4. Lejos de ti

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La siguiente ocasión en que Aemond vio a Lucerys vestir sus "prendas especiales", como ambos habian empezado a llamarles, ocurrió cuando Aemond se encontraba fuera de la ciudad.

Aemond llevaba ya una semana en Antigua, visitando a su hermano menor, quien hacía poco acababa de anunciar que regresaría a Desembarco del Rey a estudiar en la misma escuela que su hermano mayor. Aemond, que en verdad se alegraba con el retorno de su hermano, se había ofrecido a ayudarlo a empacar todas sus pertenencias y adecuarse a su nuevo entorno.

Aegon y Helena también estaban emocionados con el regreso del menor de los Targaryen, pero al estar en la universidad, no habían podido encontrar el tiempo necesario para acudir al llamado de su hermano. Además, era bien sabido que si bien su abuelo materno había querido imponer su voluntad, prohibiendo a su nieto cambiar de escuela, ni siquiera él era inmune al miedo que Aemond causaba en las personas. Él, por supuesto, consciente desde hacía años de este sentimiento en su abuelo, se había asegurado de estar siempre al lado de su hermano y así había evitado que el hombre pudiera impedir el tan esperado retorno.

Pero aún cuando Aemond había logrado neutralizar a su abuelo, Daeron había vivido casi toda su vida en Antigua, por lo que no había sido ni fácil ni rápido arreglar sus asuntos y encargarse de la mudanza. Algo que ponía de muy mal humor a Aemond, pues extrañaba mucho a Lucerys y ya llevaban demasiados días separados, lo que aumentaba su mal genio.

Desde aquella primera vez que habían hecho el amor en sus vacaciones, la joven pareja había estado aún más unida y enamorada que nunca y nunca faltaban los comentarios de sus familiares, quienes bromeaban al decir que más que novios parecían ya un matrimonio que vivía juntos, ya que era usual verlos en la casa de uno o de otro.

Ambos reían cada vez que escuchaban esos comentarios, pero en el fondo ambos se sentían de aquella manera. Como si sus almas ya se hubieran enlazado y fueran esposos y por eso Aemond se sentía desesperado por tantos días lejos del moreno. Y a juzgar por las últimas conversaciones que había tenido con su pareja, el rubii sabía que Lucerys también lo añoraba, pero no se atrevía a decírselo, ya que sabía lo importante que era para su tío y sus hermanos el que Daeron volviera a la capital.

Por eso ahora se encontraba en una cena familiar con los tíos de su madre, aburrido a más no poder y deseando que la reunión terminara lo antes posible para poder hacer una videollamada con su novio como era su costumbre antes de irse a dormir. Justo se encontraba escuchando a uno de sus primos contar una absurda historia de cuando había ido de cacería con su padre, cuando su teléfono vibró en su bolsillo, mas no hizo caso de él para no parecer maleducado. Sin embargo, su teléfono continuó vibrando, por lo que discretamente lo sacó y vio con emoción que era Lucerys quien había estado enviándole mensajes.

Levantó su copa de vino al mismo tiempo que abría los mensajes de su novio y terminó escupiendo el líquido sobre la mesa, sorprendiendo a todos sus familiares, quienes lo miraban esperando una explicación de su parte. Aemond no dijo nada, habiéndose quedado sin palabras y solo atinando a mirar fijamente su teléfono, haciendo que su hermano menor se preocupara e intentará acercarse al rubio mayor.

Aquello pareció sacar a Aemond de su ensimismamiento y poniéndose de pie a la vez que mascullaba unas débiles disculpas, salió casi corriendo de la habitación, sosteniendo su teléfono contra su pecho.

Una vez se hubo encerrado en su habitación, volvió a prender su teléfono, respirando agitadamente mientras veía la imagen que su novio acababa de enviarle, sintiendo como su miembro se endurecía al verla detenidamente.

Si bien Lucerys no le había dicho nada acerca de la lencería que él había ocultado en su equipaje durante sus vacaciones, Aemond sabía que solo era cuestión de tiempo para que Lucerys se sintiera lo suficientemente cómodo como para mostrársela, aunque habría deseado estar presente cuando lo hiciera y no que fuera por medio de una cámara. De todas formas, le encantaba la iniciativa de su moreno.

Rápidamente llamó a su novio y sonrío al ver su lindo rostro en la pantalla devolviéndole la sonrisa.

