Otro día mas...

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Otra vez contándome lo mismo, con las mismas ganas. Pero a mí no me interesa nada de cómo funcionan todos esos números apilados y estrujados, puestos de cara y con los ojos tapados contra la cuadrícula del cuaderno. 

Su rostro se colorea como si me estuviese riñendo, su cuerpo rezuma vapor de agua y creo estar oliendo el mediterráneo en sus glándulas sudoríparas. Su pelo medio cano, o lo que queda de él, está ahora mustio y pegado a la cabeza. De la camisa blanca surgen dos alas en forma de semi círculo que amarillean el tejido. Supongo que de tantas veces que se ha puesto la misma prenda. Se esta comenzando a incorporar a medida que avanza en la explicación, disparando metralla echa de saliva contra mis libros, mi mesa y mi cara. Ya bate sus brazos, se está preparando para el despegue, dentro de poco ya habrá salido por la chimenea flotando y con este viento de otoño estará en otro pueblo en cuestión de minutos. Me gusta verle preparar el vuelo, pero más me gusta mirarle por la ventana y solo reconocer un punto en negro, al que le quedan unos instantes para no diferenciarse en nada del azul del cielo.

—¿Clara, me estás escuchando? —Claro que escucho a Mister Cinnamon, creo que si hubiese nacido quince años antes podríamos estar juntos, fundar nuestra propia compañía de teatro y recorrer Europa en carreta. 

Llegar a los límites de la civilización occidental. Allí donde nuestras obras no se entiendan bien. Donde tengamos que quedarnos a vivir con los pastores del desierto para entender mejor sus costumbres, tradiciones y reglas de filiación. Desde ahí reescribiremos nuestras obras. Seguiremos en el burro que nos regalarán al casarnos por el rito ancestral, ya que seremos los primeros extranjeros que hayan visto jamás y nos aceptarán como hermanos con otra lengua. Cruzaremos las montañas y en Capadocia haremos reír a un piloto de globo aerostático, que por supuesto nos llevará a Persia en un viaje exprés.

—Si, pero no lo entiendo bien —Le digo para ocultarle la predisposición de mi cabeza a irse del sitio en el que está su cuerpo.

—Mira es muy fácil, solo tienes que usar la tercera potencia y volver a despejar la X que se iguala a Y con Z en W...—Mr Cinnamon me sigue repitiendo lo mismo de diferentes formas, pero el problema está en que ni siquiera se muy bien a lo que se refiere cuando habla de potencia. El acto y la potencia, eso sí que me importa. Lo que soy en potencia; escritora, directora a ratos, de mis propias obras por supuesto. Pero, sobre todo, nómada. Nómada de mi pueblo y su planicie. De esas que tienes que esperar con los ojos rasgados durante un rato cuando alguien viene a lo lejos, para saber de quien se trata. Pueblos en los que se sabe todo, casi nada muy interesante, porque todo se ve si haces un giro de trescientos sesenta grados sobre ti misma.

—Vamos a ver esto no es ni matemáticas, es pura lógica —Mr Cinnamon ya se echa las manos al rostro con desesperación, no me gusta que se preocupe tanto por mí.

—No, hay que saber mucho de matemáticas para entenderlo bien —Le respondo un tanto enfadada. Mr Cinamon es amigo de mis padres. Estudió ingeniería y siempre le había gustado el Rock and roll. Pero quizás al caérsele el pelo en su juventud más temprana opto por dejar la furgoneta de colores, las sustancias estupefacientes y la libertad de vivir como quería haberlo hecho. Ahora es ingeniero. Ahora sabe mucho de matemáticas. Pero mantiene su nombre de juventud, al menos en grupos reducidos.

—Mira Clara, llama a tu hermano.

¿Qué hace ahora Mr Cinnamon?

Mi hermano ha venido a la mesa del estudio y en medio minuto ha entendido el problema y dado con la solución. Le saco cuatro años y el no es ninguna eminencia con los números, así que no me ha hecho mucha gracia la situación. Sobre todo, el hecho de que Mr Cinnamon me haga ver mi propia estupidez. Pero resulta que Mr Cinnamon tenía razón, era un problema de lógica. 

Así que ahora tengo a dos profesores que me vuelven a querer explicar lo mismo, pero yo ya he llegado a Persia.

Claro está el cieloWhere stories live. Discover now