Cuarta rosa.

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Manos jabonosas, inciensos por doquier y velas con olor alumbraban a duras penas el departamento cuando Bianca llegó a casa. Sus piernas cansadas, después de haber tratado de huir durante toda la jornada de trabajo de Jerónimo, escabulléndose como una rata en medio de los pasillos para no tener que verle al rostro.

Era difícil mirarle a sus hermosos ojos verdes y omitir la verdad, una que pugnaba por salir a borbotones de su garganta. Había hecho una prueba de sangre y la respuesta era la misma, estaba embarazada.

Bianca tragó hondo entrando al departamento, esperando que su hermano saliera a recibirla como siempre, pero nadie acudió a su encuentro. Dejó con torpeza su bolso sobre la mesa y quitándose los tacones caminó hasta la habitación que compartían en ese lugar especial que les pertenecía, donde podían amarse sin desenfreno, donde no debían esconderse, donde podían gritarse te amos y robarse besos sin temor a ser descubiertos.

La puerta del baño estaba abierta, música suave sonando desde su interior, le hizo intuir que allí se encontraba Jerónimo, así que, sin pensarlo, caminó hasta aquella área, procurando no hacer ruido.

Sus ojos picaros le esperaban, su cuerpo en una tina cubierta de espuma, velas a su alrededor, sus manos a ambos lados de la tina y una sonrisa en sus labios.

—Te estaba esperando —musitó, con una de sus manos echándose agua sobre sus abdominales perfectamente marcados.

Bianca tragó hondo.

—Tenía cosas en la oficina...

—Fingiré que te creo —murmuró el chico, sin dejarle siquiera terminar—. Me han dicho que has salido temprano y estas actuando muy raro desde la muerte de Emilia. Quiero pensar que es ese suceso lo que te tiene así.

Bianca se recostó sobre el espaldar de la puerta.

—¿Cómo quieres que reaccione? —masculló, molesta—. Era mi amiga y ahora está muerta.

Jerónimo ni siquiera disimuló su carcajada.

—Te caía súper mal, siempre estabas quejándote de ella...

—No todos vivimos el duelo de la misma manera —casi gritó—. La muerte de una persona cercana es difícil...

Jerónimo cerró los ojos y pretendió no escucharla, lo cual enfureció a la muchacha.

—¡Odio estos comportamientos infantiles!

—Pues yo odio que me mientas y me ocultes cosas —masculló más fuerte Jerónimo—. No sé qué es lo que te pasa, te escondes de mí, huyes a toda costa y pretendes que aquí no está pasando nada, ¡claro que está pasando algo!

Bianca torció el gesto.

—Yo no voy a hablar contigo de esta manera, cuando es obvio que estuviste bebiendo —masculló, señalando la copa y la botella de vino en el piso del baño—. Háblame cuando estés en tus cinco sentidos.

Y sin decir más, la muchacha se dio la espalda y caminó fuera del baño, no obstante, a escasos pasos sintió unos brazos atrapándole y su aliento sobre su cuello. Jerónimo le atrapó entre sus brazos con una fuerza impresionante, tanto que alzó sus pies del piso.

—No te vayas así...

—No me hables de esa forma entonces —sentenció la muchacha, logrando que el chico soltara el agarre—. No soporto que me vigiles, que quieras estar pendiente a cada paso que doy. Salí temprano porque quería pensar...

—¿Pensar en qué? —preguntó el muchacho logrando que quedaran de frente, mirándose a los ojos.

Con una de sus manos intentó acariciar su mejilla, pero la chica se corrió.

Cuando las rosas se marchitenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora