Día 5: Conociendo la cultura del otro.

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"Comida rápida"

San Andrés Isla, Colombia, 3 de marzo.

Lionel: 24 años; Guillermo: 28 años.


"Yo sé que tú y yo nos vemos todos los finde
Y lo que pasa, en la calle, papi, no me define
Baby no hay mucho que pensar
Sé que no salgo de tu cabeza y vamo' a ver
Si recuerdas lo que hicimos aquella vez..."

Después de un largo baño en el mar, el cual terminó con ambos seres empapados y quemados, se hallaban Guillermo y Lionel dándose cariño en la orilla rodeada de arena tan clara como la luz de una estrella, el atardecer se pintaba hermoso en el cielo mientras aquella canción sonaba en el parlante Bose del mayor. La cabeza del castaño ya hacía recostada en el regazo del isleño, mientras que este ya hacía acariciando los cabellos mojados del turista.

Habían pasado cuatro días desde que tenía su fecha de regreso programada, se suponía debía irse, se suponía que no debía extenderse la despedida, pero, su vuelo se retrasó terriblemente gracias a las diferencias que presentan diferentes aerolíneas, por lo que al final, terminaron aplazando los vuelos.

Sabía que debía salir de la isla, sabía que debía quedarse en el aeropuerto durmiendo como todas las personas que entraron junto con él.

Pero ciertamente, él tenía mejores planes.

Cuando se le acabó el dinero, Guillermo le invito a hospedarse en su pequeña y humilde casa, le presentó a su pequeño gato (El cual era su único acompañante), y tuvieron sexo hasta decir que ya no podían más. Sinceramente, sentía que estaba viviendo un sueño, aquel en el cual siempre se vio con el rizado viviendo una vida feliz y cómoda, pese a que esta tarde o temprano debía desaparecer.

Todo su cuerpo se hallaba marcado gracias a las terribles quemaduras que le había dejado el sol y una que otra mordida. El isleño le había dicho que le había pasado exactamente lo mismo la primera vez que llegó, y de a poco, fue sanando sus heridas con las cremas y medicamentos que le habían recomendado sus amigos; aún tenía uno que otro paquete de medicinas guardada en su armario, así que cada noche, el rizado se dedicaba a curar las ronchas de su piel maltratada.

En medio de aquel ambiente, en donde el sonido de las olas y la cómoda brisa se hacía presente, hubo un pequeño y curioso rugido que hizo a Guillermo mirar hacia donde estaba su amante, con cuidado, acarició su mejilla con más yemas de sus dedos, expresando de esa manera los sentimientos confusos que sentía. — ¿Tienes hambre...? — Le dijo, para que luego Lionel lo viese a los ojos con su rostro colorado.

— Si... Si tengo... — Murmuró entre risas el más bajo, para luego levantarse del regazo del isleño y verle a los ojos. — ¿A dónde vas a llevarme? — Cuestionó mientras sus narices chocaban con ternura y sus labios se unían en pequeños y sutiles besos.

— Tengo pensado llevarte hasta el puesto de comida rápida de un amigo... — Le respondió por lo bajo, para después continuar en lo que estaban haciendo. El anochecer se estaba haciendo presente cada vez más, la luz de la luna empezaba a golpear con su oscuridad al mar de colores azules y cristalinos.

Cuando ambos se dieron cuenta de que ya se estaba haciendo muy tarde, decidieron irse del lugar en la motocicleta de Memo, la cual, era conducida por Lionel en esa ocasión. El isleño iba agarrando con fuerza la cintura del más bajo, disfrutando como nunca de su hermosa piel y el calor de su ser.

No le molestaba en lo más mínimo que el castaño estuviese hospedando en su casa mientras que aún reprogramaban su vuelo de regreso, todo lo contrario, le encantaba como nunca dejarle todo su cuerpo lleno de caricias y tener intimidad en cualquier momento que quisiesen. Aquello ya se estaba empezando a convertir en una rutina, una en la cual ambos se entregaban mutuamente y al placer ajeno.

MECHOA WEEK 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora