TRES

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                                  KEIRA

Mi vida había girado 365 grados y notaba las náuseas de tanta vuelta. El trato que había hecho era fácil de cumplir siempre y cuando sus hombres me dejaran en paz. Y además, no es que tenga un mejor sitio al que ir por el momento.

Karma, así lo llamaban, desde que vino a mi celda por primera vez lo reconocí, mejor dicho, reconocí esos ojos verdes. Él era el que me había puesto el capuchón en la cabeza, me había drogado y enjaulado. Me las pagaría, pero si estoy tan enfadada, como es que le dejé acercarse tanto a mí , me dió hasta un beso y no moví ni un musculo de mi cuerpo. Seguro es la medicación que estoy tomando para las heridas la que me nubla el juicio. Pero no volverá a pasar, ahora podría mejorar mi plan e irme al norte del país como había planeado con Martiella.

Acompañé a una señora de mediana edad, bajita y con las caderas anchas. — Soy Sammy, por cierto, la ama de llaves.— Dijo mientras subíamos las escaleras.
— Encantada, soy Keira. — Me esforcé por ser simpática pero en realidad estaba nerviosa por saber donde me iba a llevar, cual iba a ser mi vida, <por ahora>, me repetia una y otra vez.

Atravesamos otro largo pasillo y se paró frente a una puerta blanca, cuando la abrió, vi el cuarto más grande que había conocido jamás, ni los de la mansión Donna eran tan grandes. No estaba especialmente decorado a parte de una cama enorme con sábanas de seda en color granate, las mesitas y los pocos muebles que había eran de color blanco, me extraño no ver marcos con fotos ni las paredes con cuadros, me resultaba un poco frío.

— Al fondo está el cuarto de baño, esta listo para que se de un baño, y a la derecha encontrará el vestidor, aunque ahora no tiene ropa para usted, no sabíamos que se quedaría con nosotros. — Dijo avergonzada.

—Tranquila, yo tampoco. — la sonreí.

Salió del cuarto y me apresuré a darme una ducha, me quedé debajo del chorro de la ducha más tiempo del que necesitaba, pensaba en todo pero solo una imagen se quedaba en mi cabeza más tiempo del necesario, él, él acercándose, él acariciándome el brazo, él besándome. Me obligué a apagar el grifo y a salir antes de que me salieran escamas. Envolví una toalla alrededor de mi cuerpo y me miré en el espejo, los moratones estaban desapareciendo y la herida del brazo estaba mucho mejor, aunque no me dejé coser por el médico , estaba cicatrizando bastante bien. Pronto dejaría de tomarme esas pastillas que me tienen confundida.
Exploré por el cuarto y entré en el vestidor, estaba lleno de ropa de hombre, la mayoría en tonos oscuros menos dos o tres camisas blancas, al vestidor no le faltaba de nada, cotilleé un poco más y cogí una camiseta de manga corta negra lisa, cuando me la puse, me llegó un olor a jazmin mezclado con tabaco y menta, me quedé oliendo unos segundos, el olor me resultaba familiar pero no conseguía saber porqué. Me quedaba grande asi que me valía de vestido, estaba a gusto.

Salí del vestidor y me tumbé en la cama, era muy cómoda y grande. Las sábanas de seda se envolvían en mi piel como una caricia, no se el momento en que caí en un sueño profundo.
Cuando me desperté parecía que había dormido días, el sol se estaba poniendo asi que salí al balcon de la habitación, había unas vistas espectaculares, desde aquí se veía la piscina de la villa, pero lo más bonito era la vista de las montañas mezclándose con el bosque, no se veía fin así que supuse que no sería fácil salir de aquí, me quedé un rato contemplando el atardecer, viendo como el sol se iba escondiendo entre los árboles, esto me daba paz.

— Esa camiseta te queda mejor a ti, de lo que nunca me ha quedado ami.— Dijo una voz ronca detrás mío.

Dí un respingo, no había oído que nadie entrara, era él, sin darme la vuelta reconocería su voz entre mil voces más.

Todo comienza contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora