Capítulo 07.

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Dominic.

En realidad, el lunes siguiente a lo sucedido en El gallo herido no hice nada, ni los días subsecuentes a dicho evento. Mi determinación se desvaneció en cuanto regresé a la rutina ante los vestidos de novia, la creación de otro diseño para presentar a la presidenta Barnett y el director Whitman —del cual no tenía idea sobre qué hacer—, y el bordado con pedrería que requería de toda mi atención y tiempo; por lo menos mientras trabajaba con el hilo y la aguja el mundo parecía dejarme en paz, entonces podía ocupar mi mente en idear mis planes e imaginar cómo es que todo sucedía a la perfección, que hasta me premiaba por ello.

En mis ratos libres podía admirar los diseños de colecciones anteriores y tomar nota sobre qué era lo que destacaba en cuanto a colores, telas e insumos dependiendo de con estaba confeccionado, los accesorios que usaban en armonía con el resto de la colección y la temporada a la que pertenecía. Pero sobre todo, necesitaba tener en cuenta quién lo diseñó y los comentarios asertivos para con cada prenda.

Y regresando a mi plan inicial: te anticipo que aceptaré salir con el director Whitman.

Ya lo tenía decidido, iba a obtener las llaves a como diera lugar; solo que en mi necedad porque nadie se enterara lo dejaría para el domingo que era nuestro descanso. Al final de cuentas no puedo desgastarme en tener a todo el mundo contento así qué o consigo las llaves saliendo con él o me quedo en mi burbuja y nada interesante sucede.

¿Tú decides?

Mientras daba los toques finales al bordado ocurrió algo bastante raro y que de nueva cuenta me colocó en el centro de las miradas: Cinthia, la secretaria de presidencia, se acercó hasta donde me encontraba resguardado del mundo y solo para recordarme que no era inmune a nada de lo que sucediera en mi entorno.

Frente a mí, firme y autoritaria, se cruzó de brazos y me habló por primera vez desde que entré a trabajar a la marca.

—Inepto, tu modelo no se presentó para firmar contrato.

¡No puede ser!

Miré mi bordado, buscando en mi mente una excusa para dar. ¡Nada!

—Ella me aseguró que vendría... —aseguré con desesperación en mi voz.

—Y si nos demanda... —amenazó apuntándome con el dedo índice—, te juro que haré tu vida miserable día tras día, ¡y se me ocurren tantas cosas!

—La llamaré —prometí.

Cinthia conservaba esa actitud de molestia por el día tan malo que, lo más probable, tenía por mi culpa.

—Y la presidenta Barnett quiere verte —soltó de tajo.

—¿A mí?

Estuvo a punto de lanzar una serie de insultos dignos de mi pregunta, pero ese silencio prolongado y la forma de mirarme con menosprecio eran más que suficientes para demostrarles a todos que era un perdedor.

—En su oficina... ¡Ahora!

—¿Por qué? —Hice otra pregunta absurda.

—¡Pues tú sabrás! —exclamó con molestia. Se miró la manicura y elevando su tono de voz, para que todos la escucharan puntualizó—: y dice que no tardes.

Esa petición fue suficiente para que, de nuevo, comenzaran las habladurías sobre los privilegios que tenía dentro de la empresa y al hecho de que no hubiera consecuencias ante mis equivocaciones, como lo de Irina.

Y sin esperarlo, la chica coreana se inclinó frente a mí y apoyando las palmas de sus manos sobre la mesa de trabajo me susurró al oído—: a alguien no le va a llegar su bono navideño éste año.

Fragmentos de una historia mal contadaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt