Capítulo 3: Heeseung

19 2 7
                                    

¿Imaginas no poder controlar el ritmo de tus pasos? Era una maldición, mis piernas nunca podían responder a mis pensamientos. Recuerdo todas aquellas veces en las que quise caminar con tranquilidad por las amplias calles de la capital, pero en su lugar mi cuerpo comenzaba a correr aún cuando cada paso se sentía doloroso. En algún momento aprendí a seguir respirando cuando mi corazón latía tan rápido y mis respiraciones eran tan sonoras que cualquier otra persona simplemente se habría desmayado.

Cada sonido estaba grabado en mi mente hasta el punto de recrearse con detalle en mis pesadillas: los pasos sobre la piedra y el agua, las gotas que caían tras levantar mi pierna o el sonido del cauce del agua, las voces y risas de las personas y sobre todo, aquel irritante pitido que se hacía presente en mis oídos cuando realmente no podía más.

Aunque la maldición que me atormentaba era impredecible, a veces conseguía averiguar cuándo uno de esos episodios se iba a desencadenar, solía hacerlo tan solo unos segundos antes pero llegaba a ser tiempo suficiente para prepararme. El terror subía desde mis talones hasta mi cabeza revolviendo cada parte de mi ser, no solía darme cuenta de que lloraba hasta que volvía a poder quedarme quieto.

Acostumbrado a pasar hambre aquel día era uno de los pocos felices. Los miércoles y los sábados el panadero tiraba aquello que le había sobrado antes de comenzar una nueva hornada; el carnicero se deshacía los sábados de la carne en mal estado y la verdulería y la frutería, también los sábados, echaban a los animales aquello que ya no podrían vender cobrándole muy poco a los pastores. La comida inservible hallada en los contenedores o robada de los animales era la única que entraba en mi presupuesto. Lo que para el pueblo era bochornoso de imaginar era lo que me mantenía con vida.

Siguiendo el camino que semanalmente me llevaba de la panadería a la carnicería escuché unos pasos. Aquel caminar con un característico sonido de botas altas de tacón masculinas siguió junto a mí varios cruces, fue entonces cuando mi maldición se hizo presente y dejando caer el pan en mitad de la calle mis piernas se echaron a correr. Supe que mi dolor, que mi respiración agitada y mis lágrimas me acompañarían durante más minutos de lo que me habría gustado porque aquellos ruidosos pasos se alborotaron tanto como los míos.

Choqué con varias personas mientras formulaba una disculpa tras otra, caí varias veces sin tener el tiempo para quejarme antes de levantarme y corrí ahogado aún cuando los pasos dejaron de oírse.

Mi escondite estaba a las afueras de la ciudad, una entrada subterránea a lo que algún día catalogué como un refugio de las batallas que antaño libraron humanos y demonios, no dejé de correr hasta llegar ahí.

Limpiándome las lágrimas y asumiendo que aquellos pasos no vendrían más tras de mí, sin escuchar una respiración, sin escuchar un caminar y sin escuchar las puertas volverse a abrir para dejar pasar a nadie más, trabajé para volver a encontrar la calma que desde niño se me había arrebatado.

Mis ojos estaban cerrados cuando un brazo chocó contra mi pecho y me empujó hacia la pared. Temblé y lloré, y aún así esa situación había ocurrido tantas veces en mi cabeza que por un instante asumí que aquello era lo que debía pasar.

Al abrir los ojos me encontré frente a mí a un muchacho algo más bajito que yo, vestido con un traje negro y con el cabello de aquel mismo color, sus labios eran de un rojo carmesí que parecía emular la sangre y su piel era tan pálida que me hacía dudar que él realmente estuviera vivo. Lo más aterrador fue su mirada, si no hubiera movido su brazo de mi pecho hasta mis manos para sujetarlas, habría frotado mis ojos para asegurarme de que aquello que veía era real; ojos negros que brillaban de color rojizo, de negro sus ojos pasaban a un rojo oscuro y por cada pestañeo volvían a oscurecerse, a brillar y a aclararse.

Naunksi: El príncipe de las flores. || ENHYPEN Jaywon SunsunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora