Heart - Plini

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Zero despertó primero.

Los rayos del sol se colaron por la habitación, directamente hacia sus ojos, y se despertó a mitad de un sueño que no podía recordar. No tenía la capacidad mental para pensar en algo que no fueran balbuceos nerviosos. Aún le dolía el estómago. Un poco, tampoco fue buena idea que Secco se tumbara encima suya. Ahí estaba, durmiendo profundamente, encogido en la cama, sus ojos hinchados. El sol pronto llegaría a su cara, y le despertaría tan miserablemente como le había hecho a él. Los músculos de su frente estaban completamente relajados y era una vista inusual. Secco era una persona serena, por lo "general", pero pocas veces su cara reflejaba tanta paz. Un sueño reparador después de una noche terapéutica. Dura, pero buena para ambos. O eso pensaba Zero. Antes de que volviera, el día anterior, solo podía pensar en perderlo para siempre, así que cualquier resultado que no hubiera sido ese lo consideraría una victoria. Estaban juntos, y por muchas cosas que fueran mal en sus vidas, estarían juntos. Zero solo quería eso.

Como un fuego en sus entrañas, de agujetas físicas y emocionales, Zero reconoció sin miedo y duda su amor por él. Amor con mayúsculas. Amor de los que no se ven por la tele, de los que no entiendes a menos que sientas. Un amor que llevaba ardiendo una vida en su estómago. Amor que solo le daba fuerza. Amor que le llevaría al fin del mundo con tal de cuidar de él. Amor, amor, amor, solo ese pensamiento se hacía comprensible para él, en aquella mañana. Zero recordó que casi se había declarado la noche anterior. No deseaba haberlo hecho, pero no se arrepentiría de que Secco se despertara sabiendo que le amaba.

Poco a poco sus demás pensamientos entraron en juego, y el armadillo le miraba, desde el cerco de la puerta, con ojos de loco. No iba a pasar, ni él iba a salir, pero si le devolvía la mirada, le entrarían escalofríos.

Le tocaba a Secco despertarse por el sol. Escondió la cara en la almohada con un quejido. El pecho de Zero podría haber explotado entonces, la madera del cerco crujió. Secco se puso boca arriba y miró a Zero.

—Ey.

Cogió el móvil, como de costumbre. Zero no sabía qué esperar, pero no le importaba.

—¿Quieres desayunar aquí?

—Vale.

—Pues voy a hacer chai. ¿Quieres?

—No, agua. Gracias.

Zero salió de la habitación con los ojos cerrados, por lo que pudiera pasar.

Tardó menos de un minuto en volver, con dos vasos de agua.

—¿El chai?

—No me apetece.

—¿Y el desayuno?

—¿Qué, quieres que te traiga el desayuno a la cama?

—Va.

—¿El marqués quiere reposar en su lecho? No sea que esté cansado para cuando se eche la siesta.

—Que sí, cojones.

Ambos salieron de la habitación al salón. Zero procuró no mirar ni a las puertas ni a las esquinas. Sabía que algo malo pasaría si miraba. En su lugar, miraba sus manos. A Secco. Su vaso. A Secco. Los envoltorios de magdalenas. Secco le estaba mirando.

—¿Estás bien?

—Sí, sí, tranqui.

—No paras de mirarme, ¿quieres decirme algo?

—¡No! —Inconscientemente, Zero apartó la mirada. —No, es solo...

—Zero. —Secco dejó de usar su móvil. —No debería decirte esto, porque no eres gilipollas, pero asumamos que lo eres. Esta es una de esas situaciones en las que estás jodío por algo, y yo te digo "¿estás bien?" y tú me dices "sí, sí, tranqui", y yo me cago en Dios porque no es verdad. Y como no eres gilipollas, recuerdas que es el mismo puto motivo por el que discutimos anoche. Tienes otro turno para responder, elige sabiamente.

Enamorado tuyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora