8) Reconciliación

64 22 4
                                    

Nerea me visitó mientras dormía, aunque no fue una visita agradable. Soñé que estaba en mitad del mar, y ella, con la apariencia de sirena, me acechaba como si de un tiburón se tratase. La pesadilla culminó con un repentino ataque en el que pude ver de forma nítida el aspecto aterrador de aquella criatura.

Seguido a esto me desperté, y vi el crepúsculo, que teñía el cielo de vivos colores. Solo los grillos y el sonido de las olas a lo lejos perturbaron mi despertar, aunque me ayudaron a situarme porque me sentía desorientado y perdido. Estaba solo, sediento y hambriento, así que, a pesar del miedo que tenía de volver a la playa, tuve que hacerlo porque había dejado mi petaca en el refugio.

Desanduve el camino que había hecho por la noche con nerviosismo, no quería encontrarme a Nerea después de lo que viví el día anterior. Me había mostrado su verdadera apariencia y no se parecía en nada a la bella y dulce mujer de la que me había enamorado.

Aun así, regresé a la playa y pude comprobar que del fuego que había hecho por la noche apenas quedaban unas míseras ascuas. Uno de los peces todavía descansaba sobre ellas. Agarré el pez y lo devoré con ferocidad. Después busqué mi petaca, que estaba ligeramente enterrada en la arena, y descansé en el refugio mientras bebía largos y profundos tragos de agua. Tenía los labios y la garganta seca y, a pesar de que el agua estaba caliente, pude aliviar mi sed de una sentada.

Me tomaréis por un loco, pero en el fondo quería que Nerea apareciese, lo deseaba para poder arreglar las cosas. No obstante, una parte de mí había guardado la imagen de ella en el agua, cuando me mostró su verdadera apariencia, y no podría olvidarla jamás. Por más que quisiera a Nerea, el miedo que me produjo aquella imagen marcó un antes y un después en nuestra relación.

Esperé sentado en mi refugio, viendo el atardecer con miles de fantasías en mi cabeza. Antes de que el cielo se oscureciera Nerea apareció. Salió del agua lentamente como si nada hubiese ocurrido; sí, parecía cohibida y un tanto asustada, pero no porque ella hubiera hecho nada mal, si no como si yo fuese el malo de la obra. Me incorporé nada más verla y caminé despacio en su dirección.

Al encontrarnos a escasos metros de distancia el uno del otro, nos detuvimos en seco. Nos miramos; ella desvió la mirada y yo hice lo mismo. Nos volvimos a mirar y ella se colocó el pelo mojado tras la oreja, y agachó la mirada al mismo tiempo.

—Lo siento —dijimos los dos al mismo tiempo.

Ella sonrió y, cuando quise acortar la distancia que nos separaba, avanzó rápidamente dando grandes zancadas y se lanzó a abrazarme. Nerea se aferró a mi cuello con fuerza y yo la envolví con mis largos brazos, apretándola contra mi cuerpo húmedo.

—Lo siento mucho Max —se disculpó Nerea en voz baja—. No quería asustarte, pero no quiero que te vayas.

—Y no lo haré —dije con firmeza—, quiero quedarme aquí, contigo.

Sin embargo, a pesar de que no mentía, en mi mente se estaba forjando una idea que podía costarme la vida. La quería, estaba completamente enamorado de ella y eso era cierto, pero también quería volver a la civilización, conseguir un barco nuevo y echarme a la mar. Era inevitable, lo llevaba en la sangre y mi mente me lo pedía a gritos, solo que todavía no tenía ni la más remota idea de como iba a huir de la isla sin la ayuda de Nerea.

A pesar de todo lo que había pasado, durante las semanas que siguieron a este suceso nuestra relación volvió a ser la misma. Paseos, baños, abrazos, besos... todo era color de rosa, aunque en mi interior algo se estaba gestando. Lo escondí lo mejor que pude, pero creo que dejé algunas migajas de pan para que Nerea sospechara. No lo hice a propósito, por supuesto. Simplemente era inevitable que, cuando entrábamos en el agua juntos, los pelos se me pusiesen de punta y mi cuerpo se tensara como si esperase el ataque de un depredador.

No sé si Nerea se percató de esto, porque no me dijo nada, pero apostaría un brazo a que si lo hizo; era demasiado inteligente para no hacerlo. Seguíamos muy enamorados, yo la quería como siempre, eso no había cambiado un pelo, pero mi idea de salir de la isla ya no era una posibilidad, se había convertido en mi meta última y obligatoria.

Gracias a aquella discusión que tuvimos, me sentí apresado, y como suelen decir los viejos: "A un hombre no se le dice que es un esclavo, o se rebelará" Era un tema de orgullo, ¿sabéis? Para mí, la libertad es un derecho humano, y como tal, nadie, ni siquiera una hermosa sirena, iba a decirme lo contrario.

Y fue así, con este pensamiento, que empecé a explorar la isla por mi cuenta. Lo hice en las pocas ocasiones en las que Nerea se ausentaba. No era una tarea fácil, porque si me encontraba explorando por ahí podría sospechar, aunque me invantase cualquier excusa estúpida.

Como podéis comprobar, la semilla de la duda se había implantado en mi cabeza. Dudaba, sospechaba y urdía planes a sus espaldas, buscando una manera de salir. Durante semanas busqué y exploré la isla por zonas, para encontar objetos útiles con los que construir una balsa.

Tenía que cortar madera e intentar construir una barca pequeña; era eso o encontrar el barco que, según Nerea, habría naufragado en la isla unos años atrás. No tenía muchas esperanzas de encontrar el barco, así que me dediqué a explorar la isla sin marcar un objetivo determinado.

Analicé cada metro que la formaba, y lo único interesante que encontré fue un bosque que descendía a lo largo de varios kilómetros en la zona norte, donde vi a los perros salvajes jugar entre ellos y dormir. También vi serpientes de vivos colores y lagartos de mayor y menor tamaño, que reposaban en los árboles o se escabullían entre los helechos. Muchos probablemente viniesen en el barco, y después de muchos años, su descendencia había creado un pequeño ecosistema en la isla.

Al final de cada una de mis exploraciones volvía a mi refugio con las manos vacías, deprimido y sin ganas de intentar construir una barca. Todavía me quedaban algunas calas por descubrir en la zona noreste, que era una zona alta constituida por riscos escarpados que formaban ensenadas, aunque solo podía acceder a ellas internándome en el mar y bordeando la costa.

En cuestión de semanas había explorado la isla casi por completo. No me quedaban muchas opciones, así que, una mañana en la que desperté solo, salí corriendo en dirección noreste con intención de explorar aquella zona. Si no encontraba el barco, debía plantearme seriamente el contruir una balsa, aunque no tuviese idea de por donde empezar.

La Sirena y el NáufragoWhere stories live. Discover now