Capítulo 6

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El lanzó una carcajada y le entregó un bocadillo de pan de centeno con jamón.

—¿Así que tus pequeñas garras todavía tienen deseos de arañar?

—Eso espero. —Notó cómo se arqueaba una oscura ceja de Sherlock, que contemplaba su blanca piel a la altura del escote. Aquella mirada era como una caricia y le recordó la noche anterior y la promesa de futuros deleites sensuales, que invadirían su cuerpo de sensaciones hasta entonces ignoradas.

Cada vez que la tomara en sus brazos, ella pensaría en la posibilidad de anunciarle después: "¡Voy a tener un hijo!"

—¿Pastel? —le preguntó Shezza, inclinándose con un plato que contenía porciones del espléndido pastel que Molly había visto en el comedor de su tío un día antes de la boda. Era blanco como la nieve y estaba decorado con flores de caramelo, almendras y dos campanas de plata verdaderas.

—Vamos, Molly, debes probar tu pastel de bodas.

Sabía que Shezza hablaba con ligereza sin tratar de lastimarla, pero no pudo evitar palidecer y le respondió; —¡No es mi pastel! Y todos lo sabemos, ¿no es cierto?

—Da lo mismo, de todas maneras lo probarás —declaró Sherlock con firmeza—. Es la costumbre.

—¿Por qué? —murmuró ella—. ¿Acaso es un rito de la fertilidad? ¿Me ayudará a estar segura que puedo darle a mi esposo griego un hermoso hijo?

Por un instante el silencio se hizo absoluto y sus palabras parecieron hallar eco en cada uno de los hombres. ¡Qué Dios la ayudara! No había pretendido revelar sus atormentados sentimientos, pero Sherlock la provocaba con su dureza de corazón; ni siquiera la noche anterior contribuía para que él se ablandara un poco.

—Tan sólo podemos esperar que tenga un carácter más dulce que su madre. ¡Abre la boca!

—No lo haré. ¡No soy un animal al que hayas de alimentar!

—Eres tan obstinada, querida. —Sus ojos centelleaban, enigmáticamente —. Deja de comportarte como una niña y toma tu pastel.

—Vete al demonio, Sherlock—respondió deliberadamente, sin importarle la mirada de los dos hermanos. ¿Qué importaba? ¿Cómo engañarlos, haciéndolos pensar que era un matrimonio feliz, si el novio había sido engañado? Eso era imperdonable para Sherlock y antes de destruirla le haría arrodillarse frente a él.

Observó odio y crueldad en el oscuro rostro de su marido..
—¿Te gustaría terminar allá abajo? —Sherlock indicó hacia tierra.

—No dudo que lo harías. Eres un hombre engreído, Sherlock. Es la arrogancia de una naturaleza divina, que te impide ser débil y perdonar como humano.

—Hermano, tal vez tu esposa se sienta más feliz si guarda su pedazo en una servilleta —dijo Shezza, tratando de dar a su voz un tono imparcial—. Creo que es una superstición femenina, que la mujer no debe comer de su pastel.

—Si eso piensa, entonces que lo guarde —gruñó Sherlock, dandole la espalda a Molly y sirviéndose más café. Ella trató de no parecer demasiado agradecida con Shezza pero de modo casi inaudible le dio las gracias.

Mycroft permanecía inmóvil, mirándola como si en cualquier momento fuera a abrir la portezuela del helicóptero para arrojarla al vacío. Ella era una esposa indeseable... una intrusa... la mujer que despertaba las emociones censurables de Shezza.

Guardó la servilleta que contenía el pastel dentro de su bolsa y se sintió aliviada cuando bajaron en Niza y pudo escapar al tocador de damas. Se sentó en un sillón mientras la tensión vibraba en sus venas.

El hijo de Judas (SHERLOLLY)Where stories live. Discover now