×∆Capitulo 4:Carta∆×

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El eco de un gruñido resonó en las paredes de piedra de Azkaban, un sonido que emanaba tanto de protección como de advertencia. Tom Riddle, un hombre cuya historia estaba entrelazada con la oscuridad, se mantenía firme, su hijo Harry oculto detrás de él. A pesar de los diez años de encierro, Harry había crecido bajo la sombra y el cuidado de su padre, encontrando momentos de felicidad en un lugar donde la alegría era un visitante raro.

Frente a ellos, un hombre de estatura gigantesca y aspecto desaliñado se movía incómodo, sus ojos apenas visibles entre la maraña de pelo y barba. Sostenía una carta con manos que temblaban ligeramente, una carta que parecía ser la causa de la tensión en el aire.

—¿Papá...? —la voz de Harry, apenas un susurro, rompió el silencio—. Los dementores se acercan... debes calmarte. Recuerda lo que pasó la última vez.

Tom, cuyos ojos reflejaban un torbellino de emociones, asintió con la cabeza y comenzó a contar en voz baja, una técnica para controlar su ira y mantener a raya a las criaturas que se alimentaban de la desesperación.

Regulus Black, observando la escena con una sonrisa divertida, comentó: —Deberíamos estar agradecidos por tener a Harry. No queremos que se repita lo de aquella vez.

Bellatrix, abrazándose a sí misma para combatir el frío que se colaba en sus huesos, asintió en silencio.

Harry, con una valentía que desmentía su edad, se acercó al guardabosques de Hogwarts, Hagrid, y tomó la carta con una sonrisa tranquilizadora.

—Papa... —dijo, volviéndose hacia Tom—. Los dementores...

Tom gruñó de nuevo, pero esta vez había un matiz de resignación en su voz. Se cruzó de brazos y se alejó, su figura imponente un contraste con la vulnerabilidad que sentía en ese momento.

—¡Ni lo pienses! ¡Mi hijo no se irá de mi lado! —exclamó Tom, cuando Hagrid intentó hablar de llevar a Harry a Hogwarts.

—Tom... sabes que Harry tiene que ir, quieras o no... —murmuró Hagrid, su voz llena de simpatía por la difícil decisión que enfrentaban.

—Padre... —la voz tranquila de Harry captó la atención de todos—. Ya sabes mi elección.

Con una sonrisa serena, Harry devolvió la carta a Hagrid y se giró hacia su padre.

—Dile al director Dumbledore que rechazo su oferta —declaró con firmeza.

Hagrid, sorprendido, intentó protestar, pero Harry lo interrumpió.

—Estudiaré aquí, con mi familia, hasta que sea seguro para mí y para los demás —explicó, su sonrisa cálida y decidida.

Hagrid asintió, comprendiendo la situación única de Harry y prometiendo transmitir su decisión al director.

Tom, aunque aún gruñía por lo bajo, no pudo evitar sentir un destello de orgullo por la madurez de su hijo. La seguridad y el bienestar de Harry eran su prioridad, y si eso significaba mantenerlo cerca, así sería.

Harry eligió quedarse en Azkaban, aprendiendo de su padre y de los Aurores que los vigilaban, esperando el día en que pudiera unirse a Hogwarts sin temor a ser perseguido por los dementores.


Albus dejó escapar un suspiro pesado, uno que llevaba el peso de planes desmoronados y esperanzas frustradas

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Albus dejó escapar un suspiro pesado, uno que llevaba el peso de planes desmoronados y esperanzas frustradas. Había mantenido a James cerca, convirtiéndolo en profesor, cuando Tom se aseguró la custodia total de Harry. En el fondo, Albus había deseado retener al niño, anhelando el inmenso poder que Harry poseía, para controlarlo completamente.

Sin embargo, la noticia traída por Hagrid había extinguido cualquier esperanza que quedara. Tom no era un hombre que se tomara a la ligera, especialmente cuando se trataba de proteger a los suyos. Bellatrix era un claro ejemplo de ello, su "locura Black" ya se hacía evidente en la segunda guerra. Regulus, el más sensato de los dos, y Lestrange, que no compartía celda con ellos, eran piezas clave en este ajedrez de lealtades y poder.

El verdadero enigma era Harry. Albus no lo había visto en años. La última vez que lo hizo, fue recibido con una mirada cautelosa de Regulus, quien vigilaba al joven con ojo de halcón. Y Harry, con la desconfianza propia de la juventud, lo había mirado con desdén. Si no fuera por la intervención de Regulus, Albus no habría salido ileso del ataque repentino de los dementores y el desbordante poder mágico.

Eso había sido cuando Harry tenía apenas cuatro años.

Era un fenómeno inusual que los dementores protegieran a alguien que no era de su especie. Pero Albus sabía que tendría que reorganizar su estrategia si quería tener al niño bajo su influencia.

La puerta de su oficina se abrió con un silencio que precedía a la tormenta, y Albus recibió a su visitante con una sonrisa que pretendía ser acogedora.

—Mi querido muchacho —saludó con calma, mientras James entraba, respondiendo con un asentimiento tenue. El cabello de James, ahora corto, era un recordatorio constante de la ausencia de Harry. Sus ojos avellana, cansados pero extrañamente fríos, y su rostro aún delicado, hacían que Albus se preguntara qué secretos guardaba para mantener su apariencia juvenil. Una vez que James se sentó frente a él, Albus se preparó para el diálogo que se avecinaba.

—Escuché que Harry ha decidido rechazar la oferta de Hogwarts y quedarse allá —James interrumpió antes de que Albus pudiera hablar—. ¿Qué piensas hacer al respecto, Albus?

—Debemos respetar la decisión de Harry —respondió Albus, observando la reacción de James, quien permanecía imperturbable—. Su seguridad y bienestar son lo que más importa en este momento.

—No lo acepto, es inaceptable —James lo miró con una molestia palpable—. He estado diez años sin mi hijo. ¡Dijiste que este año lo vería!

Albus observó cómo el cuerpo de James temblaba con una ira contenida.

—Lo verás, James. Un niño necesita a su madre, y más Harry. Lo verás mañana, ¿de acuerdo?—su voz fue cautelosa, mientras miraba con atención los movimientos del más joven. Necesitaba a James si quería que sus plantas funcionarán. Un niño mago estaba conectado con la magia de quien lo gesto hasta los 14 o 15 años. James era poderoso, Albus no lo iba a negar. Ya que por la unión de Tom y James, Harry tenía un poder demasiado potente como el de Merlín. Oh incluso puede sobrepasarlo.

—¿Qué? —La palabra salió de los labios de James como un eco de incredulidad y esperanza. Y Albus solo le sonrió.

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