Cuando nada sirvió de mucho

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Capítulo tres, antes.

3. Cuando nada sirvió de mucho, (o cuando Draco no supo por dónde empezar)

Draco talló sus agotados ojos por tercera vez en los últimos quince minutos, bastante hastiado de revisar su portafolio de apoyo de principio a fin y sin descanso. La luz en la sala de espera del aeropuerto era tan mala que le provocaba jaqueca, pero la hora de abordaje se había retrasado considerablemente; lo que siempre resulta un martirio cuando se tiene tanta prisa, así que había aprovechado el tiempo para ponerse al corriente de los hechos.

Se había llevado consigo todos los detalles en existencia sobre la desaparición de Potter, sobre su vida y las vidas de quienes lo rodeaban. Cada detalle que encontró en la redacción de la revista: artículos, entrevistas y toda clase de notas que hablaban sobre él. Aprendió incluso de su codiciado estatus, los cambios en su aspecto, sus gustos, sus deseos, sus opiniones, su ausencia de trabajo y hasta su soltería. Pues, al parecer, Potter solía ser bastante abierto a la prensa y no se negaba a una buena charla de té con cualquier medio si así lo deseaban. Nada en él delataba misterio, nunca lo hizo.

Draco conocía los datos tan bien que podía recitarlos de memoria. Cinco horas de vuelo a falta de traslador, estudiando, hicieron eso con él. Sabía tantas cosas, como que tenía una rutina para correr cada mañana, que usaba su cabello al natural y que prefería las cenas en casa sobre las salidas románticas. Pero incluso así, Draco no sentía que algo en todo eso tuviera algún valor.

Desanimado, guardó los papeles y recortes de periódicos en su carpeta, listo para descansar las últimas dos horas de viaje. Pues tenía el presentimiento de que no lo haría mucho mientras el artículo a su poder no se encontrara concluso.

Y así fue.

Tan pronto llegó a Londres, no perdió tiempo en menudencias de ese tipo. No quería llegar demasiado tarde a cubrir la investigación, sabiendo que eso podría significar un riesgo importante. Como el no encontrarlo. O peor, que otro reportero lo hiciera primero.

Ante sus ojos, la ciudad de Londres lucía similar a como siempre lo hizo: abarrotada de gente y fría como ninguna otra. Y aunque llegar hasta Charing Cross no fue en sí una travesía, los sentimientos encontrados dentro de él lo hicieron sentir como si estuviera en una. Había extrañado tanto todo que resultaba absurdo. Suspiró con melancolía, en su mejor intento por ignorar la avalancha de recuerdos que se avecinaba mientras recorría la calle, y continuó su caminata hasta su primer destino: el Caldero Chorreante.

Había pensado que el mejor lugar para empezar a buscar debía ser el más cercano. Y, de acuerdo con un artículo del Witch Weekly, no había lugar más cercano a Harry Potter en los últimos años que ese. Aunque desconocía la razón.

Draco se detuvo un minuto justo frente a la puerta, reafirmó la mochila en su espalda y entró. Con la preocupación de encontrarse siendo echado de ahí, cortesía de la marca que aún picaba en el interior de su brazo. Pero no pasó, nadie dentro le dio importancia suficiente a su presencia. Nadie más que una joven rubia de mejillas rosadas que Draco pudo recordar muy bien de los años de burlas y bromas que gastó hacia ella; Hannah Abbott, la dueña más reciente de la antigua taberna.

—Draco Malfoy—la rubia lo nombró, desde la recepción. Fue un alivio notar que ningún tinte de rencor se asomó en su voz. De hecho, parecía más bien incrédula—. Tiene años que no te veía por aquí.

La mujer salió detrás de la barra y se acercó, con una sonrisa de oreja a oreja que delataba más asombro que alegría.

—Sí, yo... Me fui un tiempo a-

—América—completó, asintiendo con una risita—, escribiendo para el Magical New Yorker. Lo sé. Harry lo mencionaba mucho cuando aún... estaba entre nosotros.

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⏰ Última actualización: Jul 30, 2023 ⏰

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