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Céline Giraud se instaló en casa nuevamente antes del día de los Santos Inocentes. Se presentó sola, en un carruaje enviado por la madre superiora y cargando su maleta con las pocas pertenencias que le tenían permitido ingresar al internado. También llevaba una carta que ya se había encargado de leer.

La madre superiora fue lo bastante lista para no esclarecer los verdaderos motivos de su expulsión, puesto que comprometería la reputación de su institución. Con su puño y letra explicaba que Céline había aprendido todo lo que podía dentro de la Escuela de las Hermanas de la Misericordia, y que ellas también le habían enseñado todo cuanto estuvo en sus manos; agregó que la despedía con tristeza, pues le costaba desprenderse de tan excelentísima persona. Aunque un poco avergonzada, la chica sonreía de manera burlesca.

Mentiras.

En casa la recibieron con gusto. Su madre aseguró que la extrañó cada segundo que pasó fuera y que su padre se aburría por no poder contestar a sus cuestionamientos tan ocurrentes. Sin embargo, Céline tenía otros planes para sí misma. Con tan "buena recomendación" del internado planeaba ingresar a una escuela de artes.

—Céline, cariño —espetó Adelaide sorprendida—, éso sólo es posible en París.

La aludida sonrió: ¡claro que era en París!

—Papá dice que es una ciudad magnífica, ¿no es así? —con la mirada, buscó la aprobación de su progenitor, quien se encontraba bebiendo un sorbo a su taza de té de menta— Siempre va a París.

El aludido negó con la cabeza.

—Sí, sí —admitió—. Es magnífica pero muy peligrosa para una joven como tú, Céline, ¿Sabes cuántos españoles huyen y se instalan allí? Viajo por negocios —aseguró, negando las posibilidades de diversión— pero nada más. ¿Y si te traemos un profesor a casa?

La chica bufó. No deseaba regresar a su antigua rutina, no después de pasar casi tres años encerrada en un internado. Permitir que la enclaustraran una vez más no figuraba dentro de sus alternativas. Lograría que le pagaran un colegio para estudiar artes —eran los treintas, ¿qué esperaban sus padres? ¿Que se quedara en casa como lo hacían las muchachas de la comuna?— a toda costa.

Cada semana pasaba por Adelina al internado y la llevaba a pasear con su familia. La chica no hablaba mucho de la propia, la primera vez que el chofer la llevó a recogerla, le preguntó si quería visitarlos. Respondió que no.

—Pero si es Año Nuevo —insistió Céline—. ¿No quieres cenar con ellos? —La otra se limitó a mover la cabeza para dar otra negativa. No deseaba verlos. Años más tarde, confesaría a su amiga que sus padres la encerraron allí con el propósito de abandonarla— Bien, vamos a mi casa, entonces.

Presentó a Adelina en su morada como la mejor estudiante del internado y una futura pianista.

—Lo juro, mamá, es brillante.

Adelina se ruborizó y se sintió halagada. Céline era la chica más inteligente que ella conocía, caprichosa a veces, pero muy astuta.

Las visitas de la chica no fueron pretexto para que dejasen de asistir a misa de siete. Cada domingo por la tarde, Céline se sentaba en uno de los banquillos más cercanos al altar, pues era el asiento predilecto de madame Giraud, y veía de reojo maese Fournier durante la misa entera. Primero, porque le gustaba recordar el sabor de sus labios y, segundo, porque, siendo él el motivo de su expulsión, le recordaba que debía continuar insistiendo en que la dejasen marchar a París. Su amiga, presente aunque sin prestar mucha atención al sermón, se daba cuenta de las miradas incómodas de ambos jóvenes.

—¿Qué pasó con Fournier? —le preguntó una mañana dominical de primavera.

—¿Con Fournier? —Céline apartó la vista de su pintura. Había pasado la semana entera tratando de replicar el jardín que con tanto cuidado hizo crecer junto con su madre y que había sido cambiado un par de veces en cuanto a plantas florales. Los primeros botones de ese año recién se asomaban y había una mariposa que reposaba solemnemente bajo el calor del sol. La pregunta de Adelina la tomó por sorpresa, incluso dejó que una gota, apenas un hilito, de pintura blanca se escurriera por el lienzo— ¿Qu-é habría de pasar con él?

Céline: Historia de Hojas MuertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora