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Mi siguiente visita es a casa de Mark.

Su esposa me dice que está en el jardín trasero, cortando madera para el invierno.

Rodeo la vivienda y me lo encuentro allí, sudoroso, con el hacha en la mano y una pila de troncos formando una montaña. En cuanto me ve saca pecho, adquiere ese aspecto hosco que puede llegar a asustar, pero no dice nada.

Camino despacio por aquel césped tan cuidado, donde las heladas no han dejado mácula, hasta detenerme justo delante. Nos mantenemos la mirada. Sé que está midiendo lo que va a hacer, así que lo saco de dudas.

—He venido a pedirte perdón —suelto sin más.

Entorna los ojos, y permanece callado por unos segundos, pero sus hombros se relajan y arroja el hacha a un lado.

—¿Una cerveza? —me pregunta, aunque ya está cogiendo dos de la nevera repleta de hielo que descansa sobre un banco.

Las descorcha y me tiende una. El primer trago me hace darme cuenta de cuánta sed arrastro. Creo que no he bebido en todo el día. Nos sentamos, uno a cada lado de la nevera de corcho blanco, como si esta ejerciera de árbitro. Bebemos sin hablar, mirando al frente, a la nada, intentando recomponer nuestra amistad.

Conozco a Mark desde que llegué a este pueblo. Fue el primero que me dirigió la palabra, el primero con quien tomé una cerveza como esta, el primero a quien le conté que me gustaba Sue.

—Me alegro de que hayas recapacitado —dice después de mucho tiempo, y alza la botella, como si fuera un logro—. Todos tenemos un momento raro en la vida. En una ocasión me dio por los casinos. Fueron un par de meses, pero solo pensaba en jugar a la ruleta. Tal como vino se fue, después de haber dejado la cuenta corriente a dos velas.

Vuelvo la cabeza para mirarlo a los ojos. Quiero que entienda bien lo que le voy a decir.

—No me arrepiento de lo que he hecho, Mark. Me asusta, no lo comprendo y me cuesta trabajo reconocerme, pero no me arrepiento.

Arruga la frente, molesto.

—Te conozco. Tú no eres así.

—¿No soy cómo?

—No te van esos rollos.

—Porque tú lo sabes. Estás seguro.

Me aparta la mirada y vuelve a perderla en algún lugar indeterminado dentro del perímetro de su jardín. «Nadie conoce a nadie», dice el dicho, y eso debería ser suficiente argumento para terminar nuestra conversación.

—Yo también tengo que pedirte disculpas —declara, pero sigue sin mirarme—. Perdí la cabeza cuando os vi haciendo... aquello. No me corresponde a mí decidir por ti.

Más silencio. Entre nosotros dos sucede a veces. Que sobran las palabras.

Podemos estar una tarde entera sin cruzar una sola, y sentirnos tan unidos como si nos hubiéramos revelado nuestras más profundas intimidades.

—Se lo acabo de contar a Sue —le suelto.

El asombro de sus ojos me dice que es algo que no se esperaba.

—¿Qué ha dicho?

—Está tan alucinada como tú y como yo.

Asiente.

—¿Lo habéis dejado?

Doy un largo trago. En algún momento, en las últimas semanas, llegué a la conclusión de que Sue era la definitiva. Me gusta, nos llevamos bien, pienso en ella a menudo, y respeta este mutismo mío que ha enervado a muchas. Quizá por eso mismo he tomado la decisión.

—No puedo seguir con ella después de lo que ha pasado.

—Sí que puedes. —Me indica otra cerveza, porque la mía está casi vacía, pero la rechazo—. Hace años tuve una aventura. Una compañera del trabajo. Duró demasiado, tanto que llegó el momento de decidir dónde quería estar. Se lo conté a Anna. Lo pasamos mal. Ella aún me lo echa en cara cuando se enfada. Pero aquí seguimos.

Alzo una ceja. Él mismo se ha contestado.

—Pero tú elegiste a Anna.

Me mira sin comprender, hasta que leo en sus ojos que acaba de descubrir el significado de mis palabras.

—¿Quiere eso decir... que has elegido a Jin?

Jin, que en dos semanas ha puesto mi mundo boca arriba.

—No creo que volvamos a intimar. En este momento necesito estar solo.

—¿Entonces?

Ese «entonces» no sale de mi cabeza desde la primera vez que vi el culo de Jin y pensé en lo a gusto que se estaría allí dentro.

Doy el último trago y dejo la botella en la nevera. Me pongo de pie. Ya he cumplido el cometido para el que he venido.

—Tengo que saber quién soy para no estafarme a mí mismo y a los demás.

Mark también se pone de pie y me tiende la mano. Este sí es el amigo que yo conocía. Se la estrecho. Él aprieta con fuerza y yo comprendo cuánto lo necesitaba.

—Gracias por contármelo —me dice cuando nos separamos—. Es extraño, pero gracias por confiar en mí.

Asiento. Él y yo nunca nos hemos sonreído. Eso sería demasiado blando. Antes de marcharme le hago la otra pregunta que me ha traído hasta aquí.

—¿Qué harás con Jin? ¿Ya lo has expulsado del equipo?

Se cruza de brazos y su rostro adquiere una expresión burlona que conozco bien.

—Decidí no hacer nada mientras volvíamos de Black Mountain. Es un buen tipo. Donde la meta, o se la metan... es cosa suya.

Asiento. Estoy agradecido por eso. Que Jin haga lo que quiera cuando lo crea conveniente, pero que no sean otros quienes tomen sus decisiones.

—Tengo que irme. —Me duelen los ojos por falta de sueño—. Necesito dormir un poco.

Él levanta una mano en señal de despedida.

—Y, cabrón —dice antes de que me largue, tocándose la mandíbula—, deberías haber competido en boxeo. Tienes un gancho de derecha que hace daño.

GYM (KOOKJIN)Where stories live. Discover now