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Los días pasaban con rapidez, Roier seguía fingiendo inocentemente que el hombre frente a su ventana no lo veía semi desnudo cada día antes y después de bañarse, pero ya no se veía afectado, ahora sólo parecía acostumbrado a ello, mirándolo sin escrúpulos y disfrutando el espectáculo antes de seguir con su trabajo.

Cell sonreía complacido cuando miraba que faltaban pocos minutos para las nueve, donde Roier se asomaba puntual a la ventana antes de alejarse por algunos minutos, sabía que tomaba una ducha, porque regresaba con el cabello húmedo pegado en su frente. Le gustaba delinear con su mirada su pecho que parecía tan suave y luego apreciar sus brazos, sintiendo envidia de la crema que lo cubría lentamente como un ritual.

Se sentía sucio, sí. Pero no podía despegar sus ojos de él. Era un secreto que quería guardar lo más posible, aunque igual, no era como que fuera a decírselo a alguien, menos al propio Roier. Sentía que su amistad podría quebrarse con algo como aquello o que podría hacerlo sentir incómodo por ser un degenerado. Y claro, con justa razón, pero a veces pensaba en que él sabía que la gente podría verlo y eso no le molestaba, entonces estaba en un conflicto interno.

Salió del trabajo puntualmente y volvió a encontrarse con sus ojos ámbar, recargado en la cabina telefónica con calma. Estaba precioso como siempre, con un abrigo de peluche rojo que le cubría hasta debajo de las rodillas y unos lentes de sol adornando su cabeza.

–H-hola Gatinho. —cantó con una sonrisa.

–Ya te dije que no me gusta que me digas así. —reía, poniendo los ojos en blanco.

No había sido buena idea enseñarle algunas palabras en portugués y menos algunos apodos entre parejas que le parecían ridículos, precisamente el que adoptó para llamarlo todos los días. A pesar de fingir molestia había algo en él, algo que no permitía que se sintiera molesto por absolutamente nada, ni por su sentido del humor, ni por sus constantes bromas, ni por la burla que hacía de cualquier cosa, menos de los coqueteos subidos de tono que a veces hacía sin importar dónde estaban. Simplemente no podía.

Sintió cómo se colgó de su brazo como de costumbre y luego esa extraña sensación de electricidad, como cada vez que lo tocaba. Caminaron juntos hacia el parque, también como era costumbre.

–¿Qué hay de comer hoy? —preguntó Cell, mirando el bolso en su mano.

–Hoy traje pollo, puré y ensalada. Sabes que me encanta el pollo. —dijo, con una sonrisa dulce.

–Todos los días lo incluyes en el menú, ya me he dado cuenta. —sonrió de vuelta.

Roier le había empezado a llevar comida cuando salía del trabajo después de aquella vez donde no había comido nada en todo el día y se encargaba de regañarlo con un discurso enorme para que preparara el desayuno y no sólo tomara café. Cell hacía lo posible preparándose tostadas o cereal, aún no podía despertarse temprano.

–¿Cómo te fue? —preguntó apenas se sentaron y empezó a sacar los recipientes con la comida.

–Hoy estuvo muy pesado, trajeron otro libro a la editorial y debía revisarlo minuciosamente, había muchos errores y fue difícil encontrarle coherencia al sentido que debía llevar la obra. Creo que ha sido el día más pesado hasta el momento. —admite, pasándose la palma por la frente con hartazgo.

–Pero lo resolviste, ¿no? Tú eres bueno en eso, buenísimo. —resaltó, sacándole una risa por lo sugerente en su tono.

–Sí, lo resolví, pero me agoté. Estoy un poco cansado. —admite, tomando el recipiente que le ofrecía.

–Me lo imaginó. —Roier pone un trozo de pollo en su boca.

Se quedan mirando al cielo, escuchando el canto de las aves y mirando a la gente pasar, en total tranquilidad. De todos los días, los mejores momentos para ambos eran el show de la ventana y comer juntos, aunque nunca se lo admitieran para evitar problemas.

Psicosis | GuapoduoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora