19

440 77 4
                                    

A LAS HORAS, todo mi orgullo había desaparecido. Bien, no todo, pero sí la mayoría. Si Rickard Stark pensaba ser tan arrogante, por mí estaba bien. No dirá que no se lo hemos advertido.

Así que, tragándome el poco orgullo que me quedaba, bajé a despedir a los cinco hombres que viajaban de nuevo al Sur.

Estaba perfectamente vestida y peinada, aunque me faltaba un baño. Sujetaba a mi bebé de cuatro meses contra mi torso. Yo iba envuelta en una gran capa de cuero con pelo de oso en mis hombros, helada por completo. Aunque mi hijo tan solo llevaba puesto un traje y una manta, era del Norte.

Al salir al Patio principal, los cinco hombres estaban terminando de alistar a sus caballos, lo tenían todo listo para meterse en la boca del dragón, nunca mejor dicho.

Ned estaba al lado de su Padre, ambos estaban hablando con seriedad, aunque Ned parecía algo afligido. Me acerqué despacio, dejándoles hueco a que dejaran de hablar para invitarme a la conversación. Ambos hombres me miraron, con sus eternos semblantes estoicos.

— Mi Señor – Saludé a Lord Rickard con una reverencia antes de girarme hacia Ned —, mi señor esposo.

Ambos hombres asintieron sin más, antes de que Rickard se acercara y tomara a Edrick en sus brazos. Movió al crío un rato en el aire, meciéndolo contra el gélido aire que tan solo presentaba un próximo invierno. Después, lo acunó entre sus brazos, esbozando una pequeña sonrisa antes de besar su frente durante un rato, mientras cerraba los ojos disfrutando del pequeño contacto con su nieto.

— Quizás él sea lo único puro que hay en este mundo – Murmuró en seguida, mirando al niño con adoración, mientras sus ojos se aguaban un poco, tal vez por la separación con su nieto, al que conoció tan sólo un par de minutos, y fue en Aguadulces —, y también le corromperán los vicios mundanos.

Asentí un poco echada atrás con sus palabras, no es que no estuviera de acuerdo con él, que por supuesto lo estaba. Es que la profundidad en sus palabras y la pena de sus ojos me espantaban.

— Cuida de él, Shaera – Me pidió casi arrancando la promesa de mis labios —, y de mis hijos – Añadió en seguida, haciéndome esbozar una corta sonrisa tierna, pero en mis ojos seguía habiendo miedo —. En mi ausencia, seréis los señores de Invernalia, espero que sepáis gestionar como corresponde mis tierras.

— Por supuesto – Afirmé dando un asentimiento cargado de respeto.

Él miró un poco más a Edrick antes de que uno de los hombres que le acompañaba le dijera que era la hora de irse. Él me devolvió al niño, que descansó entonces acunado entre mis brazos. Y, rápido, Rickard nos miró a ambos.

— Eddard, confío en tí más que en ninguno otro de mis hijos – Confesó llevando su mano derecha al hombro de Ned, sujetándolo con fuerza en su lugar —, solo aguardad a que lleguemos y todo volverá a ser como antes.

Ned asintió con convicción, mientras yo rodaba los ojos, fue inevitable no hacerlo.

— Os recompensaré por esto – Aseguró mirándonos a ambos —, no será solo Foso Caitlin.

Quise volver a rodar los ojos, pero me controlé a tiempo. No queríamos más tierras, ni más títulos. Queríamos que estuviéramos todos los Stark de nuevo en Invernalia. Pero aquí sólo nos íbamos a quedar la mitad de la manada, rezando para que la otra mitad volviera en seguida.

Le deseamos que tuviera un buen viaje, y eso fue todo. Montó en su caballo mientras Ned se acercaba y me abrazaba, apoyé mi cabeza en su hombro inconscientemente. Y nos quedamos ahí en medio, viendo cómo su padre y sus hombres salían a toda velocidad de los muros de Invernalia a lomos de sus caballos.

— Mi amor – Me llamó suavemente Ned, avergonzado, con miedo de que alguien quizás le pudiera escuchar.

— Me voy a ir a rezar, Eddard – Le interrumpí rápidamente, zafándome de su agarre.

Bajo su atenta mirada cargada de pena, crucé la puerta al bosque de los Dioses y encontré rápidamente el arciano.

Tomé asiento en una de las ramas, meciendo suavemente a Edrick en mis brazos, mientras miraba desconcertada el rostro tallado en esa monstruosidad de árbol. No sabía por dónde empezar, ni cómo dirigirme al árbol.

No sois mis dioses, pero os acepto ahora como los míos, pensé, sois del Norte y os han arrebatado a tres Stark y a ocho hombres. Os pido, a cambio de lo que sea, que todos regresen sanos y salvos al norte. Si es necesario que acuda aquí todos los días, lo haré. Si necesitáis un sacrificio, tomad mi cuerpo. Si necesitáis todos mis pensamientos, los tenéis.

Estuve horas y horas allí, mi vestido quedó nevado, la falda perdiéndose con la nieve, notaba mis pestañas congeladas, pero el calor que emanaba mi hijo era reconfortante, igual al de su padre. Ambos hombres eran dos chimeneas encendidas en pleno invierno.

— ¿Puedo acompañarte? — Escuché el murmuro acompañar a unos fuertes pasos que se acercaban.

— Son tus dioses – Respondí indiferente sin siquiera molestarme en girarme para ver quién era, su voz me era inconfundible.

Él se sentó a mi lado y acarició la mejilla de Edrick, aunque me miraba atento. Suspiré pesadamente, dejando escapar mi enfado con el aire que expulsaba.

— No quería ofenderte – Explicó suavemente.

— Mis opiniones también son válidas, Ned – Le dije cortamente, bajando la mirada del arciano a mi hijo —, espero equivocarme.

Él asintió y besó mi mejilla con cariño mientras rodeaba mi cintura y atraía mi cuerpo contra el suyo. En mitad de ese silencio sepulcral comprendí que no era el momento de discutir, si bien yo era la protagonista de mi propia historia y de mi propia vida, Ned estaba hecho un verdadero desastre.

Su hermana estaba en paradero desconocido con un hombre al que no conocemos demasiado bien, probablemente el hombre más poderoso de todo Poniente, incluso por encima de su padre quizás. Su hermano, el heredero de Invernalia, apresado en un basto calabozo al sur. Su padre, el pobre hombre, intentando rescatar a ambos.

Y el resto de los Stark... En fin, el resto de los Stark estábamos estancados en Invernalia, intentando protegernos del frío.

El pobre Benjen intentaba no llorar, pero en veinticuatro horas le había visto lagrimear un par de veces. Pobrecito, pensaba. Tan solo y desprotegido. Por lo que, desde entonces, venía a todas partes con nosotros.

La pequeña Tully  || AU GoT Eddard Ned Stark Where stories live. Discover now