dificultades, pero... Erguí la espalda y regresé la mirada al frente; no me arrepentía de nada y me gustaba la persona en la que me estaba convirtiendo con cada una de mis decisiones.

Un destello cerca de las verjas acaparó mi atención; pertenecía a los carruajes que ya avanzaban por la calle contigua al palacio. Eran tres en total, siendo el que iba en el medio el más ornamentado; eso señalaba la alta jerarquía de quien iba en su interior.

Posiblemente, el siempre agradable príncipe Frost.

La comitiva cruzó para entrar en los terrenos del rey myridio y me sorprendió la cantidad de soldados que los custodiaban; muchos más de los que habían viajado inicialmente con el zahirio. Vestían un uniforme beige y sus cabezas estaban cubiertas por turbantes de los cuales colgaban trozos de tela que debían usar para cubrir sus rostros de las inclemencias del desierto.

«Seguro es por lo que se vive en las fronteras».

La presión de la guerra que estaba por comenzar había traspasado las seguras murallas de Syrindel... más cuando todos esperaban noticias de la comisión de paz que había partido cuatro días atrás.

Suspiré; tal vez estaba siendo ilusa, pero... en verdad esperaba que ellos tuvieran éxito.

El gran grupo por fin alcanzó las escaleras frontales donde nosotros aguardábamos por ellos. Los carruajes se detuvieron y de uno de ellos salieron dos hombres que portaban el mismo uniforme que los soldados; ambos de contextura robusta y mostraban ese tono de piel tostado tan característico de los zahirios. Cuentas azules pendían de los turbantes y del lado derecho, justo detrás de las orejas, caían varias trenzas de cabello negro que llegaban hasta la zona de los pectorales.

El príncipe Frost había dicho que las trenzas eran el equivalente al cabello largo de la nobleza, ¿podrían ser las que ellos portaban, símiles a altas colas de guerrero?

Dos lacayos se acercaron al carruaje principal; en ese momento mi lado curioso despertó y se avivó mucho más. La puerta se abrió y justo como pensé, quién descendió fue Frost Rostam. Llevaba su peculiar atuendo blanco y en su boca moraba la eterna sonrisa de aire sagaz.

La princesa del AlbaWhere stories live. Discover now