I. III. De la magia más antigua del mundo

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Los ojos de Rahasy se agrandaron brillantes de puro miedo. Todo el vello de su cuerpo se erizó por aquellas pobres criaturas y sintiendo el corazón acelerarse, el calor que gastan los músculos para llevar un pesar, que es como un esfuerzo que se lleva a cuestas, se convirtía en calor, derritiendo el váho gélido sobre su tensado cuerpo, convirtiénsose en una llama explosiva que tuvo que contener entre los dientes.

—Tremendo bastardo...—rugió el cazador.

Los pobres niños estaban en shock. El pequeño no lo entendía bien. La bebé contaba con el don de la inocencia, pero sabía que algo no iba bien y miraba rápidamente a todas partes, deteniéndose a sonreír a Rahasy a veces.
Esto era lo único que les daba confianza.

—Como os dije, me han sugerido de todo contra él—dijo el pastor uniéndose al sentimiento encoraginado del chico—. Hay quienes me han acusado de pecador, o de no rezar como era debido. Dirán que por mi culpa ahora todos corren peligro. Rahasy, dime...—susurró ahogadamente entonces, casi sin aliento—. Hay... ¿Algo que pueda salvar a mis hijos?

Abrumado por la responsabilidad, Rahasy vaciló un instante mirándolos a ambos con dudas, quedando un rato abstraído en pensamientos. Pareció contemplar el incesante vaivén de mareas frente a sus ojos serios.

—Mi opinión es que olviden todos los remedios y moren en el templo—dijo al fin, torciendo su mirada a los dos chicos y la bebé, y devolviéndola a sus padres con una luz animada—. Que el viejo gurú sepa el último avance del raksa y que utilice la Piedra—les volvió a mirar con una sonrisa—. Velará toda la noche por ustedes si hace falta.

—¿Cómo, usar la Piedra?—replicó el padre.

—Sí. Mientras la toquen, estarán a salvo. ¿No se lo ha dicho?  

Se produjo un silencio mortalmente frío.

—No... —suspiró un pastor sorprendido— ¿Pero qué dices? ¿Quién os ha...?

—Pero, la piedra no se puede tocar—objetó la señora al instante—. ¡No-no está permitido! Maldición para nosotros y todo el pueblo.

Rahasy no replicó nada al principio, pero estaba claramente molesto, cansado y hasta indignado. Vio entonces a la niña intentando alargar sus manitas hasta uno de sus pies, jugando. Alzándose raudo y algo incomodado, echó los hombros hacia atrás y dijo lo siguiente:

—Vivo bajo el principio de la Verdad, pues la mentira se ve antes que la polio.  Por eso, y solo por eso, os revelaré una antigua verdad que ahora parece dormir bajo una manta de mentiras; os diré que la Piedra os pertenece a todos y que esta hace lo que Kachpalika atribuye al polvo, pues ningún demonio, ni nadie, puede cruzar el Desierto Deslumbrante—. Todos le miraban con gran interés y Rahasy miraba por las esquinas y a través de los huecos de las tablas con desconfianza, pero eso no trababa su digno perorar—. Lo que evita que se extienda el desierto y lo que impide a los demonios acercarse a nosotros, es la Piedra del templo, en realidad, un cristal.

—¿Un cristal?—preguntó el chico mayor.

Rahasy les miró cruzándose de brazos.

—Un cristal que anula ciertas magia. En ese sentido, es mágico. Y eso lo saben hasta los rakshasas, porque hacen uso de la magia constantemente para casi todo. La necesitan tanto como los sapos el agua. Solo por eso utilizan a la gente, como os están utilizando a ustedes, para moverse por donde realmente desean—explicó con voz firme, para asombro de todos, que quedaron prendados de su energía sin perder un solo detalle de sus movimientos, porque movía mucho las manos para gesticular por su estoico rostro—. Sabréis que hay una Piedra en el templo de cada aldea. En conjunto generan un cordón alrededor de vuestras tierras. Es muy amplio, más de lo que parece, e invisible. Nada puede volar, correr o arrastrarse por aquí sin permiso de sus custodios.

El legado del príncipe malditoWhere stories live. Discover now