6

375 47 26
                                    

Era difícil que Fer hiciera algo con malas intenciones. Julián se había dado cuenta de aquello sin siquiera haber vivido un año con él, cuando era pequeño. Siempre buscaba que todos estuviesen bien y prestaba sus servicios. Incluso en sus peores momentos —tal vez cuando lo despidieron de aquella empresas de buses por la que había vendido su primer auto—, era de las personas que veían el vaso medio lleno. Y aún así, si la botella de licor entre las manos de Julián se apretara y quisiera lanzarla contra la ventana de la habitación de Fer tendría sentido, porque aunque no lo quisiera, él lo había aconsejado, él le había dicho que enfrentara su mayor miedo.

Pero Julián era incapaz de hacer tal cosa como culparlo. Pensó en que su tío no era un cobarde como él y que si hubiera estado en su lugar las cosas habrían salido diferentes.

Con el pasar de los días —que Julián decidió no contar, por su propio bien— volvió a verse en tercera persona. Al regresar eventualmente a Boedo pasó de largo el living y fue como si nunca hubiera estado ahí, excepto por la estela de mugre que sus zapatillas dejaron en el suelo de madera camino a su habitación. Adriana fue la primera en llamar a su puerta y rendirse a la tercera o cuarta vez, diciéndole a su esposo que era él quien debía hablar con su sobrino. Pero Fer, por un motivo que ella desconocía, tenía una mueca triste en la cara, como si ya supiera lo que había pasado de antemano.

Fue una de las tardes en donde la lluvia no paraba de caer, como durante la vez que se sinceraron en el sofá, que estaban los dos solos en la casa y separados por la puerta corrediza de plástico que le faltaba cerrar unos centímetros. Fer pensó, por un momento, en espiar por la rendija para luego sacudir la cabeza y aclararse la garganta, haciéndole saber al otro que estaba en el pasillo.

Julián, con la cara hundida en su almohada, giró apenas el cuello cuando oyó el suave, casi imperceptible sonido de algo deslizándose bajo la puerta. Se agachó frente al papel, bloqueando la luz en una acción que le demostraba a su tío que también estaba allí. Se trataba de un simple manuscrito que decía "Perdón"; ninguna otra decoración además de la mancha de aceite que no parecía haber sido intencional.

En aquel momento, Julián no pudo verse a sí mismo sonriendo o siquiera exclamando palabra alguna. Pero en la semana, cuando Julián se encontraba tomando una ducha y había dejado su puerta casualmente abierta, Fer pasó y vio el papel apoyado sobre su escritorio, y lo tomó como una buena señal.

Si tener que compartir vivienda con su tío era suficiente para hacer que su pecho ardiera, el solo pensamiento de pisar la escuela lo ponía a temblar como un niño pequeño. Era como si todos sus temores estuvieran pintados de un rojo exagerado en cada pared del edificio; en los baños, en el estacionamiento y, más que nada, en los pasillos. Ahí era donde volvía a empezar todo sin importar cuántos años tuviera.

Dejenme en paz, por favor. Las súplicas a veces lo visitaban en cualquier momento del día, menos a la noche. Cuando soñaba era todo armonioso. Al volver a abrir los ojos, la humillación lo hundía contra el colchón, y Julián no se levantaba en toda la mañana.

Cuando más se convencía de que había tocado fondo, Enzo lo fue a visitar. Había estado escuchando música con los auriculares colocados alrededor de su cuello, cosa de que el sonido no irrumpiera directamente en sus oídos, cuando oyó una conversación a lo lejos en la cocina.

—No sale para casi nada. Tampoco quiere hablar con nadie —su tío estaba explicando, y luego habló más bajo, sin que Julián pudiera escucharlo por completo. La voz quieta y tranquila de Enzo resonó en el pasillo, y Julián abrió grandes los ojos.

—Julián, soy Enzo. ¿Puedo pasar?

Julián visó rápidamente su alrededor. No había tenido muchas ganas de limpiar su cuarto, cosa que Enzo probablemente entendería. Pero entonces su mirada chocó contra un espejo roto de hace unos años que nunca se había molestado en arreglar o tirar y dejó salir una exclamación de horror al ver su rostro. Tomó fuerzas para exclamar: —¡Esperá!

todo niño sensible 》julienzo.Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