EL HOMBRE DE NEGRO

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Alicia se levantó en shock, gritando y llevándose las manos a la frente. Estaba tan ardiente que las gotas de sudor le resbalaban por el cuerpo desnudo, su pecho subía y bajaba mientras su pelo empapado en sudor se le pegaba a la espalda. Que horrible pesadilla debía de haber tenido. Se envolvió en la sábana blanca y aún con el corazón ticktackeando y la frente hirviendo se levantó con la intención de tomar una fría ducha.

Gracias a la presión y a la temperatura refrescante del agua su mente se fue poco a poco alejando del malestar ocasionado por aquella irrecordable pesadilla y se fue hacia su trabajo. Hoy era un día importante. Luego de noches de trabajo en desvelo finalmente había llegado la fecha señalada. Hoy era desde luego la presentación más importante de su vida.

Tras ducharse salió a desayunar, peinarse, maquillarse, vestirse y perfumarse. Una vez lista salió para encontrase con su vecina, una señora pequeña y canosa, de la que no podía recordar el nombre. La mujer la saludo con una alegre sonrisa mientras regaba sus orquídeas. Alicia le devolvió el saludo con un movimiento de cabeza y se dirigió a su auto, se colocó el cinturón y como era un coche automático se echó para atrás a disfrutar del paseo, su único momento de relax antes de la gran presentación.

Finalmente llegó a la oficina que estaba más ajetreada que nunca.  Tantas caras la saludaban y le deseaban buena suerte que ella a duras penas podía distinguir sus rostros o agradecer sus palabras de ánimo. Los accionistas están aquí, fue lo último que escuchó antes de que llegará a su despachó y pudiera encerrarse a respirar.

El día transcurrió como lo había planeado. Su presentación fue muy exitosa, tanto que nuevamente todos salieron a felicitarla y alabarla. Sonriendo tímidamente Alice escapó hacia el elevador con la esperanza de alejarse de la multitud y comer algo rico.  Su coche la esperaba frente a la puerta principal del edificio y mientras el Audi conducía solo Alice meditaba con los ojos cerrados y una sonrisa. Estaba muy orgullosa de sí misma.

 Su momento de paz fue rápidamente interrumpido por el ruido de incontables bocinas de autos. Alice maldijo el tráfico de la ciudad y no quiso abrir los ojos, pero el ruido y los pitidos solo se hicieron más fuertes. Cuando finamente alzó la vista fue muy tarde, delante suyo había un ciclista que volaba por los aires. Alice gritó horrorizada al ver el cuerpo flotante. Acto seguido la rueda de la bicicleta chocó de frente contra la pared del auto. La almohadilla del auto se disparó y aunque quiso estirarse para alcanzar el freno de mano y acabar con toda aquella locura no pudo conseguirlo, pues justo en ese instante su auto fue atropellado por un camión.

Ernesto escuchó gritos. Se levantó de la cama, miro a ambos lados y no había nadie. Se encogió de hombros y fue directo a la cocina a tomar un poco de leche del tarro y a comerse dos rebanadas de pan solo. Luego salió al jardín regar sus helechos como de costumbre. Más tarde se duchó, peinó y vistió faltándole aún más de media hora para llegar al trabajo, por lo que decidió quedarse un rato sentado en el sillón del jardín hasta que algo en su cabeza le hizo entender que estuvo listo.  Caminando hacia el auto se encontró con su vecina que también amaba la jardinería. Ella le saludó con un amistoso hola y el le hizo un cortés comentario sobre sus plantas. Llegó al coche, colocó las llaves, encendió el motor y se marchó a la oficina. Había mucha conmoción a su alrededor y él no sabía por qué, pensó que de seguro los accionistas principales visitaban el departamento.

