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Pasó un mes desde que Sergio no estaba más conmigo.

Y se sintió una gran diferencia.

En la casa, ahora estaba yo sola durante las mañanas en lo que me preparaba a ir a la escuela, así como en la tarde/noche. Mis papás siguieron con su vida como si no hubieran perdido a nadie y rara vez volvía a verlos.

Para irme a la escuela tomaba el camión, esta vez no porque estuviera enojada, sino porque era la única opción que me quedaba. Durante las tardes, regresaba de la misma manera.

Me faltaba esa rutina mañanera que tenía con Sergio. En la que, a pesar de mi enojo con él, siempre se ofrecía a llevarme. A prepararme el desayuno o ayudarme en mis últimas cosas. Su coche tampoco estaba en el garaje; quedó totalmente destruido por el choque y mis papás ni se esforzaron a arreglarlo tan siquiera para tenerlo como un último recuerdo de él.

Mi vida tampoco volvió a ser la misma. Y nunca iba a ser como era antes.

Había perdido una parte de mí cuando perdí a Sergio.

Una parte de mi felicidad se extinguió cuando lo vi dentro del ataúd.

Dormía muy poco durante las noches, al tener esos pensamientos de tortura y culpabilidad que probablemente eso jamás se iría. O si dormía, soñaba en como pudo ser el choque y me despertaba aterrada por imaginar el dolor que tuvo que sentir mi hermano.

Bajo mis ojos siempre se podían ver mis ojeras. En mi estado, también se me veía mi cansancio, así como mi desgaste mental.

De verdad durante esa época, estuve en un estado tanto mental como físico, terrible. Bajaba de peso si no comía, me dormía en clases o simplemente no iba. Ignoraba a todos los que intentaban hablar conmigo, a los que se preocupaban por mi estado, negaba toda interacción que tuviera que ver con ellos.

Una tarde, meses después de que Sergio falleciera, me atreví a ir por primera vez al cementerio donde lo enterraron. Después de su funeral, no volví a ir nunca más ahí, pero, por una extraña razón, algo -que desconozco realmente que fue- me hizo querer ir allí y sentarme a hablar con la lápida de mi hermano.

Quizás así, lo pudiera sentir más cerca de mí.

✧✧✧

Llegué después de otro día productivo en la escuela durmiendo y faltando a clases, caminé a través de todos esos cuerpos que estaban bajo mis pies a metros de profundidad.

Tragué saliva nerviosa por la simple idea de que el cuerpo de Sergio ahora pertenecía allí y no allí arriba.

Entre más me acercaba a la zona, más lento iba.

De pronto me aterré con la idea de ver su lápida y darme otro golpe de realidad.

Comencé a dar la vuelta y regresar por donde vine, pero en eso, dos personas, una niña pequeña y un chico mayor estaban sentados frente a una lápida con forma de cruz. El chico mayor parecía estarle explicando algo a la menor y esta solo asentía a todo lo que hacía.

Me quedé un buen rato observándolos. Recordando todos esos tiempos donde éramos así.

Giré mi cabeza hacía la zona donde la tumba de Sergio estaba y los ojos se me llenaron de lágrimas.

Retomé mi camino una vez más, aun con dudas y miedos, pero lo hice. Me situé delante de la lápida con su nombre.

Sergio Stone Cortés.

14 de abril de 1992-
16 de marzo de 2017

Te recordaremos por siempre
ser tú mismo.

Eso era lo único que se podía leer en la piedra encima de la tierra.

Era lo último que Sergio había dejado en este mundo.

Toqué la piedra con cuidado, como si no lo hubiera hecho con mi hermano.

No podía recordar cuando había sido la última vez que tuve una muestra de afecto hacía él. Cuando lo había abrazado, cuando le había chocado los puños... No llegaba a mi mente el recuerdo.

Un día dejamos de hacerlo sin saber que sería el último que lo haríamos.

Lamentablemente, muchas cosas suceden así. Hacemos algo pensando que al siguiente día lo volveremos a hacer, cuando en realidad esa es la última vez que lo hacemos.

Me senté con cuidado delante de la lápida, siendo solamente unos centímetros los que había entre nosotros de distancia.

Las palabras no salían de mi boca. Con solo pensar en decir algo en mi garganta se formaba ese nudo que ya me era tan familiar y la visión se me tornaba borrosa.

Estuve, quizás, una hora ahí, sin decir algo. Simplemente existiendo.

Me levanté una media hora después sin haber abierto la boca y huí lo ante posible de ahí.

No me sentía capaz de decirle algo.

Era cobarde.

Era una basura de hermana.

Siempre lo sería.

Palabras que nunca te dijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora