CAPÍTULO 3

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-"Nadie me quiere,
todos me odian,
mejor me como un gusanito...~"

Cuando solía llorar, por temas tan absurdos como que no me gustaba el huevo "amarillo" porque en mi opinión cesgada de niño de cinco años, estaba crudo, mi madre, lejos de decirme cuánto me amaba o darme un reconfortante abrazo para calmar mi corazón, solía pedirme que dejara de llorar.

-Deja de llorar.

-¡Nadie me quiere!

Y procedía a cantar la canción más estúpidamente evasiva del universo, y en la mente de un infante que no ha aprendido siquiera a deletrear su nombre, aquella canción parecía más bien una afirmación de sus más oscuros miedos.

Más terroríficos que cincuenta mil películas de terror de bajo presupuesto.

-"¿Por qué eres tan llorón?

Aquella mañana, desperté gracias a los gritos que provenían de abajo.

Mi cerebro era adaptativo, y se había acostumbrado a reaccionar mecánicamente ante los gritos humanos o los ruidos fuertes, como objetos volando y estrellandose en las paredes.

La primera vez que vi a mi padre golpear a mamá la casa estaba inundada de gritos estruendosos.

Y la segunda...

Y la tercera...

Así que salté de mi cama y bajé tan rápido como mis pies me lo permitían, y cuando descubrí que tan sólo era Dante y Deniss peleándose por un paquete de galletas, mi cerebro desactivó el modo automático y el aire volvió a entrar en mi cuerpo.

Tenía también cinco años, cuando uno de mis primeros recuerdos se instaló cómodamente en las neuronas de mi cabeza. Había terminado de comer junto a mis hermanos, cuando papá bajó las escaleras, sujetando a mamá por el cabello mientras ella caía, escalón tras escalón.

-¿Y tú qué miras mocoso?

-No dejan dormir, idiotas.-bufé. Dante llevaba el cabello despeinado y aún tenía las marcas de la almohada grabadas en la cara. A veces me preguntaba si en verdad Dante era igual a mí o yo estaba alucinando que tenía un hermano gemelo. A veces sentía que eramos tan distintos...

-Perdón.-dio Dante, aunque su tono de voz no sonaba convincente. Deniss le dio un golpe en las costillas y salió corriendo, con el paquete de galletas en la mano.-¡No mames!

Me encerré en el baño, antes de que alguno de mis hermanos me ganara. Me lavé los dientes e intenté peinarme el cabello: lo había estado dejando crecer el último año, por lo que lejos de parecer cabello, parecía el antiguo nido de un ave muy estúpida.

-¿Quién querría vivir junto a mí?

El sol estaba en lo alto del cielo azul cuando cerré la puerta de la casa y miré a mi alrededor. La vibras que daban la casa de Dionisio eran extrañas, desde su peculiar van rosa con colguijes de pedrería hasta sus plantas que colgaban del techo de la entrada.

Así que intenté evadir su casa y me dirigí a la que tenía a mi derecha. Ahí empezaría el recorrido.

Lo verdaderamente fantástico de las casas nuevas y no vendidas era que ninguna estaba cerrada con llave, así que cuando giré la perilla, la puerta de madera se abrió y el interior me recibió con una brisa de aire: cargaba el olor de lo nuevo e inexplorado.

Regrésame a la noche en que nos conocimos ©Where stories live. Discover now