HAMBRE - Belem Duarte

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Autora: Belem Duarte.


Solo quien ha sentido real y descarnada hambre podía entenderla. El vacío que significaba no poder saciarse de modo constante de lo único que la nutría era implacable, agujeraba su consciencia, la disminuía entera. Con la tripa rugiendo era incapaz de experimentar comodidad, dormir y sentir que descansaba era imposible bajo esas deplorables condiciones de carencia infinita. La mente no se distraía, el cuerpo no hacía lo que debía... y el humor empeoraba con cada segundo, minuto, hora y día que pasaba sin obtener su ansiada fuente de alimento. Para sobrevivir engullía lo que podía, sin que le supiera a nada, era un paliativo grotesco que al final la dejaba con mayor anhelo.

Su insaciable apetito la convirtió en la representación de la peor amenaza, la que depreda a su misma especie. Cazar de frente era buscar la muerte... tal vez habría sido mejor hacerlo, pero tampoco quería, vivir le gustaba demasiado, aunque fuese de forma tan miserable. Hubo de valerse de artificios perturbadores, camuflarse cual presa vulnerable y construir una madriguera llamativa, que por sí misma atrajera lo único que codiciaba, su preciada comida. Había pasado una eternidad desde que el último sabroso bocado descendió por su garganta, tras deleitar su boca y anidó la sensación hermosa de pesadez en su barriga, haciéndola dormir por días. Desde entonces, vagaba en sus dominios, lamentándose. Hasta que llegó esa mañana en que algo explotó sus sentidos, un aroma que, sin importar lo lejano de la última vez que lo percibió, recordaba como se recuerda lo que más se ama. Primero pensó que era uno, luego se dio cuenta de que eran dos, olían a sudor y lágrimas, a perdición y desconsuelo. Quiso salir corriendo y atraparlos antes de que llegasen. Logró contenerse, no hacerlo era arruinar el resultado de una larga espera.

Comenzó a salivar y sentir como si un ejército de inclementes hormigas acribillase su piel, carente de musculatura sana y pegada al hueso, desnutrida. Cuando escuchó el primer crujido de su casita de dulce supo que la merienda estaba próxima.

«Coman. Coman. No se detengan, hasta que les exploten esas pancitas» recitó, orando porque obedecieran, saboreando cada parte sin que todavía llegase a encajar el diente. Los deditos eran sus favoritos, lo que gozaba al máximo, no los soltaba hasta dejarlos blancos, por completo limpios.

Una pareja, niño y niña, siguieron haciendo lo que la bruja rogaba. Ella abrió la puerta, los miró de pies a cabeza. Inhaló su aroma en la cercanía y se relamió los labios. Luego se reprendió por bajar la guardia, la actuación debía ser perfecta o los ahuyentaría antes de tiempo.

Lo que siguió lo contaron ellos, pero ella... ella solo quería comer como cualquiera, como lo hacían esos niños o sus padres, como el leñador en el bosque o el pescador, o quizá era más parecida al lobo o a la hiena. Al menos morir la libró del hambre.

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A través de los cuentos. Del lado equivocado.Where stories live. Discover now