Diez

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† RENATA †

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† RENATA †

Aunque debía concentrarme en la carretera para no estrellarnos con algún árbol, me era imposible hacerlo, mi cuerpo se encontraba sentado detrás del volante del carro de Santos, pero mi mente seguía todavía en el hospital, justo en el momento en el que yo iba cayendo en la tentación de los labios de mi futuro esposo. Ahora, íbamos hacia su casa a firmar el contrato.

Después del momento cercano que habíamos tenido en el baño y que no sé si, para mi desgracia o fortuna, había sido interrumpido por Omer, la atmósfera entre nosotros era tensa, o por lo menos, así lo era de mi parte. Un silencio incómodo se instalaba entre él, que iba de copiloto debido a que no podía conducir por su herida, y yo, que hacía de chófer asignado. También pensaba en la confrontación que tuve con mi colega después de haberme encontrado con Santos en el baño.

Sí. Era cierto que para él y bajo su percepción, de Doctora-paciente, ver esa escena en el baño tuvo que ser grotesca ante sus ojos.

Es que veamos la escena, la distinguida Doctora Lindarte, en un baño, con un paciente desnudo, sentada sobre sus piernas y a punto de besarlo. Si, definitivamente, era para dejar perplejo a cualquiera que me conocía y añadiéndole que se trataba de Omer, que aunque nunca me había confesado que sentía algo más que una amistad por mí, era obvio que no me veía como una amiga.

Por eso, percibí que su enfado no era únicamente por mi ética profesional, sino, además de eso, era por lo que él sentía por mí. Y aunque eso no le daba el derecho de hablarme como lo hizo, tenía razón en decir que era una desvergonzada, porque para poder enfrentarme a las situaciones a las que me orillaba Santos debía empezar a tener comportamientos como estos, impúdicos. Y eso me convertía en una desvergonzada.

De todos modos estaba agradecida porque llegara justo en el momento exacto para interrumpir la locura que iba a cometer porque no era sano estar sintiendo atracción por Santos, mucho menos querer besarlo ¿O sí?

No. Definitivamente no. No podía desenfocarme de mi objetivo.

—¡Frena!—. La orden repentina de Santos me sobresaltó sacándome de mis cavilaciones. Interrumpiendo por primera vez el silencio en el auto.

Empujé el pie sobre el freno de inmediato siguiendo sus órdenes, cuando miré al frente no pude ver el árbol, animal o persona con lo que pudiera estrellarnos. La carretera estaba desolada.

—¿Qué pasa? Casi me matas de un infarto—, gruñí.

—Si no dejas de mirarme la boca cada tanto como lo vienes haciendo, te juro Renata que me va a importar una mierda lo que estipulaste en el contrato y con tu consentimiento o sin él te voy a...

—¿De qué hablas? Solo conduzco con la vista al frente, aunque un poco perdida en mis pensamientos—, lo interrumpí al ver hacia dónde iban sus palabras.

SANTOSWhere stories live. Discover now