𝟥. 𝐅𝐚𝐢𝐭𝐡𝐟𝐮𝐥

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𝐀𝐋𝐈𝐂𝐄𝐍𝐓

Alicent Hightower se hallaba sentada en una de las bancas de piedra enclavadas en el sereno jardín de la fortaleza. El libro posado en su regazo, sus ojos vagaban incansablemente por las líneas que se desplegaban sobre las páginas, pero la concentración se resistía a abrazarla por completo. Cada palabra parecía escurrirse entre sus pensamientos, como hojas arrastradas por la corriente de sus inquietudes.

Aunque su mirada seguía las palabras impresas, sus oídos parecían poseídos por un deseo imperioso, guiándola hacia otro rincón del jardín. Allí, a solo unos pasos, dos muchachas compartían un murmullo de confidencias, sus risitas flotaban en el aire como el eco de secretos compartidos. Alicent luchaba por mantenerse concentrada en su lectura, pero la melodía de sus voces resultaba imposible de ignorar.

La curiosidad la llevó a dirigir su mirada en su dirección, su atención se vio atraída por el cuchicheo que parecía llevar consigo un nombre, un nombre que resonaba en los confines de su mente. Rhaegar. La suavidad de ese nombre parecía encajar con la brisa que acariciaba el jardín, pero en los labios de las muchachas, su significado parecía cargado de un peso que trascendía lo superficial.

Alicent conocía ese nombre, era imposible no hacerlo. Los hilos del destino habían tejido un vínculo entre ella y aquel príncipe de cabellos platinados. Un vínculo que prometía un futuro de sueños compartidos, pero que al salir de su cabeza se deslizaba entre sus dedos como arena fina. Sus pensamientos se desviaron de las palabras escritas en el libro, atrapados en la espiral de sus propios pensamientos.

Desde su posición distante, Alicent contemplaba al príncipe con una mezcla de fascinación y anhelo. Los rayos dorados del sol derramaban su cálido abrazo sobre el jardín, iluminando el cuadro ante sus ojos. Las muchachas, como mariposas que danzan en torno a una llama, avanzaban hacia él con gracia y reverencia, mientras que sus miradas coquetas respondían a su presencia con una chispa de emoción.

Alicent, oculta en las sombras de su propio mundo interior, mantenía sus ojos fijos en Rhaegar, como si quisiera capturar cada matiz de su ser en su memoria. Era su sonrisa jovial la que irradiaba una especie de encanto irresistible, acompañada por ojos que parecían guardar secretos y promesas en su interior. La imagen del príncipe heredero de los siete reinos se desplegaba ante ella como una ilusión que desafiaba la realidad misma.

Las muchachas continuaron con su conversación, sumidas en sus palabras y risitas, ajenas al torbellino de emociones que revolvía el interior de Alicent. Su mirada se posaba en Rhaegar, una figura que encarnaba la majestuosidad y la promesa del futuro. El nombre resonaba en su mente como un eco constante, como una canción que había perdurado a través del tiempo. Rhaegar, el príncipe heredero que parecía llevar sobre sus hombros el peso de una corona aún no colocada.

Él avanzaba con una elegancia natural, como si la gracia fuera parte inherente de su ser. Su atuendo de entrenamiento resaltaba su figura, delineando los músculos bajo la tela con una precisión casi artística. Los rayos de sol jugueteaban con sus cabellos platinados, haciéndolos resplandecer como hilos de plata. Los ojos ladinos de Rhaegar, como ventanas hacia un mundo de misterio, exploraban el jardín mientras avanzaba junto a su escudero.

Alicent, una figura en la penumbra que atestiguaba el cuadro ante ella, se encontraba atrapada en un instante suspendido en el tiempo. Era como si el mundo se redujera a esos momentos de conexión, donde su mirada y la del príncipe parecían entrelazarse en una danza silenciosa. Era una presencia que habitaba sus pensamientos, una figura que encarnaba tanto sus sueños más profundos como las realidades que ella misma había forjado.

Los días fluían como arenas doradas en el reloj de la fortaleza, y Alicent encontraba en esos momentos de tiempo libre su refugio secreto. Como un ritual que repetía con devoción, buscaba rincones desde donde podía observarlo en silencio. Cuando el príncipe se entregaba a su entrenamiento, sus ojos seguían cada movimiento con la intensidad de un pintor capturando la esencia de su musa en un lienzo en blanco.

The other woman | 𝐇𝐨𝐮𝐬𝐞 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐝𝐫𝐚𝐠𝐨𝐧Where stories live. Discover now