Un Inicio Pésimo

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–¡Es increíble! ¿Cómo puedes ser tan torpe? –chilló Sana, observando la horrible mancha marrón qué resbalaba por su camiseta.
Era la camiseta qué tenía preparada desde hacía tiempo para el primer día de clase. No era un primer día de clase cualquiera. Era su primer día en el nuevo instituto. Y su travieso hermano menor, el niño de cinco años más revoltoso qué pueda imaginar una mente humana, había elegido ese día para echarle encima el chocolate.

–Cuando empieces en tu nuevo cole,¡me acordaré de lo que has hecho hoy! – le gritó sana al sonriente Jimin.
La chica, muy nerviosa, corrió escaleras arriba, entro en su cuarto, abrió el armario y se puso a buscar frenéticamente otra camiseta.

Mientras revolvía todo, fue tirando sobre la cama las camisetas qué iba descartando. A la décima prenda, oyó un grito ensordecedor, procedente de la cocina.

–¡Sana, vas a llegar tarde! –chilló su madre. Como si ella no lo supiera.
Lo había organizado todo para llegar al instituto con antelación. Para tener tiempo de elegir el mejor pupitre, y un compañero decente. Pero sus astutos planes se habían torcido sin remedio.

Por fin encontró la camiseta fucsia qué buscaba, pero la eliminó en seguida. Demasiado vistosa para el primer día de clase. La verde no habría estado mal, pero le faltaba un botón. La roja estaba descosida y la blanca, arrugada. Luego estaban la qué se ponía para ir de compras, la de ir a bailar y la que le regalo su tía. Pero ninguna le servía. Las mejores estaban sucias, al decimoquinto chillido de su madre, y esa vez el grito no admitía réplica, Sana se puso la camiseta qué tenía en la mano. No habría podido elegir nada peor. Cada vez que se la ponía , todo le salía al revés.

–¿Qué te pasa? ¿No querias llegar pronto? –preguntó su padre, entrando en la habitación con una sonrisa de aliento. Por fin una nota positiva en aquella mañana trágica.

–Tuve un problema. ¿Podrias llevarme en carro? – le pidió la muchacha.

–Lo siento, pero tengo que ir al otro lado ciudad.

–¡Por favor! Si no me acompañas, ¡mi vida será un fracaso!–insistió Sana. Parpadeó, empezó a sentir un calor intenso, y miró fijamente a su padre.
–Pero tenemos que irnos en seguida... — dijo él, titubeando.

—¡Ya estoy lista! —repuso Sana, qué no pensaba renunciar a su última oportunidad de llegar a tiempo.

Le habría gustado cambiarse de nuevo, pero llegar tarde le podía traer peor suerte que la camiseta espantosa.

Lamentablemente, Espantosa ya había entrado en acción. Jeon Junkook, el joven chófer de la familia Minatozaki, no pudo hacer nada cuando quedó atrapado en el atasco más grande de la historia de Rainbow Hill.

Sana estaba cada vez más nerviosa.

—Yo me bajo aquí—resolvio—. Si voy corriendo, puede que llegue antes de que termine las clases.

—¡Es tu primer día en el nuevo instituto! ¡Suerte! —le dijo su padre mientras ella bajaba del carro como una flecha.

Al llegar al patio del instituto, Sana vio un espectáculo deprimente.
El viejo edificio había sobrevivido a duras penas al gran terremoto qué sacudió la ciudad diez años atrás. Era tenebroso y poco acogedor. Parecía decir: «Tú eres indigno de entrar aquí. Y, si entras, vas a sufrir». Y no había grupos de alumnos que animarán la escena con su gritería.
Todos ya habían entrado.

En un intento por moderar su retraso, Sana subió la escalera corriendo. De pronto, otra alumna, qué también llegaba tarde, la chocó . Evidentemente, era mucho más rápida qué ella. Y también mucho más descortés, ya que ni siquiera se disculpó.

Chicas del olimpo (misamo) Where stories live. Discover now