26 de julio, 2017

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¿Recuerdas la primera vez que te llamé a la una de la mañana? Habías aceptado la llamada. Creí que no lo harías. Pensé que la dejarías caer. Dudé mucho si debía hacerlo, pero lo necesitaba tanto que marqué tu número. El corazón lo tenía en mis labios, estaba aquella opresión en mi garganta que me dificultaba respirar, mis ojos se cubrían de lágrimas. Cuando respondiste, me quedé en silencio, tragué saliva y paré de llorar.

No te conté lo que en verdad me había sucedido, quería hacerlo, quería abrirme contigo, pero el miedo me arrinconó a relatar superficialmente lo que había hecho ese día. Quería hablarte de lo que ocurría en mi interior, de los pensamientos negativos, de las cosas que estaba recordando, necesitaba dejar de sentirme solo.

Creo que sabías que necesitaba hablar con alguien, y es por eso por lo que mantuviste la conversación. Hablaste sobre tus clases de pintura, bromeaste que pintarías un retrato de mí, y no creí que lo hicieras. Pero lo hiciste.

Días después estaba en tu habitación. La atmósfera estaba impregnada de un suave olor a pintura fresca.

Mientras tú organizabas tus pinceles y seleccionabas los colores, yo me senté en una silla frente a ti, sintiendo una mezcla de curiosidad y ansiedad. No estaba acostumbrado a ser el sujeto de una pintura, pero tu entusiasmo y determinación me intrigaban.

Comenzaste observándome detenidamente, como si quisieras capturar cada rasgo y peculiaridad de mi rostro en tu memoria. Luego, con movimientos gráciles, comenzaste a mezclar colores en tu paleta, creando tonalidades que yo ni siquiera sabía que existían. Tu concentración era palpable, y cada pincelada que dabas parecía llevar consigo una parte de tu alma.

A medida que el retrato cobraba vida en el lienzo, pude sentir la dedicación que le estabas poniendo. Eras meticulosa en cada detalle. A pesar de mis reticencias iniciales, me sentí halagado por tu interés.

—¿Y si me enseñas a pintar y soy yo el que hago un retrato tuyo?

—¿Y si te callas y regresas a tu sitio?

—¿Y si nos besamos? —Insistí, tratando de desviar tu atención del lienzo.

Entrecerraste los ojos, y tu expresión se volvió un cóctel de concentración y molestia.

—Si te sigues moviendo, los únicos besos que darás serán a tu retrato deformado —sentenciaste, sin apartar la vista del lienzo, mientras mezclabas con destreza los colores en tu paleta.

Llevabas una camiseta gris que se deslizaba por tus hombros de forma relajada, y tu cabello, recogido en un moño desenfadado, permitía que algunos mechones rebeldes se escabulleran por tu rostro. La luz del atardecer se filtraba por la ventana, iluminando tu figura con un resplandor cálido y suave, creando un aura de serenidad a tu alrededor.

Tu mano se movía con gracia, mientras dabas vida a tus pensamientos y emociones a través de los trazos de tu pincel. La concentración en tus ojos y la pasión en cada movimiento eran un espectáculo en sí mismo. Yo, embelesado, te observaba en silencio, capturando cada detalle de tu expresión concentrada.

A medida que el tiempo avanzaba, el estudio se llenaba de un silencio cómodo, solo roto por el suave susurro de las cerdas del pincel deslizándose sobre la superficie del lienzo.

Observé tu habitación y me encontré con algunas cosas interesantes que ya intuía de ti, como la repisa de libros desgastados por el tiempo y los posters de bandas de música indie en la pared de tu escritorio. Era la primera vez que me llevaste a tu casa.

—¿Quieres tomar algo? —preguntaste, limpiando tus manos con el trapo con el que secabas el pincel.

—¿Terminaste? —inquirí, curioso.

Soy TuyoWhere stories live. Discover now