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–¡¿Por qué no puedo montar yo primero?– interpeló Aegon por tercera vez en medio de la discusión.

Rhaenyra contempló con escepticismo a su hermano, quien tenía los brazos cruzados y parecía necio al insistir en montar a Syrax antes que ella. Esto había sido una constante desde que la princesa lo había buscado temprano en la mañana, y el niño no había cesado de hacerle preguntas sobre Driftmark, su viaje a Dragonstone y cómo era volar en los cielos.

–A menos de que quieras que Syrax te tire y luego te aplaste, entonces adelante, tú primero– el pequeño miró a su hermana. Tenía el rostro enrojecido. Los labios, hermosos y colorados, temblaban de enojo.

–Soy un Targaryen como tú. ¿Lo entiendes? Puedo domar a cualquier dragón.

Rahenyra estaba acariciando a Syrax cuando notó las lágrimas como perlas que surcaban por el rostro de su hermano.
La princesa se acercó a él hasta arrodillarse ante el pequeño, limpió sus lágrimas y acarició sus mejillas.

–Ya sé que eres un Targaryen, no hay duda de que lo eres,– al escucharla, Aegon pareció animarse un poco. –Pero así no funcionan las cosas. Si tú te subes a Syrax por tus propios medios, ella no te reconocerá y por más que lo intentes, te tiraría en segundos.

Aegon la miró con sus grandes ojos violetas, aún confundido por lo que le intentaba explicar su hermana.

–Un dragón solo tiene un jinete, pero cuando ese jinete muere alguien más puede reclamar a ese dragón– por lo que Rhaenyra se daba cuenta, nadie se había tomado el tiempo de explicarle a su hermano como eran las cosas con los dragones. –Es como si yo intentara montar a Sunfire, él me rechazaría, porque no soy tú.

El pequeño extendió los ojos cuando por fin entendió.

–Oh...– fue lo único que dijo él. –está bien.

Cuando Rhaenyra se volvió a alejar, sonrió y negó con la cabeza.
A ese niño le gustaba el drama y la atención.

Tras haberse dado cuenta de la falta de interés de la gente hacia su hermano Aegon, Rhaenyra había notado que ni siquiera su propio padre parecía preocuparse por él, a pesar de ser el heredero que siempre había deseado. Su actitud hacía Aegon la confundía y le resultaba algo misteriosa.

En ese momento, su padre y la reina hicieron presencia.

–Vaya coincidencia...– susurró la princesa y les hizo una pequeña reverencia en saludo a los dos.

Alicent miró a su hijo, quien aún tenía los ojos enrojecidos y las mejillas húmedas por el llanto.

–¿Qué sucede?–preguntó con voz incrédula y algo sorprendida.

–Nada que no hayamos resuelto, mi reina– argumentó la princesa, sosteniendo a su hermano en brazos.

Alicent abrió la boca levemente para replicar, pero el rey le ganó la palabra y se acercó a su hija.

–Espero que llegues con bien a Dragonstone, Rhaenyra.

La princesa sonrió y le agradeció de corazón, se acercó para darle un beso en la mejilla, algo que alegró al rey.
No era secreto que el rey Vicerys tenía una debilidad por su hija más querida.
Él mismo admitía que ante sus ojos, Rhaenyra era su más amada hija, Incomparable a nadie más y a pesar de las discusiones y altercados que pudieron haber existido en el pasado, nunca podría dejar de amar a su hija.
Vicerys tan solo acaricio el cabello de Aegon y le deseó un buen camino.

Sin embargo, antes de que el rey pudiera alejarse, Rhaenyra lo detuvo.

–Oh, padre, una cosa...– el rey se detuvo y la miró. –Quisiera llevarme conmigo a algunos soldados de la guardia de la ciudad.

The lie between us Donde viven las historias. Descúbrelo ahora