XI

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DEVAN

Estaba en un piso veinticinco mientras el sol se comenzaba a ocultar en la ciudad. Siempre iba allí a tratar cosas importantes. Los líderes de la mafia se reunían en ese rascacielos desde donde se apreciaba todo Denver. Sus "asociados" pasaban largas horas discutiendo y atendiendo "asuntos" mientras que sus mujeres e hijos viajaban o holgazaneaban en alguna de sus mansiones.

A él no le desagradaba estar ahí. Era un lugar tranquilo, no como la vida que llevaba en las calles estadounidenses. Eran momentos en que los "herederos" seguían aprendiendo sobre el oficio, un momento en donde se ajustaban cuentas... el momento en que Devan podía dejar de pensar en esa mujer.

Ardiente, terca y mentirosa.

Esas eran, sin duda, las palabras con las que definía a la joven que llevaba una alianza en el dedo igual a la suya.

Cerró los ojos por un momento y sacudió la cabeza, desde el instante en que probó los labios de esa maldita mujer comenzó a perderse en sus pensamientos con facilidad, aquello no estaba bien, tenía que prestar atención a lo que ellos decían, claro está que no lo lograba.

Paciencia.

Aquello era lo que pedía una y otra vez cada vez que la miraba. Ella era tan sencilla y llamativa, no estaba dispuesto a decirle a nadie que era preciosa o algún otro adjetivo, sin embargo, sabía que tenía algún poder sobre él y eso jodía su paciencia.

Atracción, así justificaba sus frívolas emociones, aunque el suave calor se encontraba colonizando su cuerpo de una manera burlesca, era realmente molesto si quiera pensar en ella. Y hasta ahí no llegaba el asunto, había descubierto que esos ojos lo veían de un modo extraño, casi llegando a suplicarle por afecto y protección. Había notado aquello porque era un hombre observador, nada pasaba desapercibido para él, aun así, no dejaba de tener en cuenta cómo había entrado en su vida.

¿Por qué es tan intensa, mentirosa e irrespetuosa?

Era simplemente una descarada y...

Estaba en problemas.

Está en ese maldito bar.

Aquello fue lo único que leyó cuando le enviaron un mensaje para informarle sobre el paradero de Mara y, sin más, se fue, o para ser más exactos, corrió. Todos se miraron extrañados al verlo salir así, pero Devan no pudo ocultar el hecho de que le importó lo que le contaron, tampoco era la primera vez que algo con respecto a su vida personal le causaba un dolor de cabeza.

Ya dentro de su auto llamó a Jack, quien le confirmó lo que decía el mensaje. Se debatió por unos segundos en si ordenarle entrar al bar o no, pero Devan era un hombre autosuficiente, saberla allí de nuevo lo asfixiaba tanto que quería sacarla él mismo. Era mucha mierda ese lugar. Y sin perder más tiempo y soltando un bajo sonido de exasperación aceleró a toda velocidad, esperando llegar pronto hasta donde estaba la rebelde sin causa.

Cuando llegó se estacionó en todo el frente y se bajó.

—No quiero compañía, Jack —le advirtió con voz tensa, se había acercado hasta él en cuanto vio su camioneta—. Es una desobediente, pero es mi esposa y se supone que nuestros actos deben pasar desapercibidos.

—Debiste quedarte soltero —respondió burlón—. ¿Para qué meterte con una mujer tan problemática?

No respondió a esa pregunta y caminó hacia la entrada del bar.

Miró hacia todos lados, incluso revisó el área privada que sólo usaban los clientes vip, pero no la veía. Mentalmente maldijo una y otra vez, no tenía sentido que Jack no la hubiera visto salir y se irritó aún más.

Alianza y poder ©Where stories live. Discover now