El resto de su día transcurrió como de costumbre, se quedó tranquilo en su despacho hasta que llegó la hora del almuerzo y se apresuró por tomar el ascensor para bajar a por algo rico de comer. Fue hasta el parqueo, arrancó el auto y sin saber por qué se detuvo un instante en la puerta principal del edifico. Manejó tranquilo y en silencio, con ambos ojos en la vía hasta que su mirada fue robada por un hombre vestido de negro de pies a cabeza, que portaba un crucifijo y una Biblia. Ernesto se quedó completamente alelado. NO sabía de donde conocía a ese padre, pero la forma de sus ojos le resultaba muy familiar y hasta parecía también que el hombre le estuviese mirando fijamente. Apostaría su coche nuevo a que le conocía de algún lado y estaba dispuesto a averiguar de dónde cuando los pitidos de autos empezaron a llenar el ambiente. Cállense de una vez coño, maldijo entre dientes y también apretó la bocina de su auto sin siquiera mirar al frente. Dos segundos después sintió el impacto, pedazos de cristales fueron a aparar a sus ojos y su cabeza chocó contra algo blando. Lo último que escuchó fue el largo y estruendoso ruido de la bocina de un camión.

Alice se levantó gritando y llevándose las manos a la frente, eso despertó a Ernesto que dormía en paz.

—He tenido una pesadilla amor—le dijo ella llevándose las manos al cuello—Soñé que un hombre vestido de negro, me estaba… nos estaba…

Ernesto se sentó sobre la cama, abrazó a su novia y notó que estaba hirviendo.

—Tranquila amor, solo estás nerviosa porque hoy es un día importante. Lo mejor será que te des un baño.

Ella asintió, él le dio un beso y luego se fue al jardín no sin artes tomar un buche de leche y dos rebanadas de pan.

Cuando Ernesto regresó a casa Alice estaba desayunando tranquila así que no quiso interrumpirla y se fue a ducharse y prepararse para un nuevo día de trabajo.  

Como siempre él estaba listo, pero su chica aún no había terminado de preparase así que tuvo que esperarla por quince largos minutos.

Salieron y se encontraron con Aurora, su vecina más allegada y su fiel compañera de jardinería.

—Que lindas se ven tus orquídeas hoy— respondió el luego de que ella les saludara. Alicia solo saludó a la señora con un movimiento de cabeza.

Ernesto condujo tranquilamente hasta la oficina mientras Alice meditaba. Ahí todo lo que sucedía se revolvía alrededor de ella. Hasta el portero sabía que era su gran día y como novio fiel su deber era sujetar firmemente su mano y responder por ella a la multitud que le deseaba buena suerte.

Llegó la hora de almorzar y ambos se apresuraron por escapar de ahí en ascensor. Ella estaba muy contenta de que su presentación hubiera salido bien y él estaba hambriento por el escaso desayuno de esa mañana. Decidieron que sería buena idea salir a almorzar algo rico fuera de la oficina.

Alice se relajaba y Ernesto manejaba cuando atropellaron a un ciclista que voló por los aires y luego incapaz de ver él y ella sin poder accionar el freno fueron esta vez ellos los atropellados por un camión.

—En esta sala nos hemos reunido…decía el cura mientras recitaba la palabra del señor.

El olor a medicamento predominaba en la habitación. La madre de Alice lloraba desconsolada mientras a madre de Ernesto le sujetaba la mano firme. Habían pasado ya veinte años y la idea de ver a sus hijos un segundo más en ese estado se había hecho imposible de sobrellevar. Ellas sabían que estaban haciendo lo correcto, sin embargo, eso no lo hacía menos doloroso.

—Alicia Gonzales—dijo el cura mientras con sus dedos mojados de agua bendita trazaba una cruz en su frente—Que el señor te acompañe hija mía.

El enfermero dio un paso adelante para desconectar la maquina cuando la mujer abrió los ojos.

La madre de Alice se derrumbó y desmayó, el enfermero corrió para avisar a los otros especialistas. ¨Es un milagro¨, repetía el cura sin parar extendiendo las mangas de su sotana negra que ya no rozaba el suelo. La señora que seguía todavía en pie fue la primera en acercarse a Alice.

—Mi niña—una lagrima corrió por su rostro—. Me alegro tanto de que estés bien. Te acuerdas de mi hijo Ernesto, está justo aquí, a tu lado. ¿Ustedes se quieren mucho, verdad?

Alice no sabía que pasaba, donde estaba o quien era esa mujer, mucho menos tenía la menor idea de quien era ese tal Ernesto.

FIN


Cuentos y escritos de una chica a la que le gusta escribirWhere stories live. Discover now