1: Nuevas oportunidades y un falso Christian Grey.

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Maia.

Los lunes nunca han sido mi día favorito porque la calle siempre está llena de gente, las personas van y vienen con sus andares ajetreados, demasiado distraídos como para darse cuenta de que han pisado tus pares de zapatos nuevos que compraste en rebaja en Macys. Demasiado decepcionados por la culminación del fin de semana, resignados al inicio de su rutina laboral una vez más.

Nueva York nunca me decepcionó, ni siquiera en los días más fríos y solitarios o en los que parecía completamente incapaz de entender el inglés de algunas personas, tampoco el mal olor. Me había mudado hacía apenas dos años, pero toda la actividad revitalizante hacía que las mariposas estallaran en mi estómago llenándome de emoción.

A veces esas mariposas se convertían en nervios, como hoy.

Iba quince minutos tarde a mi nuevo trabajo, que, a cómo iban las cosas, se convertirían en veinticinco. Al parecer no había ni un maldito taxi disponible en todo Manhattan. Maldecí en voz baja y comencé a correr por las calles adoquinadas, sostuve mis pechos mientras mi respiración comenzaba a acelerarse y mis pasos a ir cada vez más lentos debido a mi inexistente resistencia física.

Veinte minutos después me encontraba frente a las instalaciones de Berkshire Hathaway. El edificio era alto, lleno de ventanales que dejaban ver a las personas moviéndose de un lugar a otro en sus vestimentas formales. La estructura era plateada, tan imponente y elegante que me hizo pensar en la torre Trump. Aunque era un edificio más modesto, la similitud era palpable.

No mentiría, tenía miedo. Era mi primer día en una de las mejores empresas de toda Nueva York y ya iba casi media hora tarde, con la amenaza de mi mejor amiga taladrando en mi cabeza: "Maia, Bradley odia las impuntualidades". Bueno, justamente empezaba mi primer día con el pie izquierdo.

Tuve vergüenza de mostrarle mi miedo la última vez que nos vimos. Gracias a Em y a su guapo-podrido-en-dinero-prometido que era uno de los mejores amigos de mi ahora jefe, tendría mi primer trabajo decente desde que había dejado México, con una paga soñada. No tenía corazón para decirle que era muy probable que fracasara y en el fondo me aterraba decirlo en voz alta. Un buen salario significaba el pago de todas mis facturas y ayuda para mi familia, no me podría permitir arruinarlo todo.

Mientras me alistaba frente al espejo unas horas atrás, me había gritado a mí misma que estaba preparada. Que tenía una licenciatura y que ignorando el hecho de que nunca había ejercido en una empresa decente, estaba más que calificada para el puesto. Era una mujer de veinticinco años, por supuesto que podría llevar la agenda de un Directivo.

Quería vomitar.

Me detuve un momento en la entrada, en donde un hombre alrededor de sus sesenta años en un traje de vestir negro me dio la bienvenida, de inmediato pensé que parecía uno de esos guardias de seguridad que salían en las películas. Abrió la puerta para mí, con esa mirada estoica en su rostro surcado de arrugas.

El recibidor era un mostrador que parecía ser su lugar de trabajo y en la pared de cemento gris oscuro que respaldaba el gran escritorio, estaba el nombre de la empresa en letras blancas e impolutas.

—Oh, gracias. —murmuré, esbozando una sonrisa sutil. —El tráfico estaba fatal, es casi imposible salir de la línea del metro con buena pinta. Parezco una muñeca vieja.

Intenté bromear al señalar mi cabello que sabía de sobra estaba desordenado. No obtuve nada de él, ni un solo gesto.

—Bienvenida a Berkshire Hathaway, señorita...

—Ferrán. —completé por él.

Asintió y del bolsillo en su traje de vestir sacó un gafete con mi nombre en él. Se hizo a un lado y tras entregármelo me dejó pasar. Sin nada más que decir, sin una sonrisa.

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⏰ Última actualización: Sep 02, 2023 ⏰

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