- Hola, mi amor. - saludó al menor.

- Eres un pequeño bandido, Lucerys Velaryon. - fue lo primero que dijo el rubio viendo a su novio sonrojarse, pero aún sonriéndole.

- ¿Te gustó tu sorpresa?

- ¿Tú qué crees? - preguntó, recostándose sobre la cama y moviendo una de sus manos hacia su miembro sobándose sobre la ropa.

- Pues yo estoy seguro que te gustó la foto. Después de todo, tú fuiste quien me regaló esa ropa.

- Y créeme que a partir de ahora te voy a comprar todas las prendas que quieras y voy a hacer que las modeles para mí.

- ¡Espera! -exclamó Lucerys, colocando su cámara sobre el escritorio y moviéndose hacia la cama, dejando ver a su novio cómo le quedaba esa ropa interior.

Aemond, mientras tanto, desabrochó sus pantalones y sacó su pene comenzando a masturbarse e imaginando que su novio estaba ahí con él.

- ¿Te gusta cómo me veo? - le preguntó Lucerys, recostándose sobre las blancas sábanas y mirando a su novio dándose cuenta por su respiración entrecortada que se estaba tocando y sintiéndose también excitado con su reacción.

Aemond volteó la cámara y le mostró a su novio que, efectivamente, estaba masturbándose, y Lucerys se relamío los labios al ver su enorme miembro, recordando lo bien se sentía dentro de él y deseando tenerlo encima suyo en ese momento. Esa separación lo estaba matando y quería a su novio de vuelta lo antes posible.

Entonces separó sus piernas e hizo a un lado su delicada ropa interior, mostrándole al rubio que él también estaba excitado y, tomando la botella de lubricante que siempre tenía escondida bajo su almohada, mojó dos de sus dedos antes de llevarlos hasta su entrada, introduciendo primero uno y luego el otro, moviéndolos lentamente, volviendo loco a Aemond.
Lucerys gemía mientras seguía moviendo sus dedos al mismo tiempo que con su otra mano se masturbaba, ofreciéndole todo un espectáculo al rubio, que a su vez también continuaba tocándose sin poder creer lo que estaba sucediendo y deseando más que nunca estar al lado de su novio y entre sus piernas.

De pronto, Lucerts detuvo sus movimientos, colocándose boca abajo y levantando sus caderas, permitiéndole a Aemond observar la pequeña entrada rosada que pronto el menor se encargó de volver a llenar ahora con tres dedos, haciendo que el rubio se masturbara más rápido, sintiendo como sus testículos se endurecían y con un gruñido final se vino, manchando su camisa y las sábanas.

Lucerys observó todo por sobre su hombro, sonriendo complacido a su novio al verlo correrse tan rápido, montando sus dedos con desesperación y deseando también llegar al clímax. El rubio continuaba mirándolo fascinado con sus movimientos y gruñendo al verlo correrse y al notar como su entrada se contraía alrededor de sus dedos, prometiéndose que cuando volviera a la ciudad, no lo dejaría salir de su cama al menos por una semana.

Una vez ambos se calmaron, Lucerys se cubrió con una de las camisetas que le había robado al rubio y luego de recoger su teléfono, se acurrucó en su cama.

- Te extraño, Mond. - susurró el menor y el rubio supo por su tono de voz que estaba luchando por no ponerse a llorar.

- Pronto estaré en casa, mi amor. Te lo prometo. Te amo, Lucerys. - expresó Aemond.

- Yo también te amo, Aemond. - respondió el moreno, sonriéndole suavemente al otro.

Continuaron conversando hasta que Lucerys cayó dormido y apenas terminó la videollamada, Aemond se puso de pie y empezó a empacar su maleta. Una vez todo listo fue a la habitación de Daerón, obligándolo a hacer lo mismo mientras él pedía un taxi que los llevara directo al aeropuerto.

Ya se encargaría de enviar gente de confianza para que terminaran de empacar las cosas de su hermano y que las trasladarán sin problemas a la mansión Targaryen. Por ahora lo único que importaba era volver con su novio y hacerle sentir todo su amor. Ya una vez reunidos y más calmados, se encargaría de cumplir su promesa de no dejarlo salir de su cama y volverlo loco de placer. Y si lo hacía mientras el moreno llevaba aquel conjunto tan provocador, mucho mejor.

Bajo tu faldaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora